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La Mañana Ballotage histórico

Ahora, grandeza y realismo

Daniel Capalbo
Jefe de Redacción

Mauricio Macri ganó la presidencia en contra de la mayor y más bruta campaña del miedo orquestada en su contra, y en contra de algún candidato desde la restauración democrática en 1983; una campaña que, es obvio, la gente no compró.

Macri se impuso a su rival Daniel Scioli con un discurso raro. Raro para lo que la política argentina nos tiene acostumbrados, que se caracteriza por enarbolar ideas siempre atadas a venerables ancestros.
Macri no citó a nadie nunca. No dijo, cuando podría haberlo hecho, "sólo puedo ofrecer sangre, sudor y lágrimas" habida cuenta de la herencia económica que recibe. Se limitó a ofrecer la utopía de un futuro mejor en un país normal, de la mano de un optimismo a toda prueba -algo levemente parecido al voluntarismo-, a la promesa de tolerancia política, a la necesidad de buscar consensos, a la
reconciliación entre los argentinos y a mucha gestión. Un discurso que parecía bastante naíf puesto en boca ya no de un político tradicional -los presidentes argentinos han sido militares o abogados en su mayoría-, sino de un ingeniero y empresario acostumbrado a la dureza de los números pero que, sin embargo, alentaba con el latiguillo de Obama y tono new age el "sí, se puede".
Es probable que sea gracias a esa extraña mirada que haya podido construir el tinglado por el que fue trepando hasta la Casa Rosada.

Aunque él no lo dijo de esta manera, Macri, además de su corazón -músculo que sí proclamó en toda su cruzada-, viene a intentar reparar años de mala praxis económica, soberbia, colonización judicial y burla a la división de poderes. Prepotencia.

Esto es lo que la gente que votó a Macri eligió. Aunque nunca fue un eslogan de la campaña, los que votaron por él votaron por un cambio real, por capitalismo y legalidad.

La gente, en definitiva, le dio un voto de confianza al "creído de Barrio Parque" y no al heredero de la clase trabajadora cuyo nada despreciable caudal de votos obligará a Macri, si su prédica es cierta, a un gesto de grandeza y de realismo político.

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