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Arturo Kruuse, el histórico corredor de autos zapalino que tuvo un trágico final

Fue una figura de su época y un héroe para Zapala. Sus nietos recordaron sus hazañas y su muerte envuelta en la tragedia el romanticismo.

Las mejores historias de los pueblos las escriben aquellas personas que se atreven a lo imposible. Que no mezquinan trabajo, esfuerzo y dedicación en lo que hacen. La pasión les corre por las venas y la gloria es la sangre que necesitan para sentirse vivos y completos. Es la historia exacta de Arturo Kruuse, un hombre simple pero efectivo. Lo artesanal de su profesionalismo como corredor de autos lo supo distinguir entonces entre sus pares. Sus heroicas hazañas lo convirtieron en una leyenda viviente hasta que la tragedia se vistió de ocasión y se lo llevó de esta vida ya lejos de las pistas. Su compañera de siempre lo acompañó en ese viaje eterno envuelto en un suceso lleno de pena pero también de mística y romanticismo.

Sobre sus hazañas mucha tinta ha corrido por miles de páginas a lo largo de los años. Esta vez quiero pintar en palabras la esencia del deportista. Su costado humano. El hombre de casa y los recuerdos que dejó en cada uno de sus efectos que aún lo respetan, lo idolatran y sobre todo lo aman con fervor. Ellos anhelan que su nombre, su historia y su trayectoria no caigan en el olvido y que las nuevas generaciones de zapalinos y neuquinos sepan que en la ciudad del viento hubo un corredor de autos que literalmente volaba por las rutas y caminos nacionales e internacionales.

La génesis el turismo carretera

El automovilismo argentino nació del ímpetu y la pasión de gloriosos pilotos que escribieron la historia de los fierros a punta de hazañas y proezas increíbles. A partir del año 1937 se crea la categoría que con los años se convertiría en el clásico Turismo Carretera. Sin embargo, ya antes de ese año muchos pilotos y máquinas ya habían conquistado múltiples caminos del país y en algunos casos transformaron simples huellas en caminos de competencia.

Hasta ese entonces, el Gran Premio Nacional era la competencia que unía a los apasionados del deporte motor. Es así que el 24 de marzo de 1910 se disputó el primero, que unía Núñez de ida y vuelta con Rosario y Córdoba en 1.500 km de carrera. Así fue creciendo cada vez más en exigencias y en desafíos a vencer.

En la edición del año 1935 la competencia tuvo carácter internacional y la distancia a doblegar era nada menos que 4.485 km de camino en seis difíciles etapas. Es aquí donde los laureles de la gloria lo envolvieron al piloto zapalino Arturo Kruuse. En esta competencia el “indio rubio” se transformó en una leyenda viviente del automovilismo nacional al mando de su Plymouth 1934.

Las crónicas de la época dan cuenta de una hazaña increíble y muy propia de un piloto sagaz e inteligente. Lejos de rendirse al ver su caja de cambios destrozada el “indio rubio”, mote que se había ganado en la jerga automovilística por ser del sur del país, con Manuel Palmero de acompañante atravesaron en reversa los caminos de la cordillera andina.

Ese momento quedó inmortalizado en un mural que realizó el escultor ceramista zapalino Ramón Cuevas en el año 1983, en una de las paredes del edificio del Correo ubicado en la esquina donde falleció el mítico corredor. Allí hace un tiempo parte de su familia lo recordó en unas charlas cargadas de emoción y lágrimas.

Ariel y su generoso recuerdo

El destacado deportista zapalino llevó la sangre de su pasión por el automovilismo a los mejores escenarios de la época, siempre representando a su ciudad y a la Patagonia neuquina. Su espaldar en cada competencia era su familia que lo esperaba en su hogar. Allí seguían sus hazañas con el mismo entusiasmo y fervor de cualquier vecino amante de los fierros. Así lo recordaron algunos nietos de don Arturo que a su vez le han trasmitido su legado a sus hijos y nietos.

Uno de ellos es Ariel Kruuse, uno de los nietos menores del automovilista que desde hace años reside en el vecino país de Chile y justamente es en Cunco donde otra leyenda zapalina se escribió cuando el teniente aviador Luis Cenobio Candelaria concretó el Cruce de los Andes desde la ciudad de Zapala un 13 de abril de 1918.

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“Mi abuelo fue la mejor persona que he conocido en mi vida. Lamentablemente se fue cuando yo era chico pero fue un gran hombre, muy diverso en sus cosas y con las ideas claras. Hizo de todo y todo lo hizo bien”, contó Ariel con un dejo de nostalgia. “Mis mejores recuerdos son haber permanecido mucho tiempo con él. Era un mecánico artesano sobre todo enseñaba mucho. Teníamos entre 13 y 14 años y nos enseñó muchísimo sobretodo buenas formas de vida”, dijo.

Al nieto de Kruuse el destino lo llevó lejos de esta ciudad. “Me fui a vivir a Chile en el año 1990 por razones laborales y después no volvimos. Ahora hacían dos años y medio que no veníamos por el tema de la pandemia. Vivo en Cunco en la novena región”, relató.

Al respecto, contó que en la Plaza principal de aquella ciudad hay un monumento donde se exhibe la hélice del avión en el cual Candelaria efectuó el histórico aterrizaje. “En Chile siempre se habló de Arturo Kruuse, aunque con el tiempo ese conocimiento se ha ido perdiendo porque la juventud no conoce tanto pero uno habla con personas grandes antiguas y el recuerdo permanece intacto latente”. Por último señaló que “ser nieto de Kruuse significa un honor grande y sobretodo de que nos haya dejado un enorme legado”, expresó.

Karen y la fortuna de haber bajado media cuadra antes

En la esquina de Chaneton y San Martín, lugar de la tragedia aquel fatídico lunes 11 de octubre de 1976, otra de las nietas recordó a su abuelo, quien sin dudas fue el primer ídolo popular del automovilismo. “Soy Karen Kruuse, soy una de las tres nietas menores. Yo viví con mis abuelos hasta el día en el que fallecieron en esta esquina. Son lo mejor que me pasaron en la vida, tuve una infancia muy feliz con ellos. Tenía 6 años cuando todo esto paso”, dijo entre medio de lágrimas que conmovieron a todos en esa mañana soleada.

“Mi abuelo era una persona muy dedicada, amaba todo lo que hacía y yo tuve mucho amor de mis abuelos. Es un tremendo orgullo llevar su apellido. Yo estaba en la esquina con mi hermana mayor al momento del accidente, escuché el ruido pero no me dejaron acercar mucho. Estábamos yendo a misa por el cumpleaños número 79 de él. Mi abuela había pedido una misa de agradecimiento y todos íbamos a compartir ese momento”, agregó.

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Al relatar la siguiente casualidad o causalidad del destino, Karen quebró en llanto con un dolor tan intenso que le dolió a todos los presentes. “Yo venía en el auto con mis abuelos y me bajé a mitad de cuadra para irme con mi hermana a misa caminando. Yo me bajé porque hay edades en las que uno tiene admiración por sus afectos y yo la admiraba demasiado a mi hermana en ese momento de mi vida. Quería irme con ella caminando así que me bajé del auto”, dijo. Luego, en un puñado de segundos, todo se transformó en una tristeza que hasta aún persiste.

Cerca de las 18 de ese día, la leyenda del automovilismo cruzó la última línea de llegada para colgarse los laureles eternos. Su esposa Juana Arze Ramos lo acompañó en ese viaje celestial. “Fue un camión que venía por la avenida, no tengo muy fresco el recuerdo porque yo tenía apenas 6 años. Mi abuelo venía por la calle Chaneton, vivíamos tan solo a la vuelta. Yo me bajé a media cuadra para venirme con mi hermana caminando. Justo en la esquina pasamos a saludar a una persona que trabajaba ahí y en ese momento escuchamos el ruido y salimos corriendo al lugar. Ya se había juntado muchísima gente en un instante. Yo del camión no me acuerdo, pero fue muy trágico, muy feo”, recordó Karen.

“Mi infancia fue la mejor parte de mi existencia y fue con ellos. Mi papá era Axel Rodolfo Kruuse, mi mamá Noly Ochoa. Mi papá murió 5 años después, así que he tenido muchas pérdidas. Mi papá sufrió un montón, se deprimió y murió a los 51 años. Fue muy buen padre, éramos siete y era un papá muy presente”, contó con angustia.

Sobre el lecho de rosas rojas que pintó la tragedia hay muchas versiones. Karen tiene la suya. “Yo tengo una impresión de que mi abuela había comprado las rosas para llevar a la misa, pero el otro día escuché otra versión. Yo me quedo con mi versión porque es la que más me gusta y la más romántica. Además habían hablado de eso en la hora del té, porque nos habíamos juntado por su cumpleaños, y mi abuelo dijo algo así de "cuando yo me vaya..." y mi abuela dijo "cuando yo me vaya, yo me voy con vos" y se fue”, relató.

Por último, mencionó que “se habló mucho del tema de las rosas porque mi abuela fallece en el hospital, pero las rosas habían quedado desparramadas alrededor de ella. Eran rosas rojas. Fue tipo 18 horas. Si mis abuelos me pudieran escuchar yo quiero que sepan que los amo, que siempre están conmigo y les pido que cuiden de mi hijo menor”.

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María Noly y el ramo de rosas

La museóloga María Noly es una de las nietas de Arturo Kruuse que más se mantiene activa en la difusión de su memoria. Al recordar la figura de su abuelo frente al mural que lo conmemora en el centro zapalino, recordó que en aquel año 1976 el Club Tiro Federal realizó una gran fiesta en su honor en la víspera de su cumpleaños y le regaló al “Indio Rubio” un ramo de rosas rojas.

Al día siguiente, el lunes 11 de octubre, Juana invitó a sus nietas y familiares a tomar el té. "Había muchas cosas caseras y ricas, y el abuelo dice 'me va a pasar como a tal', pregunté qué le pasó a tal y me contó que era un señor del campo, de una estancia que le festejaron el cumpleaños y de tanto comer, se murió. Empezamos a hablar del tema de la muerte y ellos dos se agarraron de la mano, y el abuelo dijo 'nosotros nunca le pedimos cosas a Dios, pero hay una que si le pedimos y es que nos lleve juntos'.", recordó la secuencia que vivenció aquella tarde.

Luego recordó el momento en el que su hermana Karen se bajó del auto para acompañarla caminando a la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús. Antes sucedió que “mi abuela me dice 'las rosas para Jesusito, tráemelas', entonces traigo el ramo y se lo doy en las manos”. Nada de esa tarde alegre y familiar hacía presagiar lo que sucedería minutos después. Sin embargo confiesa que “no había otra forma de zafar de eso. Ese destino ya estaba así desde siempre. Fue tan exacto el minuto que tenía que ser así. Pensar en otra cosa es como que uno lea un libro y quiera ponerle el final que uno quiere y no es así”, contó.

A continuación, relató una escena romántica y trágica a la vez. “El camión se los lleva por delante. Antes los pude ver que venían sonriendo y el sol les daba en sus caras. Unas sonrisas grandes, hermosas y fabulosas, yo creo que era como un tremendo gracias a la vida por todo lo que habían vivido juntos”, dijo. Hacia el final, relató el suceso de las míticas flores. “Una imagen que quedó en el pueblo, en la memoria, en la atmósfera de Zapala y es la de los dos cuerpos volando en el aire pero entre medio de las rosas rojas. Eso también era como una película filmada", dijo.

EN CONTEXTO

A partir del accidente el Plymouth 1934, la famosa “catanguita", de haberse llenado de gloria pasó de un plumazo a un lamentable olvido. Un vetusto galpón le sirvió de triste refugio. Ante tanto desinterés, la familia decidió efectuar la donación del histórico vehículo al Museo de Automovilismo Juan Manuel Fangio para ser restaurado y exhibido como una reliquia del automovilismo carretera. En Balcarce descansa la protagonista de tantas hazañas. Muchos anhelan su regreso. Sin embargo, su vuelta depende de un deseo familiar, de una gestión gubernamental o el deseo de una comunidad de que ese patrimonio histórico vuelva a rodar por las calles zapalinas para honrar para siempre la memoria del “indio rubio” y para que su legado personal y deportivo transcienda a todas las futuras generaciones de zapalinos. Que así sea.

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