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Bergoglio y la política argentina: reencuentro con CFK, frío con Macri y decepción con Alberto

El papa jesuita a través de su relación con los presidentes argentinos que recibió en el Vaticano. 

Durante la semana previa al décimo aniversario de su papado, Jorge Mario Bergoglio deslizó que quiere visitar la Argentina. No pisa su tierra desde febrero de 2013, cuando salió de Buenos Aires para participar del cónclave que el 13 de marzo de ese año lo ungió como jefe de la Iglesia Católica. La mención a una eventual visita sorprendió a sus amigos y a quienes hablan a menudo con Bergoglio, porque el papa les dice que ya estuvo mucho tiempo en Argentina y que lo único que extraña es andar por las calles de Buenos Aires de incógnito.

Apenas pasó el aniversario por la década de papado bergogliano las dudas sobre una visita volvieron a incrementarse. Antes de tomar una definición, a fin de año el papa argentino recibirá los saludos del ganador o ganadora de las presidenciales del 22 de octubre y del eventual balotaje del 19 de noviembre.

Parece un dato menor, pero el resultado de las elecciones de este año también podrían aportar una señal sobre una futura visita de la Argentina, una posibilidad que sus habituales interlocutores consideran todavía "muy remota".

Hace diez años, cuando fue electo, la noticia tomó por sorpresa a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Hubo un primer rechazo de su entorno, pero la actual vicepresidenta interpretó la importancia de lo que había sucedido y se encargó de estar presente en el momento de su entronización. El vínculo entre ambos fue virando de la tirantez que tenían durante la presidencia de Néstor Kirchner a un acercamiento respetuoso luego de su muerte el 27 de octubre de 2010.

Cristina con Francisco

Desde que Bergoglio fue electo, CFK cultivó un buen vínculo como presidenta. Durante los últimos dos años de su segundo mandato ella procuró ponderar la importancia que tenía la elección del primer papa argentino de la historia. Eso la llevó a viajar apenas asumió la jefatura del Estado Vaticano y luego tuvo una segunda travesía a Río de Janeiro para estar presente en las Jornadas Mundiales de la Juventud de 2013. Allí Francisco le regaló escarpines para su nieto y cuando volvió a verla en La Habana, le prodigó gestos de afecto y cercanía. El vínculo fue prolífico en 2014 con un Bergoglio en pleno ascenso y sumó obsequios simbólicos para el día de su cumpleaños 78.

El 17 de diciembre de ese año se reanudaron las relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana, luego de medio siglo. A pesar de los gestos de buena voluntad, el bloqueo impuesto contra Cuba no aflojó y las brisas de un cambio se diluyeron en los últimos tramos de la presidencia del demócrata Barack Obama. Fue tan alto el impacto del obsequio de cumpleaños que eligieron dedicarle a Bergoglio el presidente cubano Raúl Castro y su par norteamericano, que pasó a un segundo plano otro gesto que retumbó muy fuerte en Buenos Aires.

Dos días después CFK descabezó la Secretaría de Inteligencia, designó al exsecretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli como titular de la casa de los espías y sacó al incombustible Horacio Antonio Stiusso que había ingresado a la exSIDE en 1972 y fue uno de los jerarcas del aparato de espionaje desde la recuperación democrática.

En las entrañas del kirchnerismo memorioso aseguran que la decisión de remover a Siuso también podría ser leído como otro obsequio de cumpleaños porque ambos aborrecían del espía que supo servir para los presidentes Raúl Alfonsí, Carlos Menem, Fernando De La Rúa, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y CFK.

Esos gestos quedaron en el pasado luego de la victoria de Mauricio Macri como presidente en octubre de 2015. La llegada de Cambiemos al poder fue un freno para algún plan bergogliano de regresar a Buenos Aires. Detrás del rostro amargo que Bergoglio le dedicaba al magnate cuando lo recibía en el Vaticano, también habían duras críticas. El papa le dijo al entonces presidente que estaba llevando adelante una venganza contra el peronismo del mismo calibre que el golpe contra Juan Domingo Perón que llevó adelante la autodenominada "Revolución Libertadora".

Mauricio Macri- papa Francisco

La relación de Bergoglio con Macri nunca fue buena. Es regular desde que el jesuita fue arzobispo porteño y cardenal primado de la Argentina. Cuando el fundador del PRO asumió la jefatura de Gobierno porteña en diciembre de 2007 le tocó convivir con el titular de la Catedral Metropolitana. Desde entonces lo empezó a medir al entonces alcalde y, al parecer, el actual papa nunca cambió su pensamiento sobre el expresidente.

No es la única relación que tiene con dirigentes del PRO. También ha recibido a la exgobernadora bonaerense María Eugenia Vidal y al alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta, pero la escasez de contactos con Roma invita a pensar que un regreso de esa fuerza política al poder podría ahuyentar de nuevo la posibilidad de un viaje papal.

Cuando el Frente de Todos ganó las elecciones en octubre de 2019 y Alberto Fernández sucedió a Macri hubo una inflexión en el vínculo con Roma. El exjefe de Gabinete de Néstor le había anticipado al clero que impulsaría la aprobación de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). La política de no ocultar cuchillos bajo el poncho con Roma sirvió para contener el malestar, pero cuando el aborto fue transformado en ley se resintió el vínculo.

El disgusto no pasaría por la aprobación de una práctica que es legal en distintas partes del mundo, incluso en Italia, sino por la celebración que hizo el Presidente cuando dijo que había enterrado al patriarcado. Fue una piedra que luego creció durante la pandemia con la fiesta en Olivos que organizó la primera dama Fabiola Yañez, durante la etapa más dura del aislamiento.

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Después vino el escándalo del vacunatorio VIP y un enfriamiento de la relación que sólo ha dejado dos viajes presidenciales a Roma y uno con el canciller Santiago Cafiero que fue anulado a mitad de camino.

El Francisco que estaba preocupado por la unidad del peronismo durante el gobierno de Macri ahora se cuida luego de las desilusiones que tuvo con Alberto. La renegociación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional y el rol que tuvo el entonces ministro Martín Guzmán es otra de las incomodidades que lamentan en Roma.

El discípulo del Nóbel de Economía, Joseph Stiglitz, se agarró de las sotanas vaticanas para sumar volumen político en la renegociación con Washington y todo terminó resumido a un portazo que, desde agosto del año pasado, aumentó la crisis. Eso también es parte de la distancia que separa al papa de sus interlocutores en el Gobierno.

La llegada de Sergio Massa al Palacio de Hacienda no cambió ese puente. El pontífice es crítico del tigrense desde que fue parte de un plan impulsado por Néstor para sacarlo del arzobispado de Buenos Aires en 2004. Al parecer el vínculo no ha mejorado desde entonces, más allá de la buena relación que el papa jesuita tiene con el secretario de Industria, José "Vasco" De Mendiguren, a quien no le oculta sus entripados con Massa desde hace tres lustros.

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Las incógnitas también se extienden sobre la relación de la vicepresidenta y el papa. Luego del intento de asesinato que Cristina sufrió el 1 de septiembre pasado, Francisco la llamó al dia siguiente y tuvieron una larga conversación. El papa considera que sí existe el lawfare pero no ha hecho ningún pronunciamiento sobre la situación judicial de la vicepresidenta.

Dos semanas después, con la conmoción en pleno desarrollo, ella reapareció en el Senado. Lo hizo con un acto junto a laicos e integrantes del grupo de curas opción por los pobres.

No hay información disponible para asegurar que hubo comunicaciones entre Cristina y Francisco desde que Alberto asumió en diciembre de 2019. Pero hubo un gesto que aumentó las suspicacias. En mayo del año pasado el ministro del interior Eduardo Wado de Pedro, uno de los más cercanos a la titular del Senado, viajó a Roma para participar de una reunión de la organización de las Naciones Unidas para la alimentación (FAO). En el medio pasó por el Vaticano y se reunió con Bergoglio.

Aunque transita en el silencio, la relación entre CFK y Francisco no habría perdido la calidez que tuvo entre 2013 y 2015.

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