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La Mañana Historias del crimen

El partido que frustró el atraco de la aerobanda

El tesorero del banco Bansud de Zapala contó a LMN qué ocurrió esa mañana y cómo influyó su pasión por el Rojo de Avellaneda. A 22 años del fallido golpe, se devela un gran secreto.

En julio de 2000, dos hechos de alto impacto nacional ocurrieron en Neuquén: la Copa Invierno y el fallido atraco al Bansud en Zapala con una fuga por los aires. Ambos eventos estuvieron vinculados y ni siquiera los investigadores lo supieron en ese entonces. El secreto se devela 22 años después.

Corría el último invierno del siglo XX y el gobierno neuquino, en manos de Jorge Sobisch, estaba empeñado en tener prensa nacional y fue así que instaló la Copa Invierno.

El evento era un triangular que arrancó el 21 de julio y concluyó el 25. Participaron Independiente, San Lorenzo y Boca. Todos los simpatizantes de la región coparon la vieja cancha de Independiente de Neuquén ubicada en la zona del Bajo, sobre la calle Perito Moreno.

Para el resto del país, el torneo lo transmitía la cadena Fox Sports y son muchos los que recuerdan que, por el pésimo estado del campo de juego, hasta se llegó a pintar para que se viera un poco mejor en la televisación.

Ese torneo arrancó con la victoria de Independiente por 2 a 0 sobre San Lorenzo, con dos goles de Panchito Guerrero. El 23 de julio, los de Boedo le ganaron 1 a 0 a Boca y, la fría noche del martes 25 de julio, Boca estaba obligado a vencer por tres goles a los de Avellaneda si pretendía quedarse con la copa.

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En paralelo al torneo, en Zapala, la capital geográfica de la provincia, una brigada de investigaciones de la Policía del Neuquén, liderada por Miguel Ángel Jara, estaba en alerta porque tenían el dato de que se estaba preparando un golpe a un banco de la localidad: el Bansud.

El dato se los había pasado un buche que integraba el ambiente delictivo y que, como andaba por la cuerda floja, solía soltar información a los polis.

Vale recordar que los viejos investigadores no contaban con la tecnología actual, como cámaras y celulares, por lo que tenían que patear la calle y hablar con vecinos, delincuentes y otros peregrinos para mantener fresca y actualizada la información. De esa forma, se obtenían datos clave para anticipar movimientos del ambiente delictivo o esclarecer algunos hechos.

Para los seis integrantes de la brigada de investigaciones de Zapala, todo arrancó en febrero de ese año y sellaron un pacto de silencio mientras realizaban tareas de campo que incluyeron la vigilancia activa de la city bancaria de la localidad, compuesta por solo tres bancos en un radio de 500 metros: Bansud, BPN y Banco Nación.

Mediante la observación identificaron movimientos extraños del jefe de calle de la Comisaría 22, el sargento José Lezana. Casi en paralelo, el buche sopló que había un policía vinculado a la banda, por lo que el jefe de la brigada debió viajar a Jefatura y explicar la situación y sus sospechas sobre el sargento de la 22. De inmediato se dispuso el traslado de Lezana a Mariano Moreno. Si bien no existía la certeza de que estuviera vinculado, su accionar llevó a que lo corrieran para sacarlo de juego, por las dudas.

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El Frontoni y los maleantes

La brigada siguió movimientos del ambiente delictivo local porque tenían la certeza de que el golpe tendría una pata zapalina, pero los pesados vendrían de afuera.

Cierto es que los ojos se posaron sobre el viejo Hotel Frontoni, un tradicional hospedaje del casco viejo de Zapala que tras la muerte de su dueño había devenido en un antro de delincuentes y prostitución.

El Frontoni estaba a tan solo 300 metros de los bancos, por lo que era un lugar perfecto para utilizar como base de operaciones de la organización criminal.

La brigada manejaba buena información, pero no tenía fecha, por lo que con el correr de los días, semanas y meses tendían a relajarse las tareas. Fue así que se estableció que, llegado el día D, quien estuviera de guardia en la brigada saldría de inmediato a consignar el Frontoni con apoyo de efectivos de la comisaría.

La banda criminal la lideraban Tito Fridman, Pablo Marcelo Escobar y Gustavo Arias. Todos delincuentes de alto calibre que habían participado en atracos importantes en distintos puntos del país.

Don Tito y los suyos venían a reventar el Bansud porque tenían información de muy buena mano. Sabían que en las arcas del banco había unos 400 mil dólares, en ese entonces un monto más que importante.

El plan era de película. Llegarían en un vuelo particular al abandonado aeródromo de Zapala y escaparían por los aires dejando a toda la Policía confundida. Al menos eso creyeron.

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El día clave

El día elegido para arribar a Neuquén fue el martes 25 de julio de 2000. Esa noche, en la cancha de Independiente de Neuquén se cerraba la Copa Invierno. Todo el tráfico en la región conducía a la capital neuquina, donde Boca e Independiente de Avellaneda captaban la atención de los hinchas y también de la Policía que debía garantizar la seguridad.

Cuando comenzaba a caer el sol, alrededor de las 19, en el aeródromo de Zapala, a unos 10 kilómetros de la localidad, aterrizó un Beechcraft biturbo hélice, al que los dueños de la empresa Vip Air le decían Been-90.

El vuelo había partido del aeropuerto internacional de Don Torcuato, que era la base de operaciones de la empresa del menemista Miguel Ángel Toma.

Esa noche, los delincuentes repasaron el plan en las habitaciones del Frontoni mientras veían el partido por la tele, pero hubo un detalle que se les escapó: la pasión del tesorero. Así como el partido de Boca–Independiente les sirvió de pantalla, una gran atracción y distracción, también les terminó pateando en contra.

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Del Rojo a muerte

Ser hincha es todo. Es pura pulsión y pasión. Hay explicaciones psicológicas y sociológicas, pero al hincha nada de eso le importa, sus urgencias pasan por estar junto a su equipo en las buenas y en las malas. Y en esta historia, hay decisiones irracionales propias de un hincha.

Tiempo después de que se publicara en LMN la historia de la aerobanda, que luego sería parte del libro Historias del crimen de Neuquén que salió a la luz en septiembre, me llegó un nuevo dato.

Una fuente calificada me contactó y me contó: “El tío de mi pareja era el tesorero del Bansud. Leyó la historia y quiere contarte lo que le ocurrió ese día”.

Ni lento ni perezoso, me puse en contacto con el hombre, que ya está entrado en edad pero cuya memoria guarda recuerdos claros.

“Yo era el tesorero del Bansud y tuvimos la suerte de que esos muchachos no entraran, pero ese hecho terminó impactando en todos los que trabajábamos en el banco”, reveló el hombre, que me pidió reservar su identidad, ya van a entender los motivos.

“En esa época, estaba vinculado al club Unión de Zapala y tenía varios conocidos en el ambiente del fútbol, por lo que me consiguieron entradas para ir a ver el partido de Independiente con Boca. Yo soy del Rojo a muerte”, reveló el tesorero sobre su verdadera pasión.

“La cosa es así: yo tenía la llave del tesoro y todas las mañanas lo abría una vez que el policía estaba en el casquillete de seguridad que tenía el banco. No había nada sincronizado como se dijo. Yo abría con la llave”, develó el hombre.

En su momento, y hasta hoy, se dijo que la demora en la apertura del tesoro había sido porque se había trabado la puerta del casquillete de seguridad. También se dijo que estaba sincronizado con el tesoro, por lo que no se pudo abrir y esa demora echó por tierra el atraco.

“¿Pero qué pasó entonces?”, consulté intrigado. “La tarde del 25 salí del banco como las 15:30. La llave del tesoro estaba vieja y bastante floja, incluso tenía una marca de que se estaba por quebrar. Cierro y cuando la giro para sacarla, la llave se trabó y, al hacerle un poco de fuerza, se terminó quebrando”, reveló el tesorero, y la historia en este punto toma un giro impensado.

“¿Y qué hiciste?”, le pregunté. “Nada. Imaginate lo que era Zapala en ese entonces y a esa hora... Si tenía que conseguir un cerrajero y esperar que lo solucionara, no llegaba a ver al Rojo. Así que me fui a mi casa a buscar a mi familia y salimos para Neuquén a ver el partido. Yo ya tenía hasta las entradas”, precisó.

Para el hincha, todo podía esperar. La prioridad era el partido. Era poder ver a Independiente de Avellaneda que estaba a solo 200 kilómetros de distancia. Nada podía ser más relevante en su vida que ese encuentro definitorio de la Copa de Invierno.

Esa noche, el hombre y su familia la pasaron muy bien pese al frío. “Fue algo muy lindo porque Independiente empató con Boca, lástima que no hubo goles, y se consagró campeón”, recordó el simpatizante de los diablos rojos de Avellaneda.

Las imágenes de época muestran a Panchito Guerrero levantando la copa junto a figuras del momento, como el uruguayo Diego Forlán, entre otros.

Al salir de la cancha, aprovecharon para cenar en Neuquén y, entre una cosa y otra, el retorno a Zapala lo iniciaron a las 3 de la madrugada.

En esa época, toda la Ruta 22 era de un solo carril, por lo que el tránsito era lento. El tramo Neuquén-Zapala en la actualidad se puede realizar en dos horas y media, pero a principios del milenio podía conllevar fácilmente más de tres horas.

Es decir, el hombre prácticamente llegó a Zapala con tiempo suficiente como para darse una ducha, tomar un café y dirigirse al banco, donde su primera tarea del día era conseguir un cerrajero para abrir el tesoro y renovar la llave.

Unos tipos sospechosos

Mientras estaban tratando de resolver el tema del cerrajero, detectaron algo raro. “Ingresó un compañero que vio cara a cara a un par de tipos que estaban afuera en actitud sospechosa (Fridman y Escobar). Él fue quien alertó a los policías que estaban de consigna”, recordó el empleado bancario.

El resto de la historia fue todo un derrotero de puro vértigo. Se irradió el aviso a la Policía y el cabo Carlos Roberto Figueroa, que salía que concluir un servicio en la terminal de Zapala, se acercó porque le quedaba de camino y ahí fue que se encontró con tres de los delincuentes que sabían que se había pinchado el atraco y tenían que huir.

Figueroa fue encañonado e introducido en un auto como rehén. Si bien el policía creyó que lo arrojarían en el camino, los planes de don Tito eran otros.

Por pleno centro zapalino hubo un intercambio de tiros con la Policía antes de agarrar la ruta que los llevaba al aeródromo.

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El Peugeot 504 de los delincuentes era por lejos más rápido que el móvil policial, por lo que cuando los policías llegaron al aeródromo solo observaron el auto con las cuatro puertas abiertas y al Been-90 despegando.

El Frontoni, tal como estaba previsto, fue consignado y allí hubo detenciones y secuestros de armas de fuego. En tanto, el cabo Figueroa vivió una pesadilla a 10 mil metros de altura, donde quisieron arrojarlo por los aires y hasta intentaron ejecutarlo en tres ocasiones.

El piloto y el copiloto lograron convencer a los alterados asaltantes para que desistieran del uso de las armas y las ideas descabelladas porque cualquier daño que sufriera el fuselaje del avión les costaría la vida a todos.

La historia concluyó con Figueroa abandonado en Ezeiza y los delincuentes, que huyeron por los aires, finalmente detenidos en Bahía Blanca.

Pero hay una parte de la historia que nunca se contó y que fue el trauma que enfrentaron los trabajadores del banco.

“Esos criminales nunca lograron entrar a la sucursal, pero además del historial de los delincuentes nos enteramos de que hubo policías metidos. Temimos por represalias durante mucho tiempo. El banco nunca nos brindó ningún tipo de contención”, contó el tesorero, dejando claros los motivos por los que aún hoy mantiene su identidad bajo reserva.

El empleado que ingresó esa mañana tras ver los rostros de Fridman y Escobar, que estaban fuera del banco en actitud sospechosa, llegó a temer por su vida y la de su familia, a tal punto que al poco tiempo terminó renunciando al banco y se fue de la localidad.

En definitiva, el fallido atraco de la aerobanda sigue contando su historia 22 años después.

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