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El gaucho andariego que llegó hace un siglo

Guarino Buchiniz fue ganadero, chacarero y pionero en Las Perlas.

Por Mario Cippitelli - [email protected]

Para describir la personalidad de Guarino Buchiniz se podrían utilizar varias palabras: aventurero, trabajador, andariego, incansable.

Este 25 de mayo se cumplió exactamente un siglo de que este pionero llegó a la región en busca de un futuro mejor, aunque estos lares no eran demasiado prometedores y para emprender alguna actividad había que tener una increíble fuerza de voluntad y de trabajo.

Guarino nació el 18 de septiembre de 1895 en Pueblo Brugo, un paraje ubicado a 20 kilómetros de Paraná, la capital de Entre Ríos. Hijo de inmigrantes de origen italiano y austríaco, Guarino heredó de su padre, Giuseppe, la pasión de emprendedor.

La familia se trasladó desde Paraná a la provincia de Chaco para cultivar algodón, pero el negocio no salió como lo habían planeado, por lo que el próximo destino fue el sur, específicamente una estancia ubicada en Carlos Pellegrini, en cercanías de Bahía Blanca.

En ese lugar, Giuseppe junto con su mujer y sus cuatro hijos comenzó a trabajar en el campo, con la cría de animales. Podría haber sido ese el destino final, pero un acontecimiento de impacto mundial les haría cambiar los planes.

En 1910, el Cometa Halley causaba tanta fascinación como terror a los habitantes de todo el mundo, por la proximidad de este cuerpo celeste con la tierra. Para el hombre que le arrendaba las tierras a la familia fue demasiado y se voló la cabeza con una escopeta.

Al quedarse sin el campo, los Buchiniz decidieron trasladarse a Quemú Quemú, La Pampa, para seguir con la cría de animales. Fue en ese lugar donde el adolescente Guarino les dijo por primera vez a sus padres que él quería probar suerte más al sur, que soñaba con una vida distinta y que estaba dispuesto a emprender ese desafío aunque fuera por lugares que nunca había conocido.

Diez años después, en 1920, Guarino puso en marcha su sueño y se tomó un tren en Bahía Blanca con destino a Bariloche, pero el destino cambiaría su vida. Sin darse cuenta, sacó el pasaje equivocado y se subió a la formación que venía hacia Neuquén.

Por aquel entonces, una fuerte crecida del río había destrozado el puente ferroviario, por lo que el viaje finalizó en Cipolletti. Pudo haberse quedado allí. Pero Guarino decidió seguir hasta Neuquén, aprovechando que en ese pueblo recién fundado se encontraba su tío Juan Andrián trabajando en la fabricación de ladrillos en Rincón de Emilio y con quien mantenía en contacto a través de cartas.

El joven de 25 años decidió cruzar el puente ferroviario caminando con todas sus pertenencias al hombro y llegó a la capital ese 25 de mayo de 1920. Nunca se imaginó que aquel día ingresaría a la historia de las familias pioneras de la región.

Según su hijo Efraín, el espíritu aventurero de Guarino no le permitió quedarse en esta ciudad.

En un principio, su tío le aconsejó que fuera recorriendo la región en busca del mejor lugar para la ganadería y cualquier actividad que le permitiera ganarse la vida. Y así lo hizo.

Durante dos años cuidó ganado en Sargento Vidal, luego se dirigió a Zapala donde lo contrató el inglés Trannack para amansar caballos y también trabajó en una estancia ubicada entre El Chocón y Piedra del Águila. La cría de animales fue siempre su gran pasión.

En 1933 regresó a la capital y armó una sociedad con los hermanos Pascual y José Rosa y su tío Juan para la cría de ganado en un paraje que se llamaba Las Perlas, en territorio rionegrino. Se trataba de un lugar desolado del otro lado del río, pero que era prometedor para la actividad. ¿Podría ser este su destino definitivo?

En aquel momento, la vida de Guarino cambiaría definitivamente al conocer a Catalina Zurita, una joven que trabajaba como niñera en la residencia del doctor Alberto Plottier. Con ella se casó y el proyecto de la familia comenzó en ese desolado paraje, donde tuvieron los cinco primeros hijos.

Fue una vida dura, de campo y con todos los sacrificios que significaba la crianza de una familia que seguía creciendo.

Pero el espíritu emprendedor del joven ganadero lo llevaría a otros destinos: nuevamente Zapala, Cabo Alarcón (Picún Leufú), Senillosa y finalmente Neuquén capital, donde la familia (con dos hijos más) echó raíces definitivamente.

Con el dinero que Guarino había ganado en cada campo que arrendó para criar animales, compró 10 lotes en Villa Iris (cerca de donde hoy está ubicado el hipermercado Wall Mart) donde construyó una casa y en 1944 compró una chacra en Valentina Sur, el lugar que se convirtió en su refugio definitivo.

Toda la vida de Guarino Buchiniz estuvo ligada al trabajo incansable, a los emprendimientos ganaderos y una extensa red de relaciones sociales con centenares de personas que lo conocieron en distintos lugares de la provincia y cultivaron con él una gran amistad, hasta que murió el 15 de noviembre de 1977, a los 83 años.

Los vecinos de Valentina Sur lo recuerdan como un gran hombre y un buen vecino. Sus familiares, como el joven gaucho que llegó a Neuquén siguiendo sus sueños, el que cruzó el puente con el recado al hombro, hace exactamente un siglo.

El día que lo confundieron con el bandolero Juan Bautista Bairoletto

Una anécdota que atesora la familia Buchiniz es aquella que cuenta el día en que la Policía confundió a Guarino con Juan Bautista Bairoletto, uno de los fugitivos más buscados en todo el país por aquel entonces.

El hecho ocurrió en 1927 cuando una patrulla policial lo vio e inmediatamente lo asoció al forajido, ya que su parecido físico era realmente increíble, igual que su forma de vestir y hasta las armas que llevaba siempre, como el Winchester guardado en el recado.

Los policías se acercaron con cautela y sus armas amartilladas, a sabiendas de la fama que tenía el bandolero, que no dudaba un segundo en disparar a matar cuando se veía acorralado.

Pero ya con las primeras preguntas se dieron cuenta de que muchas veces las apariencias engañan. Guarino se mostró amable, charló con ellos, les mostró su documento. Luego siguió su viaje.

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