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La Mañana

“La exhibición de la intimidad y el culto al cuerpo definen lo que somos”

La antropóloga argentina Paula Sibilia se refirió a estos dos síntomas como un fenómeno en franco crecimiento en la cultura occidental.

Por Pablo Montanaro

Neuquén > La intimidad exhibida como espectáculo y el culto al cuerpo son los temas de las últimas investigaciones abordadas por la antropóloga argentina Paula Sibilia, quien desde 1994 reside en Brasil. En diálogo con La Mañana de Neuquén la especialista no dejó de resaltar que estos fenómenos representan “un momento cultural de transición que anuncia una verdadera mutación en las subjetividades”.
A Sibilia se la puede definir como una estudiosa de las metamorfosis de la cultura contemporánea. Nació en Argentina en 1967, estudió Antropología y Comunicación en la Universidad de Buenos Aires y actualmente ejerce como profesora de Estudios Culturales y Medios en la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro.
Es autora de “El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales” y de “La intimidad como espectáculo”, libro publicado el año pasado que trata de entender y explicar el fenómeno de mostrar la intimidad, de hacer público lo que hasta hace muy poco tiempo se consideraba privado, secreto, reservado entre cuatro paredes.

Sus investigaciones nos llevan directamente a la idea de un nuevo individualismo.
Evidentemente, hay mucho de narcisismo u “ombliguismo” en estas novedades, tanto en la búsqueda de un “cuerpo perfecto” producido como una imagen para ostentar ante las miradas ajenas, como también en la creciente moda de exhibir públicamente la intimidad. En ese sentido, podríamos decir que en estos procesos se refuerza el individualismo que marcó la Era Moderna. No se trata sólo de eso, sino de un creciente aislamiento individual o hasta un “encapsulamiento” que se expresa no sólo en la protección de casas y autos por medio de alarmas, sistemas de vigilancia y blindajes, sino también en la popularización de los medios de comunicación de uso individual y de conexión permanente, desde el teléfono celular hasta las redes sociales de Internet, pasando por dispositivos como mp3, blogs y flogs.

En tanto, el espacio público se vacía.
Se vacía y se estigmatiza cada vez más como el lugar de un “otro” que sólo provoca miedo o indiferencia. Es un espacio amenazante y sin sentido. Mientras los proyectos colectivos siguen perdiendo vigor y aumenta el miedo o el desprecio por todos los otros que no forman parte del “círculo íntimo” de cada uno, la soledad también crece y, sobre todo, se transforma en un problema cada vez más difícil de administrar.

¿Por qué?
Porque el individuo contemporáneo, que adopta y recrea constantemente estas nuevas prácticas tanto de sociabilidad como de autoconstrucción interactiva y multimedia, no es idéntico al individuo que en los siglos XIX y XX escribía diarios íntimos en el silencio de su ambiente privado, por ejemplo, y que se comunicaba con los demás mediante densos diálogos epistolares. No es casual que los nuevos hábitos sean más “compatibles” con el mundo contemporáneo, con todo aquello que la sociedad actual solicita de los individuos para poder funcionar con más eficacia. No es casual que, ahora, todos debamos estar todo el tiempo conectados, disponibles, reportándonos, generando y consumiendo información.

¿Cómo incide en el aspecto social y político, en la que se está muy lejos de transformar algo desde lo colectivo?
Es cierto que hay un creciente descrédito con respecto al espacio público, a las potencialidades de la acción colectiva y a la dimensión política en general. Pero este fenómeno también tiene una historia, sus raíces son más lejanas: es un proceso complejo, que se alimenta de una serie de factores socioculturales y económicos. Por un lado, no es algo nuevo el mencionado proceso de creciente inflación de la intimidad y gradual estigmatización del espacio público. Ambas tendencias están desarrollándose en las sociedades occidentales desde principios del siglo XIX.

¿Cuál sería la gran novedad?
La gran novedad es que esa intimidad, que ya hace más de doscientos años se convirtió en el principal escenario de nuestras vidas, de repente se ha vuelto visible. Ya no es más necesariamente opuesta y separada del espacio público, como dictaban las reglas decimonónicas del decoro como ocurrió durante buena parte del siglo XX. Ahora hay que mostrarla. En este nuevo cuadro, notamos que algo ha cambiado mucho. La intimidad, que antes debía protegerse entre cuatro paredes y bajo llave, resguardada de la intromisión ajena por las leyes del recato y otras barreras tanto físicas como morales, hoy invade sin pudores el más público de los espacios y se muestra descaradamente ante quien quiera dar un vistazo.
Creo que es muy estrecha la relación que existe entre todos estos fenómenos tan contemporáneos, asociados a lo que se conoce como la “sociedad del espectáculo”, y la pérdida de interés en los proyectos políticos y en la acción colectiva. Porque tanto la exhibición de la intimidad como el culto al cuerpo, en sus diversas manifestaciones, se han convertido en herramientas fundamentales para definir lo que somos. Lo importante es que ese cuerpo sea “bello”, que proyecte una buena imagen y que los demás la vean para confirmar que existimos, que somos alguien. Eso ocurre, curiosamente, en una época en la que el sacrificio no parece tener mucho sentido, ni tampoco proliferan las causas que merezcan la propia muerte.

¿Qué rol cumplen las redes sociales?
Son un nuevo territorio, en el cual resulta fundamental saber mostrarse usando recursos audiovisuales, multimedia e interactivos. Y, además, en esos espacios de Internet aprendemos a estar siempre en contacto, siempre disponibles y siempre reportándonos. O sea, todas habilidades que se han vuelto fundamentales para sobrevivir en el mundo contemporáneo. Y en las cuales vale la pena entrenarse si queremos ser “cuerpos dóciles y útiles”, como diría Michel Foucault. Es decir, cuerpos compatibles con la sociedad en la cual vivimos.

¿Cuáles son los riesgos?
Los problemas surgen cuando no sabemos qué hacer con esa enorme libertad que hemos conquistado. Cuando notamos que se han aflojado buena parte de las ataduras que amarraban al yo moderno, desde las instituciones sociales que hasta hace muy poco se consideraban sólidas -como la familia, la escuela o incluso la patria y la religión- hasta la creencia en una identidad relativamente fija y estable, que residía “dentro” de cada uno y a la cual había que ser fiel a lo largo de toda la vida.
El riesgo es que se generen subjetividades demasiado frágiles, “modos de ser” que resulten vulnerables ante el soplo de cualquier ventarrón, susceptibles de desintegrarse ante el menor obstáculo.

La sociedad parece conformarse de apariencias, de lo que se muestra más de lo que se piensa.
Vivimos en un tipo de sociedad que reivindica la importancia de las “apariencias” sobre las anticuadas “esencias”. Esto tiene un sentido histórico, con reverberaciones en todos los ámbitos. Nuestra fuerte creencia en el valor de las imágenes, por ejemplo, está asociada a los avances de los medios de comunicación audiovisuales en nuestra sociedad, y al consecuente declive de la “cultura letrada”. En nuestra cultura saturada de imágenes, una época en la cual conquistamos la capacidad de cambiar (algo que puede derivar en la obligación de reciclarnos constantemente), hay un estímulo permanente al uso de “máscaras” que no son necesariamente falsas o mentirosas. Porque cada vez más somos lo que mostramos, somos aquello que los demás pueden ver, y solamente eso.

¿Cómo observa usted la sociedad argentina hoy en relación a lo íntimo y al culto del cuerpo?
Creo que es un buen ejercicio para tratar de entender lo que somos, poniendo en perspectiva ciertos hábitos y prácticas que hoy pueden parecernos “normales” o “naturales”, obvios, evidentes, y que no requieren explicaciones. Pero, sin embargo, son construcciones históricas y por tanto tienen un sentido que merece ser investigado. Tanto la antropología como la historia sirven para alimentar esa actitud, ya que nos enseñan que somos frutos de una determinada cultura y que, por tal motivo, podríamos ser distintos. Los fenómenos del “culto al cuerpo” y de la “exhibición de la intimidad” son ejemplos de ese tipo de hábitos, que no surgieron por casualidad y tienen un sentido histórico: si hoy somos así es, en buena medida, porque el mundo contemporáneo pide que así seamos. Y, sin duda, nos conviene tratar de averiguar por qué.

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