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La historia del bar minero de Andacollo, la California argentina de los años 60

Los pirquineros fueron la columna vertebral en la que se apoyó el nacimiento y el crecimiento del pueblo. En la ruta 39 todavía quedan los restos del bar que atesora las anécdotas de los buscadores de oro.

Entre la magia, el encanto y la altivez de la Cordillera del Viento, que atraviesa la región de lado a lado, se yergue “brillante en lo alto” esa que hoy es la localidad de Andacollo. La historia indica que recibió ese nombre de la lengua quechua y hace directa referencia a la existencia de oro en sus laderas. La misma historia indica que hombres, empeñados en arrancarle esa riqueza a la tierra atravesaron la Cordillera de los Andes, desde Chile, y llegaron por estos lares y poco a poco le fueron dando esperanza de vida al nacimiento de un nuevo pueblo argentino y bien neuquino.

Esos hombres trajeron en sus espaldas, además de la esperanza, el oficio centenario de la extracción de forma artesanal del oro desde los rincones más ocultos del conocido “manto” de la tierra. Así fue como nacieron y comenzaron a tomar protagonismo los pirquineros de Andacollo. Ellos fueron la columna vertebral en la que se apoyó el nacimiento y el crecimiento del pueblo.

En 2019, la gestión del entonces intendente de Andacollo, Ariel Aravena, llevó adelante una Costanera para visibilizar y jerarquizar un antiguo lavadero de oro donde los pirquineros extraían y lavaban el preciado metal de manera artesanal. También se inauguró un pequeño monumento que muestra a dos pirquineros realizando esa mítica actividad.

Pero la actividad minera dejó otros rastros en el pueblo. En la parte media de la ruta 39, camino a Huinganco, todavía se conservan las paredes y la mística de un viejo boliche campesino. Esos restos de construcción sobre la margen derecha de la ruta encierran la historia de un bar que existió en la década del 60, cuando se daba el auge de la mina y de aquella "California argentina", como se conocía al pueblo en Buenos Aires.

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El bar minero

Al pie de una barda que antecede a una frondosa vega en las alturas de los cerros, en la década de 1960, la familia Guzmán abrió las puertas del boliche "El Minero". Antes era solamente una vivienda particular. El flamante comercio rápidamente comenzó a transformarse en el punto de referencia de cientos de pirquineros que cada día subían a los cerros con la esperanza y la ilusión de que sus manos encontrarían las soñadas “pepitas de oro” para cambiar sus vidas y las de sus propias familias.

Aquí surgieron un sinfín de historias, leyendas y cuentos que pasaron de generación en generación y que hoy son atesoradas en algunos escritos. A ellos se suman otros relatos aún más valiosos, los atesorados en los recuerdos de algunos pirquineros que aún se mantienen en pie en estas regiones mineras.

La familia Guzmán estuvo “despachando” en este lugar hasta los primeros años de la década del 90. El nombre original fue "El Crucero", ya que quedaba justo al paso de las huellas que completaban los mineros cuando subían a los cerros a buscar la “riqueza” escondida en los lugares más ocultos y que muchas veces era esquiva a los deseos de los mineros.

Así, el lugar fue construyendo su propio legado y simplemente se transformó en el “Bar Minero” en franco honor y reconocimiento a los clientes que bajaban de los cerros, muchas veces a descansar y a reponer fuerzas para seguir la “batalla” contra la naturaleza.

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Ese edificio permaneció abandonado hasta que se restauró para conservarlo y transformarlo en un Patrimonio Cultural Histórico de Andacollo, para que las nuevas generaciones conocieran la vida y las costumbres mineras de aquellos años donde no sobraba nada y faltaba de todo.

El boliche original era una construcción típica de la época, de 50 metros cuadrados en adobe, con refuerzos de piedra tipo bloques perimetrales y el techo también respondía a esos tiempos al ser con chapas de cartón negro. La restauración cuidó bastante en conservar esos detalles originales.

A esta fecha, a pesar de tener algunas comodidades como asientos de plaza, el lugar luce bastante descuidado y abandonado. Las referencias históricas están deslucidas por el paso del tiempo y el ingreso al predio cuenta con bardones de piedra que deja la máquina al repasar la ruta. Igual situación ocurre con la parada de los vehículos que deben quedar prácticamente sobre la calzada, ya que no cuenta con una dársena de estacionamiento. Algunos lugareños explican que hasta que el asfalto no se concrete, la situación va a continuar de la misma manera y restándole de esa manera más visitas al histórico lugar.

La leyenda del Perro Negro

Andacollo se destacó siempre por su riqueza minera, a la par innumerables leyendas sobre la búsqueda del oro se perpetuaron en el tiempo. Una de ellas es la escrita por el historiador Isidro Belver que habla sobre el Perro Negro y que rescata un fragmento de los tantos momentos que se vivieron en el Bar Minero: “En el boliche, varios parroquianos, apenas alumbrados por un chonchón, se entretienen en la penumbra jugando al truco y hablando de entierros. Calladamente se abre la puerta y entra un desconocido, de gran sombrero negro aludo que sin esperar ser invitado, se acerca a la mesa diciendo que él sabe dónde hay un gran entierro. Ignacio se interesa y escucha las instrucciones: “Tiene que ir hasta los tres maitenes solitarios de la barda y escarbar al pie del más alto. Ahí lo va a encontrar enseguida. Eso sí, no debe manifestar miedo ante lo que ocurra ni reaccionar por nada que pase”. Como llegó, el forastero desapareció.

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Por la mañana temprano, Ignacio ya estaba escarbando en los tres maitenes. A medida que avanzaba, empezaron a volar a su alrededor algunos bichitos zumbones, desconocidos y molestos que aumentaban con cada palada de tierra. De pronto su pala tropezó con algo duro. Con las manos fue sacando la tierra, con cuidado hasta que apareció la clara figura de un baúl de madera. Los bichos molestos aumentaron sus zumbidos mientras aparecían y desaparecían ratas y culebras entre la tierra removida. Aunque sentía algo de miedo, no reaccionó ante nada. Sacó su cuchillo para forzar lo que parecía la cerradura del baúl y al abrir la tapa: ¡lo maravilló una luminaria cegadora de oro, plata y joyas!.

Paralizado ante tanta riqueza, Ignacio hizo ademán de tomar algunas piezas, pero en ese preciso momento, del fondo del cajón saltó un tremendo perro negro arrojándosele a la cara con las fauces abiertas, chorreando baba furiosa. Sin dudar, Ignacio levantó su facón asestando un certero hachazo entre medio de los ojos del perro y, aullando de dolor, el animal se perdió entre los matorrales. Ignacio, atónito, trataba de entender lo sucedido y grande fue su sorpresa al mirar hacia su tesoro: ¡No había nada!. ¡Todo había desaparecido, hasta los bichos zumbones y las lagartijas!. Sólo se veía un hueco en la tierra!.

Sin reponerse del susto, la rabia y la frustración de haber perdido su entierro, Ignacio estaba en el boliche contando su aventura, que nadie creía. Silenciosamente, entró el mismo forastero de la noche anterior, con su enorme sombrero negro aludo cubriéndole la cara. Se acercó a la mesa y levantando el ala del sombrero dijo: “Ignacio, me conoce?”. Entre medio de sus cejas tenía un gran tajo sangrante!. Y añadió: “Buscar entierros es sólo para valientes” y cubriéndose la herida desapareció en la noche”.

Historia de un pirquinero

Don Juan Antonio Harasimovich, es uno de los pirquineros más destacados junto a su tocayo Juan San Martín. Ambos en el año 2019 fueron convocados por el municipio para recrear una escena típica de entonces cuando se buscaba el oro con la sola compañía de un plato. Las fotos de esa escena sirvieron después como modelo para construir un pequeño monumento que fue levantado en el medio del paseo La Costanera de Andacollo y en cuyas tierras existió un lavadero de oro.

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En aquel entonces contó: “Soy hijo de un gringo (polaco) que llegó a estas tierras disparando de la guerra. Yo crecí mirándolo y ayudándole a mi padre en este trabajo en aquellos años y así aprendí el oficio. No había otro trabajo y la única forma de ayudar a la familia antes era trabajar en esto”. Don Harasimovich contó además que “el oro extraído se vendía o mejor dicho se cambiaba por mercadería. Casi no había dinero en aquel tiempo o poco se conocía. Esteban de Vega o Luis Jorquera eran los únicos almacenes de ramos generales de la época que compraban el oro”.

“No se puede describir el orgullo que se siente el poder sacarle la riqueza a la tierra y darle de comer a la familia”, dijo el hombre al borde de la emoción y sus ojos celestes dejaban entrever unas lágrimas contenidas.

En ese momento vuelve a recordar su sacrificio pasado. “Era la única forma de vivir, sacar el oro y cambiarlo por mercadería. La plata no se conocía”. “Esto se hacía de sol a sol, vio cumpa!”, le dijo a su compañero Juan como buscando la aprobación y la encontró con un breve asentimiento de cabeza. “Antes no había horarios y no se conocía el reloj. Salía el sol y se escondía el sol y nosotros metidos en el agua”, recordó.

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