Durante más de 10 años, estuvo sumergida en el mundo del intercambio de parejas. Habla en primera persona sobre las luces y sombras de su experiencia en una práctica que no escapa a ciertas contradicciones sociales.
Hay fiesta swinger en una chacra de Plottier. La organiza una pareja muy reconocida en el ambiente. El estacionamiento está lleno de autos de alta gama mixturados con otros más humildes. Fueron invitadas parejas de la política, del mundo empresario, de la justicia, gente común y corriente y algunos solos. Los une una sola cosa: el sexo compartido y el intercambio de parejas. Lo disfrutan y lo desean, al menos en apariencia, y esa noche están ahí para eso, para encontrar y darse placer. Belén entra con Juan, su marido. Cuando el dueño de casa abre la puerta y se da cuenta que son ellos, grita entusiasmado: “¡Belén, qué sorpresa. Te estaba esperando”. Y sin que ella pueda hacer nada, ni asentir, ni negarse, ni apagar el cigarrillo que está fumando, la toma de atrás por la cintura y tienen sexo. Belén está visiblemente incómoda y le pide varias veces que pare. Pero el hombre no se detiene y nadie hace nada, ni su marido, ni ninguno de los presentes. La noche sigue su rumbo. Tampoco ella dirá una sola palabra, llorará en el baño a escondidas y se tragará el dolor. “¿A quién iba a explicarle que me violaron en una orgía?”, dice.
Swinger es la práctica sexual consensuada de intercambio de parejas. Se estima que un 2% de la población argentina tuvo en alguna oportunidad una experiencia de ese tipo, lo cual es muy difícil comprobar, ya que suele quedar en el plano de lo privado. En el Valle, existen algunos espacios que garantizan que el swinging se lleve a cabo en un clima de respeto. Durante varios años, Belén y su marido estuvieron sumergidos en este mundo con experiencias no siempre felices. Como toda práctica humana, no escapa a las sombras de la humanidad.
Belén llegó a Neuquén cuando era muy joven y desde entonces trabajó sin parar. Tiene dos hijos de su primera pareja. Dice con orgullo que aunque siempre estuvo sola, logró juntar el dinero para comprarse la casa que luego ampliaron con Juan. “Trabajé de todo: no nací reina”, aclara. Siempre fue muy libre con su cuerpo, nunca tuvo ningún tabú a la hora de disfrutar su sexualidad, ni de su sensualidad.
A Juan lo conoció militando en una agrupación política y solidaria. Lo admiraba por su calidad humana y su frescura. Eran épocas muy buenas, recuerda, entre ellos había una química evidente. Juan estaba casado. Empezaron a tener un affaire que terminó desbordándose y durando tres años, entre idas, vueltas y encuentros muy ansiados. Finalmente, Juan se separó y empezaron a estar juntos.
Desde el comienzo, todo estuvo muy claro entre ellos, siempre supieron el tipo de vínculo que querían tener. Se habían conocido rompiendo la lógica de la monogamia. Además, Belén entendía y entiende que el cariño entre personas nada tiene que ver con la propiedad privada. Decidieron que entre ellos lo sexual fuese un plano para compartir. Sus primeras experiencias swingers se dieron espontáneamente, cuando salían Belén solía atraer a muchas mujeres y eso a él le encantaba. Después empezaron a usar páginas de encuentros, en realidad él empezó a utilizarlas y a pautar los encuentros swingers a los que ella accedía.
Un inicio con red flags
Las cosas iban muy bien. Estaban enamorados y disfrutaban de esa libertad pautada. El primer gran regalo que él le hizo, fue la entrada a un recital multitudinario en Buenos Aires al que ella no le interesaba mucho ir. Y también una entrada a Anchorena, un club swinger por el cual tampoco tenía ningún interés. El lugar era exorbitante, tres pisos de lujuria. Recuerda que fue una noche difícil. Que cuando entrabas todos empezaban a tocarte, que supuestamente bastaba con correrles la mano para hacerlos o hacerlas saber que no querías, pero nada de eso sucedía realmente. Recuerda el olor a transpiración mezclada con perfumes caros y tabaco. En el boliche habían djs y stripers y pistas de baile, pero también salas habilitadas para las orgías. Cientos de personas teniendo sexo en simultáneo: una sincronización perfecta de placer y jadeos.
Se descompuso. Belén le dijo a Juan que se quería ir y se volvieron al hotel. “Me puteó de arriba a abajo, estaba furioso. Me dijo que se había separado para hacer estas cosas y que cómo era posible que ahora yo no quisiera. Me dejó sola en el hotel y se fue. Yo no tenía dónde ir, se había llevado mis cosas, mis documentos y mi dinero. Lo esperé llorando. Y aunque esa noche todo quedó ahí, terminé accediendo a que eso sea parte de nuestras vidas”, dice.
En 2015, luego de un largo historial de encubrimiento judicial, Anchorena fue clausurado por trata de personas. La hija de Raúl Martins, un ex espía de la SIDE y dueño del lugar, lo denunció por liderar una organización criminal dedicada a la explotación sexual de mujeres que involucraba a varios países latinoamericanos. Fue procesado y desde 2019 cumple prisión preventiva en México. El lugar, en cambio fue cambiando de piel y de nombres y continúa siendo un templo swinger.
Lo que habilita el swinger
“Lo primero que me surge decir, ante cualquier nueva práctica sexual que vaya a iniciarse, es que lo importante es que sea muy conversado, muy charlado antes y que si se experimenta, evaluar que a ambos les haya gustado, que para los dos esté bien”, explica la psicóloga Laura Chiarotto. “El peligro, y no es exclusivo del swinger ni mucho menos, incluso se da en muchas parejas que abren la relación, es cuando una de las partes cede para no ser dejado, para que no se termine la relación. Eso por supuesto termina siendo muy oscuro. Siempre, ante todo, lo importante es el consenso y no importa si vos dijiste que sí y al momento del encuentro querés decir que no, la posibilidad de retroceder debe estar siempre presente”, agrega.
Durante más de 5 años, Belén y Juan tuvieron 1 o 2 encuentros swingers por semana. Los organizaba él. A veces era con otras parejas; a veces ellos con un solo o con una sola; a veces eran en fiestas o boliches.
“Tenía miedo que me dejara. No te voy a mentir, yo accedía a todo, pero no siempre la pasaba bien, la mayoría de las veces no. Había que ser buena chica. Igual no me callaba nada y a veces volvíamos peleando en el auto. Me acuerdo que un día estábamos discutiendo y rompió un vidrio de una piña”, dice. Y agrega: “Y ese no era sólo nuestro caso, muchas de las parejas mantenían las mismas dinámicas. Parece todo muy libre pero no lo es. Siempre dicen: que las chicas empiecen primero. O siempre hacen que las chicas se filmen. Siempre son ellos los que dicen lo que hay que hacer”.
Usar preservativo; los besos en la boca y los orgasmos son exclusivos de las parejas; está absolutamente prohibido enamorarse. El swinger tiene sus reglas, algunas son generales, otras se consensuan antes del encuentro. La primordial es el deseo: si se termina el deseo, por más que esté iniciado el acto sexual, si se esfuma el consentimiento todo debería detenerse.
“Lo importante es elegir, la libertad es fundamental en la práctica erótica, aunque sea muy sobre el momento: no son vínculos para siempre. Hay mucha exposición de intimidad en esas prácticas, hay gente incluso que va montada para experimentar las fantasías. El punto es que tanto en el sexo como en la vida, hace cinco minutos es pasado. Si el deseo desaparece ya está. Ese debe ser una regla general para todo. Pero ya sabemos cómo es el machismo, el patriarcado, la noche, el sexo y la humanidad”, dice Silvina, una mujer que hace años practica BDSM (Bondage; Disciplina y Dominación; Sumisión y Sadismo; y Masoquismo) y que cuenta que aunque hay muchos tabúes con ese mundo, la palabra de seguridad que se establece antes de iniciar la práctica sexual, es sagrada.
“Me acuerdo que un día estábamos con una pareja y él gritaba: 'este culo sí que me gusta, no como el tuyo'”, explica Belén. Escenas como esas, con ese nivel de violencia, dice, eran parte del cotidiano y estaban naturalizadas.
Una vez una amiga de Belén se enamoró de un solo y el marido casi la mata golpes. Después pudo escaparse y dejar atrás todo ese mundo. A Belén también le pasó una vez de enamorarse, en realidad entendía que ese pibe 20 años más joven que ella, con el que tenía una química sexual de otra dimensión, no iba a hacerle ningún daño. Por el mismo motivo, también prefería estar con mujeres. Siempre intentó buscar halos de luz en la oscuridad.
Fin de una época
El principio del fin fue el enamoramiento que tenía con el solo. Juan empezó a sentir celos, pero al mismo tiempo a disfrutar del placer de su esposa, hasta pautaba encuentros con él cuando quería regalarle algo. “Yo empecé a necesitar enamorarme, aunque sea un ratito, una noche. Mi cuerpo ya no podía tener sexo con cualquiera porque sí como él pretendía. Empezó a generar encuentros por su lado, solo. En un momento no dio para más”.
Dejaron el swinger y empezaron a generar otros encuentros con parejas amigas: con menos reglas, más espontáneos, más relajados, con otra construcción de intimidad. “En pandemia la pasamos muy bien. Acá se quedaba a dormir todo el mundo después de las reuniones que programábamos. A veces yo me iba a dormir sola, a veces participaba de las orgías. Pero después me empecé a dar cuenta que eran muchas más las veces que elegía irme a dormir, aunque la mayoría venía por mí”, explica.
Hace un tiempo se separó de Juan. A la luz eran una pareja sólida y feliz, una pareja emprendedora, viajera, optimista. Dice que lo que más le gustaba de él es que no tenía problemas con nada, que siempre te hacía sentir que podía resolver todo, hasta lo imposible. El límite no fue que se acostó con una de sus amigas más cercanas, quizá un poco sí, quizá fue un poco de todo.
Cuando Belén termina el relato es difícil ver a la mujer sensual y poderosa que es cuando está brillando, aunque sea en sus propios infiernos. Parece en cambio una niña asustada y vulnerable. “El otro día me pasó algo terrible. Una amiga estaba hablando de mí, me contaba que le había dicho al marido sobre lo difícil que me estaba resultando poder concretar la separación de Juan. Estaba tan compenetrada en la charla, que hasta parece que se olvidó de mí porque decía: 'Y yo le dije a mi marido, lo que pasa es que Belén está enferma, enferma de manipulación'”.
En la radio suena Nos veremos otra vez, la canción de Serú Girán que dice: “Aunque te abraces a la Luna/ aunque te acuestes con el Sol/ no hay más estrellas que las que dejes brillar/ Tendrá el cielo tu color”. Es una noche tibia de primavera. Hablamos sobre lo cerca que está el verano, sobre lo que disfruta del mar aunque no sepa nadar. Hablamos de lo importante que es sentirse bien querido.
“Yo ya no quiero estar en ese lugar. Es sólo eso, ya no quiero”.
“¿Cuánto más tenía que soportar por amor?”.
Después, se seca las lágrimas y se pone de pie. La sonrisa vuelve a dibujarse en su cara y a iluminar todo, viva, fulgurante, como brilla la vida cuando se impone a la muerte.
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