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¿Qué es un ACV isquémico? La enfermedad silenciosa que terminó con la vida de la "Locomotora" Oliveras

Conocer los síntomas, actuar con rapidez y adoptar hábitos saludables son claves para prevenir esta grave enfermedad neurológica.

La muerte de Alejandra “Locomotora” Oliveras, excampeona mundial de boxeo, conmocionó al país y puso nuevamente en agenda una de las enfermedades más graves y frecuentes a nivel global: el accidente cerebrovascular, más conocido como ACV. En el caso de Oliveras, se trató de un ACV isquémico, el tipo más común, que ocurre cuando una arteria que lleva sangre al cerebro se bloquea. El episodio le provocó un daño neurológico irreversible del cual no pudo recuperarse.

Este tipo de ataque cerebral puede causar secuelas graves en cuestión de minutos y, si no se actúa con rapidez, suele dejar consecuencias permanentes o incluso llevar a la muerte. La Organización Mundial de la Salud lo considera una de las principales causas de discapacidad adquirida y mortalidad a nivel mundial. Sin embargo, pese a su gravedad, muchos desconocen sus causas, síntomas y cómo prevenirlo.

Qué es un ACV y por qué se produce

Un ACV se produce cuando el flujo sanguíneo hacia una parte del cerebro se interrumpe, ya sea por un bloqueo (ACV isquémico) o por la rotura de un vaso sanguíneo (ACV hemorrágico). Sin oxígeno ni nutrientes, las células cerebrales comienzan a morir rápidamente, lo que puede afectar funciones vitales como el habla, el movimiento o la memoria.

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El ACV isquémico representa cerca del 80% de los casos y suele ser causado por un coágulo sanguíneo que obstruye una arteria cerebral. En el caso de la Locomotora Oliveras, fue precisamente este tipo de episodio el que la llevó a una internación urgente y posterior intervención quirúrgica, aunque el daño ya era demasiado extenso.

Señales de alarma: actuar rápido puede salvar una vida

El tiempo es clave cuando se trata de un ACV. Reconocer los síntomas puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, o entre una recuperación total y una discapacidad permanente. Los signos más comunes incluyen:

  • Pérdida repentina de fuerza o entumecimiento en la cara, el brazo o la pierna, especialmente de un solo lado.

  • Dificultad para hablar o comprender lo que se dice.

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  • Problemas repentinos para caminar, mareos o pérdida de equilibrio.

  • Dolor de cabeza intenso y súbito, sin causa aparente.

Ante cualquiera de estos síntomas, la indicación es clara: no dudar y llamar de inmediato a una ambulancia. Cada minuto cuenta, y cuanto antes se reciba atención médica, mayores serán las posibilidades de supervivencia y recuperación.

Prevención: los hábitos que marcan la diferencia

Aunque no todos los ACV pueden prevenirse, muchos están relacionados con factores de riesgo modificables. La presión arterial alta es el principal enemigo, pero también inciden otros hábitos y condiciones:

  • Mantener la presión arterial bajo control.

  • Evitar el tabaquismo.

  • Seguir una alimentación saludable.

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  • Hacer actividad física de forma regular.

  • Controlar el colesterol y la diabetes.

  • Evitar el consumo excesivo de alcohol.

La combinación de controles médicos periódicos y un estilo de vida saludable puede reducir drásticamente las probabilidades de sufrir un ACV.

La rehabilitación: un proceso largo pero posible

Cuando una persona sobrevive a un ACV, la recuperación no termina en el hospital. Comienza entonces un proceso de rehabilitación que puede extenderse por meses o años. Su objetivo es recuperar habilidades perdidas y adaptarse a nuevas limitaciones. El abordaje es integral y depende del daño sufrido.

  • Evaluación interdisciplinaria: neurólogos, fisiatras, kinesiólogos, fonoaudiólogos y psicólogos evalúan el tipo de ACV, la zona afectada y las funciones comprometidas.

  • Rehabilitación física: ejercicios para recuperar fuerza, movilidad y equilibrio. Incluye fisioterapia y terapia ocupacional para volver a realizar tareas cotidianas.

  • Rehabilitación del lenguaje: si el ACV afectó el habla, se trabaja con fonoaudiólogos para mejorar la comunicación y la deglución.

  • Rehabilitación cognitiva: mediante estimulación se intenta recuperar funciones como la memoria, la atención o el razonamiento.

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  • Apoyo psicológico: muchas personas atraviesan depresión, ansiedad o cambios de conducta. El acompañamiento emocional es clave para afrontar esta nueva etapa.

  • Adaptación del entorno: se modifican espacios del hogar para facilitar la autonomía. También puede incluir orientación laboral o reinserción social.

Cuanto antes se inicie este proceso, mejores son las posibilidades de recuperar una buena calidad de vida. No obstante, cada paciente es único, y los avances dependen del grado de daño cerebral y la constancia en la rehabilitación.

Un final que visibiliza una problemática urgente

La historia de Oliveras, que luchó tantas veces arriba del ring, terminó con una pelea que no pudo ganar. Su caso sirve para visibilizar una problemática de salud pública que aún necesita más información, prevención y atención temprana. En la memoria colectiva quedará su energía, su carisma y su rol como ejemplo de superación, pero también el llamado de atención sobre una enfermedad silenciosa que puede tocarle a cualquiera. Estar informados es, también, una forma de cuidarnos.

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