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Aquellas obras urgentes para que el viento no borre las calles de Neuquén

En 1929 la Municipalidad intimó a los vecinos para que hicieran las veredas y el cordón cuneta. Los médanos y la arena eran una gran pesadilla para el pueblo.

En la Neuquén de principios del siglo pasado, el viento no era un fenómeno: era un personaje. Tenía carácter, malhumor, y una fuerza inusitada que se colaba por las rendijas, doblaba los álamos como si fueran pasto seco y, sobre todo, levantaba médanos en las veredas como si estuviera empeñado en devolverle al pueblo su antigua condición de desierto.

Era habitual que, después de una noche de ráfagas furiosas -de esas que hacían temblar los postigos y desvelaban a las familias-, algunas casas amanecieran literalmente tapadas por la arena. Había que salir con pala en mano y abrirse paso hasta la calle. La vereda se convertía en una loma, y en los patios traseros brotaban dunas tan altas como los paredones.

Los vecinos protestaban y tenían toda la razón. Era la época en que todo se hacía a pulmón: desde levantar una medianera, juntar leña para el invierno, buscar agua para las plantas y los animales hasta pelearle al viento, una lucha titánica contra la naturaleza que siempre resultaba perdida.

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Un grupo de presos de Neuquén trabaja en la reparación de la Diagonal Alvear.

Un grupo de presos de Neuquén trabaja en la reparación de la Diagonal Alvear.

La decisión de la Municipalidad, tras un día de viento furioso

Fue después de un gran vendaval que prácticamente borró al caserío que la Municipalidad tomó cartas en el asunto. No podía ser que un pueblo que aspiraba a crecer se desdibujara cada vez que soplaban aquellas ráfagas el oeste. Fue así como se dictó una resolución que obligaba a los propietarios de los inmuebles del radio urbano a construir veredas y cordones. No por estética, sino como defensa: una trinchera de cemento contra el avance de la arena.

La orden era clara: “Teniendo esta municipalidad el propósito de arreglar las calles en la planta urbana… se ordena la construcción de cordones y veredas en ambos lados de las calles para que esta municipalidad proceda a su arreglo y abovedamiento…”, decía el texto que se publicó en el diario “Neuquén” del 20 de diciembre de 1929. Los vecinos tenían 30 días para cumplir o serían sancionados. Se explicaba además que la iniciativa era “evitar la creación de médanos o montículos de arena en los lugares que por falta de aceras los vientos no pueden arrastrarla”.

Las autoridades no querían más excusas. Era necesario hacer algo -al menos intentarlo- para domar las movedizas dunas de las bardas que se extendían y rodeaban a la ciudad de Neuquén.

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Una de las pocas casas con vereda a principios del siglo pasado en Neuquén.

Una de las pocas casas con vereda a principios del siglo pasado en Neuquén.

Cambios que comenzaron a transformar a la ciudad de Neuquén

Aquella resolución municipal marcó un antes y un después. De a poco, con más voluntad que recursos, las veredas y cordones fueron apareciendo y cambiando de a poco la fisonomía del pueblo y la Municipalidad avanzó con los trabajos de apisonamiento de las calles, ahora bien delimitadas. Y aunque el viento siguió soplando, estas aparentes pequeñas obras le dieron pelea a la naturaleza. La arena todavía venía de visita, pero ya no se quedaba a vivir.

Hoy, casi nadie recuerda aquellos médanos de ciudad, esas casas que amanecían enterradas como si hubieran sido olvidadas por el tiempo. Pero los viejos que aún caminan por esas calles tienen razón cuando dicen que vientos eran los de antes. O lo vivieron o se los contaron sus padres cuando eran chicos. Y a decir verdad, tienen razón.

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