Un sueño made in Argentina: la historia de Pumper Nic en un libro fantástico
La historia del primer fast food argentino. El nacimiento y la muerte de Pumper Nic a partir de una investigación de la periodista Solange Levinton.
La historia del primer fast food argentino no comienza con una hamburguesa ni con un local pintado de colores estridentes. Comienza, en cambio, con una escena íntima, sencilla y profundamente porteña: una abuela que pasa a buscar a su nieta por la escuela y la lleva a comer a un lugar que parecía traído de otro planeta. Un salón amplio, con bandejas de plástico, papas fritas servidas en conos de papel impreso a más de una tinta y una mascota que no era un payaso sino un hipopótamo.
Ese recuerdo fue el disparador de "Un sueño made in Argentina", el libro de la periodista Solange Levinton que reconstruye con minuciosidad y sensibilidad la historia de Pumper Nic, la primera cadena nacional de comida rápida que anticipó a las grandes marcas norteamericanas en nuestras ciudades.
Publicado por Libros del Asteroide, premiado como tercer mejor libro de no ficción por la misma editorial, el trabajo de Levinton no se limita a evocar la nostalgia del combo de hamburguesa ni la estética pop. Es también una investigación detallada, que pone en primer plano a su creador, Alfredo Lowenstein, un empresario tan visionario como misterioso, y conecta la historia de la marca con los vaivenes del país: dictadura, rodrigazo, hiperinflación, privatizaciones, franquicias descontroladas y cierre abrupto.
El hipopótamo y el sueño argentino
En la memoria colectiva de los argentinos que vivieron su infancia o adolescencia entre los años 70 y los 90, Pumper Nic ocupa un lugar especial. “Muchas personas recordamos haber sido felices ahí”, dice Levinton. Y tiene razón. Porque más allá del gusto de la hamburguesa —que tal vez no era tan espectacular como uno recuerda—, el local era un plan, una experiencia, una cita romántica, un cumpleaños, un recreo después del colegio. “Fue el primer lugar donde ir a comer era un plan divertido para un nene. Antes, comer afuera era algo para adultos. Ahí cambió todo”.
La mascota, el famoso hipopótamo, no fue producto de un departamento de marketing sino de una ocurrencia azarosa. Alfredo Lowenstein había visto un camión de basura en Miami con un dibujo de un hipopótamo al costado y pensó que podía funcionar como ícono amigable. Así nació la figura que todavía hoy, décadas después del cierre de la cadena, aparece impresa en remeras, tazas y stickers, incluso entre jóvenes que nunca llegaron a comer en un Pumper Nic. El “Dale de comer al hipopótamo”, que aparecía junto a los cestos de basura del local, quedó grabado en la memoria de varias generaciones.
Pumper Nic no solo vendía hamburguesas: también fue escenario de momentos culturales inolvidables. En 1984, el trío Soda Stereo presentó allí su primer disco homónimo en el subsuelo de uno de sus locales insignia de la Ciudad de Buenos Aires. Aquel evento fue gratuito y reunió a fanáticos y curiosos que aún no sabían que estaban presenciando el nacimiento de una de las bandas más importantes del rock nacional. El vínculo entre la cultura pop y la marca fue tan natural como simbólico: ambos representaban lo nuevo, lo moderno, lo disruptivo.
Alfredo Lowenstein, el fantasma de los fast food
La historia de Pumper Nic no puede entenderse sin hablar de su fundador, Alfredo Lowenstein. Hijo de inmigrantes judíos alemanes que se instalaron en Entre Ríos, provenía de una familia ligada al negocio de la carne. Uno de sus hermanos, nada menos, fue el creador de las hamburguesas Paty. Pero Alfredo era más hermético, más misterioso. Nunca dio una entrevista. Nunca quiso mostrarse como figura pública, aunque su empresa marcó una época.
Según relata Levinton, vive hoy en un castillo en Italia, donde maneja una empresa de bienes raíces. “Era un tipo que no buscaba los flashes, ni las notas, ni el reconocimiento público. Le interesaba ver si un negocio funcionaba o no. Punto”. Lo llamativo es que, pese a su bajo perfil, creó una marca que definió el paisaje urbano de las grandes ciudades argentinas durante más de dos décadas.
Incluso durante los años más oscuros de la Argentina, Pumper Nic dejó huellas. Carlos Alberto Carabajal, quien trabajaba como mozo en uno de los locales de la cadena, figura entre los detenidos-desaparecidos de la última dictadura militar. Fue secuestrado el 1 de mayo de 1977 y nunca más se supo de él. El caso fue documentado por organismos de derechos humanos y forma parte del registro nacional de trabajadores víctimas del terrorismo de Estado. Su historia demuestra cómo incluso los ámbitos más cotidianos, como un local de comidas rápidas, también fueron alcanzados por la violencia política del país.
La investigación: Old School y artesanal
Para escribir Un sueño made in Argentina, Levinton se enfrentó a una dificultad enorme: la escasez de documentación. No hay archivos digitalizados sobre la empresa. No existen memorias empresariales. Apenas algunos artículos sueltos, comentarios en redes y muchos recuerdos personales dispersos.
“Fue una investigación muy artesanal, muy a la vieja escuela”, cuenta. Lo primero que encontró fue un grupo en Facebook de ex trabajadores de Pumper Nic. Ese grupo, lleno de anécdotas y emociones, fue el punto de partida. A partir de ahí, entrevistas, visitas a hemerotecas, revisiones de archivos judiciales para rastrear el proceso de quiebra, llamadas telefónicas, correos electrónicos. Cada testimonio sumaba una pieza al rompecabezas.
Uno de los hallazgos más conmovedores del libro fue descubrir que muchas de las personas que habían trabajado allí —algunas durante 20 o 30 años— todavía sufrían por el cierre. “Había algo de duelo no resuelto”, dice Levinton. “Muchos lo vivieron como un despojo. De un día para el otro, les dijeron que se cerraba, que no se llevaban un mango. Y eso, para quienes habían puesto el cuerpo y el corazón durante tanto tiempo, fue devastador”.
De Buenos Aires al país: franquicias y caos
El crecimiento de Pumper Nic fue explosivo. El primer local abrió en 1974 y, para mediados de los años 80, ya tenía presencia en las principales ciudades del país. Bahía Blanca, Neuquén, Rosario, Córdoba, Mendoza. En cada lugar, la llegada de un local era un hito. Para muchas provincias, era como entrar a la modernidad, acceder a una postal de los Estados Unidos sin cruzar el charco.
Pero el crecimiento no fue ordenado. El sistema de franquicias se descontroló. “Era muy a la argentina”, resume Levinton. “Había amigos, primos, socios del dueño. Algunos abrían locales sin respetar los estándares. No todos eran iguales. Se perdió el concepto de cadena”. Así, lo que en Estados Unidos es la base del negocio —la uniformidad, la previsibilidad del producto— acá se diluyó. El local de Cabildo no era igual al de Neuquén ni al de Rosario.
Esa falta de control, sumada a la crisis económica, al avance de competidores internacionales y a decisiones empresariales poco felices, marcaron el principio del fin.
El ocaso y la caída
La marca sobrevivió a momentos turbulentos del país: el rodrigazo, la dictadura, la hiperinflación. Mientras otras empresas cerraban, Pumper Nic remarcaba precios, recortaba costos, resistía. Pero a comienzos de los 90, con la llegada de las grandes cadenas norteamericanas —McDonald's abrió su primer local en 1986 en la Argentina—, el panorama cambió.
Los consumidores empezaron a comparar. Las hamburguesas de Pumper Nic ya no parecían tan ricas. El marketing de los gigantes internacionales fue arrollador. La estética, la limpieza, los juguetes, la publicidad. Poco a poco, Pumper Nic se fue quedando atrás.
El final fue abrupto. Los trabajadores se enteraron casi de un día para otro. No hubo indemnizaciones. No hubo explicaciones públicas. No hubo cierre digno. Solo la certeza de que el sueño se había terminado.
Un mito que sigue vivo
A pesar del tiempo transcurrido —más de 30 años desde su cierre—, la marca sigue viva en el imaginario colectivo. Hay quienes compran remeras con el logo. Quienes comparten fotos antiguas en redes. Quienes todavía recuerdan el sabor de sus papas fritas, el cumpleaños en el local de la galería Visión 2000, la cita adolescente en una mesa de fórmica naranja.
“La gente conserva un recuerdo muy emotivo”, señala Levinton. “No es común eso con una empresa. No hay grupos de Facebook de ex empleados de fast food. No hay tanto apego. Pero Pumper Nic fue otra cosa. Fue pionero. Fue una primera vez para muchas cosas”.
En ese sentido, Un sueño made in Argentina no es solo la historia de una empresa: es también una historia de país. Una metáfora de lo que fuimos y de lo que pudimos haber sido. De cómo la creatividad y el empuje conviven con la improvisación y la falta de planificación. De cómo los proyectos crecen rápido, brillan y se desvanecen. Y de cómo, aun así, se transforman en leyenda.
El libro de Levinton, que puede conseguirse en librerías de todo el país, se devora como un combo de hamburguesa, papas y gaseosa. Es dinámico, emotivo y lleno de datos sorprendentes. Pero sobre todo, es un archivo de la memoria afectiva de una generación y de un país que te emociona y a la vez te cachetea.
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