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La Mañana Cónclave

El verdadero secreto del cónclave: la comida fue crucial para elegir al nuevo Papa

Algunos cardenales hablaron sobre los platos que comieron. ¿Fue la austeridad lo que aceleró el fin del cónclave?

Durante el cónclave, cuando el mundo espera humo blanco desde el Vaticano, todo sucede puertas adentro. La Capilla Sixtina se lleva las miradas por su belleza y su peso simbólico, pero los cardenales que eligen al nuevo papa pasan la mayor parte del tiempo en Casa Santa Marta. Allí duermen, rezan, meditan y, sobre todo, comen.

Aunque el ritual tiene siglos de tradición, la convivencia diaria está atravesada por detalles mucho más terrenales. Uno de ellos es el menú. La austeridad alimentaria que rigió esos días fue tal, que más de un cardenal se mostró dispuesto a acelerar el proceso. No era solo cuestión de espiritualidad ni de afinidades doctrinales. La motivación también fue práctica: cuanto antes eligieran a un nuevo papa, antes terminaba la dieta espartana.

Un desayuno frugal con café o té y pan con mermelada, almuerzos con arroz o pasta con salsas simples, carnes magras, pescados al horno, ensaladas, verduras grilladas, fruta de postre y agua o vino como única bebida. Sin lujos ni indulgencias, el menú parecía diseñado para purificar tanto el cuerpo como la mente.

Sin espárragos ni empanadas: lo que no se podía comer

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La dieta durante el cónclave fue importante para la elección del Papa.

La dieta durante el cónclave fue importante para la elección del Papa.

El menú fue responsabilidad del nutricionista Giorgio Calabrese, especialista en alimentación y asesor del Ministerio de Sanidad italiano. Según explicó, el objetivo fue ofrecer platos livianos, fáciles de digerir y con un aporte equilibrado de nutrientes. El encierro, lejos de invitar a la actividad física, exigía concentración, introspección y calma digestiva.

Por eso se excluyeron varios alimentos. El caso más llamativo fue el de los espárragos. No por su sabor ni por motivos religiosos, sino por razones químicas: su consumo produce un olor fuerte y penetrante en la orina, algo poco deseado en baños compartidos.

Tampoco se permitieron comidas rellenas como empanadas, canelones o pollo al horno con sorpresa. La razón es histórica y casi cinematográfica: durante siglos se creyó que en esos platos podían esconderse mensajes secretos. En un ambiente donde reina el sigilo absoluto, todo se controla. Hasta lo que se sirve en la mesa.

“No se trata solo de salud, sino del bien común del cuerpo eclesial”, dijo el jesuita Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica. La idea es que ningún elemento ajeno al proceso entorpezca las decisiones espirituales. Ni siquiera el menú.

Cónclave exprés y cenas soñadas

El encierro no duró mucho. En apenas 24 horas y cuatro votaciones, se anunció el nuevo papa: Robert Francis Prevost, ahora León XIV. Algunos bromean con que la velocidad de la elección se debió, en parte, al menú. Entre ellos, el arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, quien declaró con humor que la comida fue “un gran incentivo para resolver rápido”.

El cardenal Joseph Tobin, de Newark, coincidió, aunque matizó que el último día, una vez terminada la votación, fueron agasajados con “una comida increíble”. No se sabe qué platos incluyó ese banquete, pero sí quedó claro que muchos ya soñaban con algo más sabroso desde antes.

Algunos cardenales no quisieron marcharse de Roma sin disfrutar de una buena cena. El arzobispo emérito Anselmo Guido Pecorati reveló que Borgo Pio, barrio cercano al Vaticano, es uno de los favoritos del clero para la comida. Eso sí, recomendó no usar sotana al hacerlo: los restauradores, al verlos, ajustan los precios.

En otra anécdota que también revela la distancia entre la solemnidad del cónclave y la vida cotidiana, un cardenal extranjero invitó a sus colegas a servirse del minibar de su habitación, pensando que era gratuito. Lo vaciaron, y luego llegó la factura.

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