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La Mañana Vino

La historia de amor y tradición detrás de un vino de alta gama que se produce en Neuquén

Hace más de 7 años, Carlos Mabellini y Lorena Nicolás Creide comenzaron a darle vida a Mabellini Wines, una bodega con carácter y corazón, en el barrio Confluencia.

Identidad, amor y raíz; las formas de tratar la uva; celebrar la propia historia: eso también habita en el vino. Hace menos de una década, Lorena y Carlos decidieron convertir la chacra familiar del Barrio Confluencia en una bodega, para poner en marcha el sueño que acompañó a Carlos desde la infancia y para honrar lo que fueron aprendiendo en un largo camino que vienen transitando juntos.

Buscan hacer un vino de excelencia, en el corazón de la ciudad, que pueda evocar el espíritu de una región que, desde principios y hasta mediados del siglo pasado, supo tener más de 400 pequeñas y medianas producciones vinícolas activas.

Son escribanos, se conocieron en 2002 trabajando en la escribanía Mabellini, cuando Lorena empezaba a hacer sus primeras prácticas profesionales. Pero se enamoraron y la vida tomó otro rumbo. Lorena dice que desde el principio Carlos se propuso presentarle el mundo del vino y que fue match inmediato. Un destino ineludible para una neuquina que desde muy pequeña se colaba en las mesas de los adultos para escuchar las charlas que acompañaba el vino; una niña “viejita”, como le decían sus abuelos, que disfrutaba de irse con ellos largas semanas al campo que tenían cerca del paso Pichachén, donde aprendió a querer todo lo que la tierra neuquina brinda.

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“Yo era la más chiquita de las nietas en ese momento. Mi abuelo venía y me decía: ¿viejita, vamos a Chochoy? Él manejaba, yo iba en el medio y mi abuela con su canasta y todos los víveres. Hacíamos viajes eternos al campo, porque mis abuelos eran radioaficionados, entonces íbamos parando en todos los parajes de la cordillera para llevar las cosas que nos iban pidiendo, o en los ranchitos adonde invitaban a Don Creide a compartir el mate”, recuerda.

Hoy Carlos y Lorena tienen dos hijas y también Mabelline Wines, un proyecto que comenzó como una aventura y se convirtió en un producto con puntuaciones internacionales brillantes, para el que trabaja un equipo de profesionales patagónicos, que genera trabajo local y que crece con discreción y belleza, rodeado de viento y barda, muy cerca de la confluencia de los ríos.

El vino alegre

El amor de Carlos por el vino comenzó en la infancia, en épocas donde las familias solían compartir la mesa y el vino era parte de esa ceremonia preciosa y cotidiana que tanto nos cuesta sostener en la actualidad. En ese entonces, Argentina era la primera consumidora de vino a nivel mundial, con un promedio anual de 100 litros por habitante, un número que hoy se redujo a 20.

Sus dos abuelos, Lorenzo Zannola y Pedro Mabellini, habían llegado desde el mismo pueblo italiano a vivir a Cinco Esquinas, en la zona de La Picasa, lo que hoy es Cinco Saltos. Ambos producían vino, no cualquiera, sino un vino alegre, hecho con entusiasmo en piletones, un vino que se compartía entre los trabajadores de la cosecha, que se brindaba en las carneadas, que se servía para toda la familia, también para los niños con mucha soda. Sin embargo, fue Pedro, el papá de su papá, quien se volvió un especialista y heredó esa tradición a los suyos.

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“Cuando era chico íbamos a la casa del tío Giovanni, que se había quedado produciendo en la chacra paterna. Y ahí es donde estaban las dos piletas de 4.000 litros para hacer vino. Yo me preguntaba por qué si era un vino familiar hacían 8.000 litros. Porque era para todos todos, para compartir realmente”, explica Carlos. Y agrega: “Yo no conocí a mis abuelos. Mi papá dejó la vida de chacra cuando tenía 12 años y una familia que le compraba frutas a mi abuelo lo invitó a La Plata para que pudiera hacer la secundaria y la universidad. Entonces si bien yo no lo viví directamente esa vida, ese amor es algo que se lleva en la sangre. Mi papá decía: 'vos no conociste a tus nonos, pero tenés los mismos gustos que ellos'. Es así, los genes se imponen”.

Un sueño compartido

Carlos siempre quiso hacer su propio vino, pero era un sueño que necesitaba madurar. En cambio, se hizo coleccionista, quizá uno de los más importantes del país. Los primeros vinos que guardó hace 25 años fueron un Lagarde y un Luigi Bosca. Hoy su cava privada es una fiesta de historia y belleza, que resguarda los secretos y trayectos de cientos de productores patagónicos y de cada rincón de Argentina.

“Este espacio también es una forma de mostrar respeto a los hacedores, a todos los que trabajan en la industria, que es muy diversa y muy hermosa. Porque hacer vino es tener contacto y trabajar con la tierra, es respetar y hacer valer tu terroir y llevarlo a 750 mililitros. Es algo increíble, pero se logra”, explica Lorena.

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Carlos solía decirle a su papá: “Viejo, tenemos que hacer vino”. Y él siempre le respondía: “Pero a vos no te gusta hacer vino, Carlos, a vos te gusta tomar vino”. Pedro falleció en 2017 y ese mismo año, quizá como homenaje, quizá porque sintieron la necesidad de hacer brotar la memoria, decidieron comenzaron el sueño.

“Fue una decisión. Quisimos hacerlo acá, por todo lo significaba para la familia, pero implicó reconvertir una chacra que tenía peras, ciruelas y manzanas en viñedos. Trabajamos con el ingeniero agrónomo, Marcelo Casazza, de Mendoza, que todavía nos asesoran hasta el día de hoy. Después conocimos a Valeria López, que es nuestra enóloga; ella también es patagónica, es de Villa Regina, al igual que Caverzán, otro ingeniero agrónomo. Eso nos hace armar un equipo realmente muy patagónico y nos encanta: los dueños, el enólogo, el agrónomo. Entonces hay como mucha gente del Alto Valle trabajando en el equipo, también en las chacras y eso bueno, también nos gusta”, dice Lorena.

Además de la producción local, incorporaron una chacra de Mainqué, Río Negro, que posee una bodega con viñedos históricos que construyó la familia Verdecchia en 1912, donde también están haciendo un trabajo de mejoramiento, renovación, podado sobre plantas de más de 60 años.

Viñedos propios y turismo neuquino

La bodega Mabellini no compra uvas, todo se cosecha en los propios viñedos en pequeñas bandejas de 14 kilos, en un proceso de selección que es manual, donde trabaja y disfruta toda la familia. En 2021 tuvieron la primera cosecha, luego de haber plantado en 2018. Esa primera etapa permitió obtener 7 mil botellas, que al siguiente año se convirtieron luego por 15 mil y se proponen alcanzar las 70 mil.

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No buscan cantidad, sino trabajar sobre la calidad. Carlos y Lorena dicen que están en un proceso de aprendizaje de muchas cosas dentro de la industria, intentando nunca dejar de disfrutar el proceso. Y lo hacen con pasión, porque no reconocen otra forma de encontrarse con el vino, pero también con respeto, porque saben que este terruño tiene tradición y memoria.

Hace varios años Lorena tiene “el corazón dividido en dos”, dice. Además de la bodega, administra la Estancia Chohoy Mallín, a la que iba a jugar de niña con sus abuelos. La estancia, que está ubicada muy cerca de la frontera con Chile, a pocos kilómetros de Los Guañacos y a unos 100 de Chos Malal, se convirtió en un Lodge de pesca más que atractivo para el turismo.

“Lo que hacemos tiene que ver con la identidad, es recuperar las tradiciones familiares, es hacer prevalecer Neuquén. En la estancia, mantenemos la tradición de la trashumancia. La parte turística fue algo mío, que quise hacer porque me encanta. Convertí mi casa: guardé todas nuestras cosas y armé el Lodge. Ahí siempre pasábamos el verano con mis hijas, así que cada turista que llegaba lo atendíamos todos a cuerpo de rey. Hasta que vimos que sí, que funcionaba, que la gente volvía. Entonces comenzamos a construir el nuevo lodge que ya tiene seis habitaciones”, explica. “Hay mucho esfuerzo atrás de todo esto, pero tenemos plena conciencia que no sólo es lo que amamos, sino también es la forma de que todo quede en Neuquén”, agrega.

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Hace décadas que Neuquén viene apostando a la industria turística como una posibilidad concreta de diversificar la economía. Los últimos años se convirtió en una realidad que, aunque pueda requerir mayor impulso, siempre avanza. El sector bodeguero es un aliado estratégico. Este año, en el Festival del Chef Patagónico de Villa Pehuenia estuvo presente la carpa de Vinos de la Patagonia, una sinergia entre Neuquén y Río Negro que permite destacar la potencialidad de los vinos de la Patagonia Norte.

“Creo que tenemos que unir la gastronomía con el vino en un solo espacio. Es fundamental, porque somos parte de la cadena gastronómica. No hay gastronomía sin vino, sin cerveza, sin jugo natural. Entonces, somos todos los productores que tenemos que estar juntos. Entre las bodegas nos llevamos todos muy bien. Incluso hasta para cortes, para armar vinos, nos llamamos, nos consultamos. Cada vino tiene su terroir, entonces, no hay competencia. Somos todos hacedores de vino en nuestra tierra y cuanto más unidos estemos, mejor”, concluye Lorena.

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Hay muchas formas de honrar la tierra, muchas formas de ser Neuquén. Carlos y Lorena la encontraron volviendo a la infancia, tejiendo y destejiendo una tradición, reconociendo la raíz y haciéndola vino.

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