Una joven investigadora neuquina que vive en España comparó tres ciudades y sacó una fuerte conclusión. De qué se trata.
La ciudad de Neuquén se calienta más de lo que muchos imaginan, sobre todo en la zona de la meseta. Un estudio de una investigadora neuquina especializada en cambio climático en la Universidad Rovira I Virgili en Tarragona, España, muestra que durante una ola de calor, las temperaturas de superficie en la ciudad varían drásticamente. En algunos sectores, el termómetro puede marcar hasta 50°C, y todo depende de la cantidad de árboles, tipo de suelo y si hay edificios o pavimento.
Es un mapa de calor muy llamativo, en un estudio que se hizo comparando tres ciudades de todo el país: Posadas, Buenos Aires y Neuquén. En el mismo se muestra que no en todos los barrios sufren el calor de la misma manera, y algunos lugares el termómetro alcanza cifras extremas que ponen en riesgo la salud de los vecinos.
El estudio es un paper denominado “Puntos críticos durante olas de calor: el fenómeno de la Isla de Calor Urbana (SUHI) y el mapeo de la temperatura superficial intraurbana en tres ciudades argentinas”, publicado por la Licenciada en Ciencias Ambientales, Caterina Cimolai junto a Enric Aguilar. Caterina está cursando un doctorado en esa universidad, y se especializa en cambio climático y adaptación, específicamente en las olas de calor en las ciudades. El equipo se completa con Jon Olano Pozo y Anna Boque, que están abocados a otras especialidades.
En análisis que hace del mapa de calor está tomado en algunos días de verano en Neuquén, con temperaturas extremas, pero hace hincapié en cómo lo vive cada una de las zonas, dependiendo del tipo de suelo y la cantidad de árboles. Según el estudio, el centro urbano registra temperaturas que oscilan entre 36°C y 40°C, especialmente en barrios compactos con poca vegetación, donde los edificios medianos y bajos concentran el calor.
Ola de calor en Neuquén: el suelo, los árboles y edificios
Pero el contraste de las temperaturas en la ciudad se agudiza hacia el oeste y noroeste. Es decir, en las zonas más áridas, donde hay pocos árboles y están cerca de la meseta, y con calles pavimentadas, donde las superficies alcanzan más de 44°C y, en algunos sectores, casi 50°C.
Las imágenes satelitales que midieron estos datos no reflejan la temperatura del aire, sino la que retienen los materiales del suelo y las construcciones, lo que marca una diferencia crucial para entender cómo se siente realmente el calor en la ciudad. Es decir, no se toma en cuenta la temperatura oficial del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) sino lo que irradian los materiales de la ciudad.
A partir de imágenes satelitales de alta resolución y la clasificación Local Climate Zone (LCZ), se analizó cómo el diseño urbano influye directamente en la acumulación de calor durante las olas de calor, dice el estudio que está disponible aquí en este sitio.
En cambio, los espacios con vegetación y agua, como el Paseo Costero, actúan como refugios naturales. A orillas del río, las temperaturas rondan los 31°C, en tanto que en zonas arboladas se pueden registrar hasta 17°C menos que en sectores áridos o pavimentados.
El calor "atrapado" en la noche de la ciudad
El contraste entre el valle y la meseta es muy notorio durante las olas de calor. Durante el día, la ciudad es más caliente que el valle por unos 5°C, pero más fresca que la meseta semiárida por hasta 7°C. Por la noche, el calor se queda atrapado en la ciudad, que se mantiene 3°C más cálida que el valle, aunque se aproxima a la temperatura de la meseta.
El estudio también confirma lo que muchos vecinos ya saben e invita también a cómo podría rediseñarse la ciudad en un futuro, de acuerdo a las proyecciones del cambio climático. Las plazas, parques y corredores verdes urbanos refrescan mucho el entorno. Los corredores rurales y zonas de chacras también cumplen un rol esencial, más allá de la producción frutícola, sino porque actúan como reguladores naturales del calor. Es decir, que la ciudad se podría volver más caliente si comienzan a desaparecer las zonas rurales, para hacer barrios con asfalto.
La zona de chacras fortalecen la resiliencia del territorio ante las olas de calor y aumentan la capacidad de adaptación frente al cambio climático, para proteger tanto a las personas como a los ecosistemas.
Pero no todos los habitantes de la ciudad de Neuquén están expuestos de la misma manera. Los barrios con menos árboles o con viviendas más precarias son los más vulnerables al calor extremo, lo que hace urgente que las políticas urbanas prioricen la equidad en el acceso a espacios verdes y medidas de adaptación.
Cómo se mide el calor: la superficie y el aire
Uno de los grandes problemas a la hora de estudiar el calor urbano es cómo se mide. En ciudades como Neuquén no existen sensores que registren la temperatura en los distintos barrios. “Realmente nunca sabemos bien qué temperatura tiene la ciudad en cada lugar. Neuquén, por ejemplo, tiene solo la estación del aeropuerto, y no mucho más”, explicó Cimolai. Esa falta de datos llevó a usar otra estrategia, la medición satelital.
Los satélites captan la radiación en distintas longitudes de onda y estiman la temperatura de superficie. El que se utilizó en este estudio trabaja con un nivel de detalle de 30 metros por píxel, pero la investigadora lo redujo a 10 metros, lo que permitió elaborar un mapa muy preciso de la ciudad. “Lo que mide es la temperatura de superficie, no la del aire, y dar ese salto es muy difícil. Pero nos da una fotografía muy valiosa de cómo se calienta realmente Neuquén”, señaló la investigadora.
"Las islas de calor urbanas están siendo cada vez más pronunciadas por el cambio climático, olas de calor cada vez más intensas y frecuentes. Es clave, para poder desarrollar planificación urbana eficiente y que reduzca la vulnerabilidad de la población en relación con el cambio climático, saber que no todas las ciudades ni todos los barrios se comportan igual en relación con la temperatura", dijo Caterina, en diálogo con LMNeuquén.
Y acotó: "Este trabajo es un pequeño aporte que nos acerca a eso. Ojalá que la academia se pueda vincular más con la gestión urbana, para poder trabajar juntos para afrontar realidades tan complejas como la adaptación de las ciudades al cambio climático".
El trabajo además clasifica a la ciudad de Neuquén con la metodología de Zonas Climáticas Locales, lo que permite comparar tipos de barrios y su comportamiento térmico. Esta herramienta divide la ciudad según la altura de los edificios, la densidad urbana, la presencia de vegetación y el tipo de materiales.
En el caso de Neuquén, se identificaron varias categorías. Los barrios con edificios abiertos de mediana y baja altura mostraron espacios entre construcciones y presencia de superficies sin edificar, similares a lo que ocurre en Buenos Aires. También se detectaron zonas de urbanización ligera de baja altura, con construcciones dispersas en áreas semiáridas con poca vegetación. Allí, la falta de sombra potencia el calor.
Otra categoría fueron los edificios grandes de baja altura, que corresponden a depósitos y zonas industriales con baja densidad de población. En tanto, en los sectores de urbanización dispersa con baja altura se encontraron casas más grandes, de mejor calidad constructiva y con espacios verdes irrigados, propios de familias con mayor poder adquisitivo. La diferencia entre un barrio y otro va a más allá del diseño urbano. También lo es en cuánto calor deben soportar sus vecinos y qué recursos tienen para hacerle frente.
El calor extremo afecta la salud, y cada año las autoridades informan sobre los riesgos de golpes de calor y enfermedades respiratorias o cardiovasculares. Pero también eleva el consumo de energía por el uso de aire acondicionado y ventiladores, generando costos adicionales y sobrecargando los servicios. Los resultados del estudio muestran que plantar árboles, proteger el río y planificar el crecimiento urbano no es un tema solamente estético. Es un plan para proteger la ciudad de olas de calor cada vez más intensas.
Caterina Cimolai cursa actualmente un doctorado en la Universidad Rovira i Virgili, en Tarragona, España, donde investiga sobre cambio climático y adaptación en ciudades. Oriunda de una familia de productores de Centenario, orientó su carrera hacia los estudios ambientales desde que se graduó en la Universidad de Buenos Aires. Además, se desempeña como coordinadora de la Comisión de Federalismo y Relaciones Internacionales en la Red Argentina de Profesionales para la Política Exterior (RedAPPE).
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