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Adiós a Esteban Zupanovich, un proteccionista de vocación

El titular del Refugio Luan falleció esta madrugada en Neuquén.

Por Alejandro Olivera - [email protected]

Las charlas con Esteban Zupanovich eran amenas, cálidas e interesantes. Él siempre contaba, con mucha gracia e ingenio, la anécdota del día que “salvó a la guanaca”. “Teníamos un vecino en una chacra que estaba engordando a una guanaca para comérsela. La tenía atada y me dio pena, así que lo denuncié y a los dos días las autoridades me la enchufaron a mí”, describía con el ácido sentido del humor que lo caracterizaba.

Si bien parecía que renegaba de aquel momento, lo cierto es que era la historia más importante de su vida, la que lo empujó a meterse de lleno en el mundo del proteccionismo y, sin buscarlo, a llenar el vacío que había dejado el Estado en materia de derecho animal.

A partir de aquel momento, las autoridades municipales y de Fauna de la Provincia comenzaron a llevarle todos los animales rescatados del tráfico y el maltrato o que se habían accidentado en la ciudad.

En este sentido, Esteban y su esposa Marta, motivados por el amor que sentían por los animales, convirtieron el patio de su casa de Valentina Sur en el Refugio Faunístico Luan.

En los últimos años, el matrimonio se tuvo que enfrentar a los embates de otros proteccionistas y del poder político, quienes cuestionaron con dureza su capacidad para cuidar de las más de 200 especies distintas que tenían en su casa y los sometieron a estrictos controles para verificar que el establecimiento cumpliera con las condiciones de seguridad necesarias. Pero lo soportaron y, año tras año, consiguieron que los ediles les renovaran la habilitación municipal.

Quienes tuvieron la posibilidad de visitar el refugio en sus más de 20 años de vida, saben que las aves, reptiles y mamíferos que allí viven les tenían un enorme afecto a los Zupanovich.

El puma Pancho es el animal más grande del refugio. Alcanza con verlo de lejos para tenerle respeto a esa masa de músculos, garras retráctiles, dientes filosos y una mirada amenazante. Es una perfecta máquina de matar. Sin embargo, cuando Esteban se le acercaba, Pancho se ponía de costado y le pedía caricias, como si se tratara de un pequeño gatito que fue abandonado y busca afecto.

Esa situación se repetía con varios de los animales que pasaban sus días en la casa de los Zupanovich. Incluso, tenían una pequeña nutria que se ponía boca arriba cada vez que la veía a Marta para que le hiciera caricias en la barriga.

Esteban siempre contaba, con un dejo de tristeza, sobre los animales que había “perdido”. Hace unos pocos años, las autoridades encontraron a un traficante con un cargamento de pichones de loro y, como era costumbre, los llevaron a Luan para que los Zupanovich los cuiden. A pesar de sus esfuerzos, sólo sobrevivió poco más de la mitad y eso les dolía en el alma. “Con un guardafauna amigo los soltamos en la Reserva Auca Mahuida”, contaba.

El hombre era consciente de que los animales debían estar en su hábitat, pero también sabía que cuando llegaban a Luan era porque no tenían otro lugar donde estar.

“La gente nos trae animales que se encuentra cuando se va de paseo. Una tortuga que estaba cruzando la ruta o un cachorro de nutria que estaba en la orilla del río esperando a la mamá. Lo que no logra entender la gente es que los tiene que dejar donde están, porque se encuentran en su hábitat natural y los estamos invadiendo. Si los sacamos de ahí, terminan encerrados”, solía decir en las visitas de este diario al refugio.

Esteban Zupanovich no sólo fue un pionero en el proteccionismo regional, que se cargó a los hombros una problemática que el Estado no supo resolver, sino que fue un actor que intentó crear conciencia sobre la importancia de cuidar a los animales de la mejor manera posible: dejándolos libres.

Esta madrugada, Esteban falleció en el Hospital Heller, tras permanecer internado por dos meses. En sus últimos días, renegaba -con razón- por el acoso de la prensa, que iba a su casa a consultar cómo seguía el trámite de la habilitación municipal. “Pibe, a ver si un día te caés con unas facturas y tomamos unos mates”, le dijo a este redactor en uno de los últimos encuentros. Así era Esteban, un tipo que hacía lo que sentía y que dejará un gran vacío en la sociedad neuquina.

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