El vecino regala humanidad a los pacientes que pasan la noche con frío para sacar un turno en el hospital. "El milagro de mi vida nació en una clínica", dijo.
Antes de iniciar con su jornada laboral, Alejandro Riffos (38) pasa por el hospital de Centenario para servir café caliente y tortas fritas a los vecinos que esperan afuera del establecimiento asistencial por un turno médico. No puede mirar para el costado o cerrar los ojos ni seguir de largo. Solidario y con un corazón gigante, detiene la marcha de su camioneta y regala un poco de humanidad. Tal vez porque esa vigilia le devuelve el reflejo del Alejandro papá que conoce de memoria esos pasillos y atravesó largas noches de angustia y desesperación por la vida de su pequeña hija.
"Tengo una historia fuerte con una hija que siempre me lleva a mirar un hospital y una clínica. Sé lo que es pasarla mal, estar del otro lado esperando. Conozco muy bien esos pasillos. Me pasó de que me traigan un plato de comida, esperando un diagnóstico; o no es el plato de comida, es el gesto de alguien que aparece de la nada y se acuerda de vos. Gracias a Dios nuestra hija tiene 10 años. Está sana, es un milagro", expresó, en una entrevista con LMNeuquén.
Su historia nació en el pasillo de una clínica, después de pasar más de 20 intervenciones quirúrgicas con su pequeña Morena. Es papá de otra nena -Agustina, de 8- y esposo de Débora. Juntos son familia e impulsan una cadena de solidaridad que empezó en pandemia de Covid-19. Su trabajo solidario no se cortó cuando volvió la normalidad, más aún: se hizo grande.
Alejandro es un eslabón más en una organización solidaria -Más Compasión- que suma 40 voluntarios y tiene presencia en comedores, merenderos y basurales. Incluso llevan una palabra de amor y esperanza a las personas que están en situación de calle y duermen en el dispositivo que armó el Gobierno en la Ciudad Deportiva.
Creer en Dios, como pan de amor
"Es creer en Dios sin preámbulos, sin barreras ni estructuras. Porque hay un Dios que te ama y te llena por completo. Hay un amor que nos atraviesa. Yo lo conocí así. El día que me aferré a él, mi hija salió adelante. Tenía un año. Hoy tiene 10. Su vida es un milagro; y esto que hago es una forma de agraceder", expresó Alejandro.
El viernes por la madrugada, pasó por el hospital de Centenario y regaló café y tortas fritas a los vecinos que esperaban por un turno médico. La reacción inmediata fue sorpresa. Las personas piensan que Alejandro les va a cobrar; y no pueden creer que sea gratis, un regalo. "Te quedan mirando, no entienden, preguntan por qué lo hago", señaló.
Pero entonces él vuelve sobre sus propias convicciones: "Se trata de dejar de hablar tanto y hacer más. Esta es una gesta de todos los días, la compasión nos lleva a eso. Por ahí no le solucionás ni cambiás la vida a nadie, pero es un gesto que marca la diferencia. Pasa con el hospital y con otras actividades que hacemos; y nos conocen por eso: menos bla, más amor. Ya somos 40", contó.
Hace cinco años, Alejandro armó la agrupación solidaria Más compasión que hoy tiene su propio comedor móvil: un carro gastronómico totalmente equipado que reparte comida en las calles de Neuquén. Tiene freidora, panchera y una gran plancha donde tiras hamburguesas. El carro se engancha a una camioneta y este jueves repartió amor en tres barrios: Gran Neuquén, Valentina Sur y Cuenca XV.
Donde haya un niño, ahí estarán
"Nos enfocamos en los nenes. Muchos lamentablemente se van dormir con la panza vacía. Eso nos inquieta y nos remueve mucho. Pensamos en panchos, una papa frita o una hamburguesa porque al mediodía, en los comedores, recibe un guiso o un estofado. Y a los chicos también les gusta comer estas cosas", manifestó.
Esta semana entregaron hasta 500 panchos, una gran tarea solidaria que no hubiese sido posible sin el aporte de otras personas anónimas que colaboran con lo que pueden.
Morena y Agustina, sus hijas, son parte activa del proyecto. "Hoy trabaja con nosotros, recorre merenderos, comedores, va al basural. Es una escuela de vida. A veces vamos con disfraces a los hospitales, a las cárceles, o simplemente a escuchar a alguien. Lo que hacemos es sembrar empatía", dijo Alejandro, que no disimula el orgullo por la forma en la que sus hijas, Morena y Agustina, se involucran: "Ellas ya invitan solitas a comer a otros nenes. Hacen los sándwiches y las viandas para repartir".
De comerciantes al trabajo solidario
No hay banderas, ni carteles, ni sponsors detrás de esta movida. Solo la convicción de que basta tener amor por el prójimo. "Todo lo que llega a nuestras manos, va a la gente. A veces aparece alguien con un pack de gaseosas, otra con un carro. Hay mucha gente solidaria en Neuquén que sustenta nuestro trabajo. La gente acompaña, ve lo que hacemos y lo que dona y se recibe, se entrega. Me encanta saber que somos neuquinos. Porque somos de acá. No es que viene una ONG de afuera", destacó.
La solidaridad también los llevó a lugares inesperados y más lejanos, como El Bolsón, cuando sufrió los incendios. Prepararon una Renault Kangoo cargada de mercadería. También ayudan a personas en situación de calle con un plato de comida. Pero la debilidad más grande de Alejandro y su familia son los niños. "Donde haya un solo nene, es la mejor excusa para llegar con algo", confesó.
En el refugio de la Ciudad Deportiva dan contención espiritual y un mensaje de esperanza. "Creemos que hay un amor que no pide antecedentes. No es solo dejar un plato. Nos quedamos, abrazamos, escuchamos. Es una caricia al corazón lo que se llevan". Alejandro Riffos, 38 años.
Por supuesto que además de trabajar por los demás, él y su esposa se ganan la vida como comerciantes. Cuando terminar con su jornada laboral, cargan la "kangooneta" con donaciones y salen a repartir. Su vehículo es lo más parecido a un almacén. Cuando se abren sus puertas, las personas encuentran desde panchos hasta frazadas. Es más, el día que Neuquén se cubrió de blanco, fueron hasta un basural y llevaron abrigo a las personas que encontraron durmiendo debajo de un nylon.
"Se me hace un nudo en la garganta de solo contarte. Fue fuerte ver eso. Pero tenemos algo muy valioso: la satisfacción de haber llegado y que nos conozcan y nos digan 'vos sos Ale'. Eso es impagable. Cuando la gente te conoce por lo que hacés, te identifica, es impagable. No es que vendés humo, la gente sabe que vamos y no pedimos nada a cambio", confesó Alejandro.
Alejandro no busca aplausos. Solo quiere devolver un poco de lo que recibió: "Soy cristiano. Y lo que hago es devolverle a Dios un poco lo que hizo por mi hija. Esto es mi forma de decir gracias".
En un mundo donde el individualismo parece ganar terreno, este joven eligió otro camino: el del servicio silencioso, del abrazo sin condiciones, del café caliente que reconforta más que mil discursos. Su historia, nacida en un pasillo de hospital, hoy recorre las calles como una antorcha encendida por la gratitud.
La semana que viene preparan el carro para salir de nuevo. Dependen también de que la gente colabore. "Lo que llegue a nuestras manos, lo pondremos a la plancha", cerró Alejandro.
Los vecinos y vecinas que quieran colaborar con Alejandro, su familia y la organización los encuentran en las redes como Más Compasión. También pueden comunicarse al contacto 2995229056.
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