Tormentas del noreste: el cambio climático potencia su furia destructiva
Un nuevo estudio advierte que, aunque podrían ser menos frecuentes, las “nor’easters” serán más intensas y peligrosas en un clima más cálido.
Las tormentas del noreste —conocidas como nor’easters — podrían volverse más peligrosas en un mundo afectado por el cambio climático. Así lo indica un nuevo estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, que analizó cómo el calentamiento global está reconfigurando estos fenómenos meteorológicos extremos.
Aunque el número de nor’easters podría reducirse en las próximas décadas, su intensidad no solo se mantendría, sino que crecería. Para millones de personas que viven en la franja costera oriental, esto implica una mayor exposición a tormentas que, cada vez más, combinan vientos violentos, lluvias torrenciales y nevadas colosales.
Algunas tormentas han sido tan memorables que se ganaron nombres casi cinematográficos. La “Tormenta del Siglo”, que arrasó en marzo de 1993 con vientos superiores a los 160 km/h y acumuló más de un metro y medio de nieve, dejó más de 200 muertos a su paso. En 2010, el Snowmageddon cubrió de blanco a regiones enteras de Pensilvania, Maryland y Virginia, y provocó la muerte de 41 personas, además de afectar el suministro eléctrico a cientos de miles de hogares.
Fue en esa última tormenta que Michael Mann, climatólogo de la Universidad de Pensilvania y autor principal del estudio, quedó atrapado durante tres días en un hotel de Filadelfia. Aquella experiencia encendió una pregunta que lo acompañaría por más de una década: ¿Cómo cambiarían estas tormentas con el avance del calentamiento global?
Menos nieve, más furia
El equipo liderado por Mann analizó 900 nor’easters ocurridas entre 1940 y 2025, utilizando algoritmos de seguimiento de ciclones y registros históricos para crear una suerte de “atlas digital” de estas tormentas. ¿El hallazgo principal? Las más intensas aumentaron su velocidad máxima de viento en un 6% desde mediados del siglo XX.
Este porcentaje, que a simple vista puede parecer bajo, se traduce en un salto del 20% en el potencial destructivo. Es decir, daños materiales mucho más costosos y mayor riesgo para la vida humana. Como si eso fuera poco, el estudio también detectó un aumento del 10% en la cantidad de lluvia y nieve que estas tormentas descargan.
El mecanismo detrás de este cambio es claro: océanos más cálidos y atmósferas más húmedas favorecen una mayor evaporación, lo que se traduce en tormentas más cargadas de energía y humedad. “Es física básica”, explicó Mann, al presentar los resultados.
Las imágenes de ciudades paralizadas, carreteras enterradas bajo la nieve y miles de hogares sin electricidad vuelven a cobrar fuerza con una advertencia científica que inquieta.
Ciudades en alerta
Más allá de la intensidad meteorológica, el estudio lanza otra alerta: muchas ciudades costeras podrían estar subestimando el riesgo real de inundaciones y otros impactos. “Los nor’easters han sido dejados de lado en los estudios de riesgo climático, y eso agrava la vulnerabilidad costera”, advirtió el científico.
El trabajo invita a mirar con otros ojos fenómenos que, aunque habituales en el invierno del hemisferio norte, podrían transformarse en episodios mucho más extremos y costosos. Para ciudades densamente pobladas como Nueva York, Filadelfia o Boston, la combinación de infraestructura envejecida, aumento del nivel del mar y tormentas más intensas plantea un panorama preocupante.
El estudio no busca generar alarma, pero sí reforzar la necesidad de prepararse: desde actualizar los mapas de riesgo hasta replantear políticas urbanas, todo será clave para enfrentar el nuevo comportamiento de estas tormentas.
En un clima que cambia cada vez más rápido, las viejas tormentas del noreste ya no serán lo que eran. Y entenderlas bien podría marcar la diferencia entre el caos y la resiliencia.
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