La tierra arrasó con todo. La única esperanza es un solo sobreviviente.
La aldea de Tarasin, ubicada en las montañas de Marra, desapareció el domingo por un alud. El Movimiento de Liberación de Sudán (MLS), organización que controla esa parte de la región, informó que más de 1.000 personas perdieron la vida, mientras que solo un habitante consiguió sobrevivir.
El MLS describió el hecho como un “deslizamiento masivo y devastador”, que arrastró viviendas, cultivos y caminos en cuestión de minutos. La catástrofe borró del mapa a una comunidad entera, conocida por su producción de cítricos, y dejó tras de sí un paisaje desolador.
Las primeras informaciones señalan que la magnitud del desastre no permitió evacuaciones. Todo el pueblo quedó enterrado bajo la tierra y las rocas, sin posibilidad de rescate inmediato. Fotografías tomadas por testigos muestran montículos de escombros y lodo donde antes había casas y huertos.
Un pedido desesperado de auxilio internacional
El MLS reclamó con urgencia la intervención de la ONU y de organizaciones humanitarias para colaborar en la recuperación de los cuerpos y asistir a los sobrevivientes de zonas vecinas. Sin embargo, gran parte de Darfur permanece inaccesible debido a los enfrentamientos armados que atraviesan el territorio desde hace más de un año.
El gobernador de Darfur, Minni Minnawi, aliado del ejército sudanés, calificó la situación como una “tragedia humanitaria que trasciende las fronteras de la región”. En un comunicado público, reconoció que las comunidades locales carecen de recursos para enfrentar una devastación de esta magnitud y pidió una reacción inmediata de la comunidad internacional.
El aislamiento geográfico, los caminos bloqueados y la inseguridad general impiden el ingreso de equipos de rescate. Por esa razón, la ayuda internacional se enfrenta a un doble desafío: sortear la guerra y atender la emergencia natural.
Una catástrofe en medio de la guerra y el hambre
Sudán atraviesa una guerra civil desde abril de 2023. El ejército regular, comandado por Abdel Fatah al Burhan, combate contra las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), lideradas por Mohamed Hamdan Daglo, su exsubordinado.
La lucha de poder entre ambos dirigentes sumió al país en una de las peores crisis humanitarias del planeta. Decenas de miles de personas murieron en combates, bombardeos y ataques indiscriminados. Según la ONU, 10 millones de habitantes fueron desplazados dentro del país y otros 4 millones buscaron refugio en Estados vecinos.
La hambruna avanza en varias regiones, mientras los servicios de salud y educación se encuentran destruidos. La infraestructura básica está colapsada y amplias zonas rurales quedaron sin asistencia estatal ni internacional.
El MLS, aunque controla áreas montañosas, evitó participar directamente en la mayoría de los combates. No obstante, sus territorios no están exentos de sufrir las consecuencias del conflicto. El caso de Tarasin expone esa vulnerabilidad: una comunidad aislada, sin protección, arrasada por un desastre natural en medio de una guerra que impide la llegada de ayuda.
Mientras tanto, la violencia continúa. En los últimos meses, centenares de personas murieron por ataques de las FAR en Darfur del Norte. La población civil queda atrapada entre la guerra y los desastres naturales, sin un horizonte de estabilidad.
El alud en Tarasin se convierte en un símbolo desgarrador de la tragedia en Sudán: la fuerza de la naturaleza sumada a la crueldad de un conflicto armado que no da respiro. La imagen de un pueblo entero sepultado, con un único sobreviviente, refleja la vulnerabilidad extrema de millones de personas en Sudán.
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