Hace 10 años que llegó desde el Caribe para estudiar psicología. Es una de las voces más sobresalientes de la escena neuquina. En la música encontró la oportunidad de transmitir un mensaje para romper prejuicios, denunciar el racismo, pero sobre todo de vibrar junto a otros.
Loy Joseph está sentada en el centro de la escena, con la mirada perdida y serena, mientras repasa mentalmente las canciones que va a cantar. Está vestida de blanco, luce unas trenzas larguísimas y aros planteados. En Casa Tres, el espacio cultural ubicado en San Martín 55, la noche avanza entre risas, charlas y tragos. De pronto, el piano suena, pero nadie hace silencio hasta que Loy comienza a cantar y las voces se apagan. Elige un repertorio exigente, versátil, que canta con facilidad en un francés perfecto o en creole, la lengua madre haitiana. Cuando termina cada canción y el público aplaude maravillado, ella también lo hace, moviendo los pies en el aire y sonriendo como si fuese una niña. Fresca, genuina y humilde, Loy se impone con su voz.
Tenía 19 años cuando llegó a vivir a Cipolletti junto a su hermana, con la intención de estudiar en la Universidad Nacional del Comahue. Un año antes, una amiga de ambas, se había radicado en la zona con el mismo fin. Nunca antes habían venido a Argentina. Viajaron a Buenos Aires y desde ahí se tomaron un colectivo rumbo a la Patagonia. Loy recuerda que salieron por la tarde noche y que, cuando despertaron a la mañana siguiente, aún continuaban viajando. No podían comprender las distancias: llevaban más de 12 horas de viaje y sólo habían transitado una porción del país, bastante menos del tiempo que implicaría recorrer Haití por completo.
Además del creole manejaba con soltura el francés y el inglés, pero no hablaba español, sólo tenía los conceptos básicos que había aprendido alguna vez en su escuela de Les Cayes, la región del sur de Haití donde nació y se crió.
Eran finales de noviembre del 2015 y el verano comenzaba a asomarse, sin embargo, su cuerpo jamás había sentido el frío, ni las alergias de primavera.
—Me costó muchísimo adaptarme en todo sentido. Mi hermana se volvió al año de estar acá. El idioma fue la principal dificultad. Para aprender, miraba novelas mexicanas que alguna vez había visto en francés; si ponía una argentina, no entendía absolutamente nada. En esa época mirábamos Esperanza Mía —dice entre risas. —También leía mucho y escuchaba música todo el tiempo para familiarizarme con el idioma y la pronunciación.
Apenas unos meses después, comenzó el curso introductorio a psicología en la Universidad del Comahue y eso resultó una base fundamental para mejorar la escritura, el diálogo y la comprensión lectora. La iglesia Pueblo de Dios también fue una aliada en ese proceso: trataba de asistir a todas las reuniones para ejercitar la escucha, pero también fueron los primeros en darles camperas para combatir el frío.
La música en su vida
—Los haitianos nos curamos a través de la música. No hacen falta grandes cosas, ni enchufar nada, tenemos nuestra voz, nuestras manos, nuestros pies —dice aún sentada frente al auditorio de Casa Tres.
Loy elige una canción de su pueblo para cerrar el concierto al que fue llevando por clásicos franceses, jazz y soul. No es cualquier canto, son estrofas de dolor, un réquiem que al mismo tiempo funciona como sanación. Entonces su voz se llena de colores, de altura, de densidad. Su voz se va muy lejos, se va hasta su isla y nosotros en ella, aunque no podamos entender una palabra de creole, aunque jamás hayamos pisado Haití. De pronto se pone de pie y marca un ritmo con las manos, que todos seguimos para hacernos parte de algo desconocemos, pero que al mismo tiempo necesitamos acompañar porque ella nos está guiando. Con Loy la música se hace ritual, la música nos abraza.
Aprendió a hacerlo desde muy niña. La música siempre fue un pilar en su vida, habitaba su cotidiano como lo hace de manera definitivacon la cultura haitiana . Sus padres escuchaban Gospel. Recuerda que en su casa siempre estaba sintonizada Lumière (luz en francés) una radio evangélica que transmitía conciertos y discos completos de cantantes estadounidenses. Tenía sólo 6 años cuando se unió al coro de la iglesia Bautista que, si bien no aceptaba niños, hizo con ella una excepción. Amaba cantar y lo hacía a corazón abierto.
Unos años después, su familia cambió de iglesia y se sumó a la Pentecostal. Loy explica que cada iglesia tiene sus formas y que ahí ella sintió una profunda liberación en su voz, que le permitió armar grupos con otras niñas y jóvenes para contar juntas, sintió que podía ayudar a otras personas, podía guiarlas en el canto desde un lugar de trascendencia.
—Hoy me encuentro con la cultura argentina a través de la música. Es una forma de entendernos, de sentir lo mismo, de vivir lo mismo. Cuando cataba en la iglesia allá en Haití, podía repetir un estribillo 16, 20 veces seguidas. No nos cansábamos. La música nos permite llegar a un estado de trance, no es del orden terrenal, tiene otra dimensión. Algunos autores lo llaman la técnica del alma, en referencia a la interpretación para transmitir al público. A mi parecer, ahí puede haber un punto de encuentro. Considero que mi misión acá es guiar y dirigir a cantantes de góspel, soul, jazz, blues de la zona.
Aunque siempre estuvo y continúa abocada a estudiar psicología (desde hace un tiempo en la UFLO) en el 2017 se sumó al Coro Góspel de la Patagonia, del que fue parte hasta hace un año y donde estuvo 7 cantando como solista. En 2018, comenzó a trabajar su proyecto propio, planificando cada paso de su carrera, buscando un estilo. Hoy tiene su propia banda que conforman los exquisitos músicos Ignacio Bruno, en teclas; Gena Peralta, en guitarra; Julián Beccaria, en bajo; Lucas Bobadilla en, batería y las voces de Natali Pardo, Cande Rodríguez y Marcia Hantusch.
Como docente, da clases de canto particulares, trabaja en la escuela Voces de Cipolletti, coordina el proyecto Gospel Kids en La Caja Mágica y sueña con abrir un espacio similar para adolescentes. Además, es la directora del proyecto AMPEN (Al mundo paz, es Navidad), que reúne a otras 10 voces del Alto Valle con el que realizan conciertos de Gospel en tiempos navideños.
La negritud negada
“El racismo nos supera porque nos habita”, dice la escritora afrocolombiana Velia Vidal, quien además es activista y referente de la lucha contra el racismo en América Latina. ¿Qué nos pasa en Argentina con las negritudes? Existen, son parte de nuestra raíz y nuestro cotidiano, pero hay una tendencia a borrarlas hasta el propio extrañamiento.
—Cuando llegué acá, por primera vez me di cuenta que soy negra. En mi país la mayor parte de la población es negra. Si llegaba un misionero blanco, lo mirábamos raro. Bueno acá nos miraban raro, nos pedían fotos en la calle. Al principio no tenía problema en ese sentido, no entendía la dimensión de lo qué sucedía, hoy no lo haría. Pasamos por muchas cosas como comunidad. Ahora es como que la gente se está acostumbrando a ver más gente negra en la región, sobre todo por la gran migración venezolana.
Días atrás, el periodista de Radio Mitre, Gabriel Anello se refirió públicamente al técnico del Club Boca Juniors, Juan Román Riquelme con violencia y racismo. Nada que escape a lo institucionalizado por el poder político y sus supuestos “exabruptos” de estilo. Hay un discurso de odio instalado que habilita y que exacerba lo que ya traemos internalizado y normalizado. Así como nos cuesta reconocer nuestra historia, la maravillosa diversidad cultural, también nos cuesta reconocernos racistas. En la región, el fenómeno Vaca Muerta ha movilizado el flujo migratorio poniendo sobre la mesa problemáticas negadas con las que convivimos desde el principio de la Nación.
—El viernes, a una amiga haitiana que tiene su hija pequeña, una señora le preguntó si le quería vender la nena. “¿Vos vendés a tus hijos, no? De estos no tenemos acá”, le dijo. Esas son las cosas que vivimos en nuestro día a día. No podemos acostumbrarnos a eso, a que cualquier pueda decir cualquier cosa. El día que estás bien, que estás feliz, que el sol está brillando, llega alguien con un comentario negativo y te jode el día. Como comunidad nos compartimos las vivencias y nos acompañamos. Muchas veces respondemos con enojo, es una reacción que en lo personal intento superar. Tenemos que hacerlo desde otro lado.
Cada vez que Loy hace un show entiende que es una oportunidad para hablar sobre esto, quizá no explícitamente sobre racismo, pero sí haciendo en una reivindicación necesaria de quien es ella, quién es su pueblo: sin exotismos, sin la miseria del prejuicio. El año pasado, junto a su pareja y productor, lanzaron las fiestas Black & Withe, las cuales comprendieron como una gran excusa para poner en eje la discriminación racial.
—Quizá lo que más nos gusta de la cultura argentina es su rebeldía. Si bien la discriminación es algo contra lo que luchamos a diario, acá nos dimos cuenta que tenemos derecho a hablar. Como haitianos siempre tuvimos mucho miedo a hacerlo, la cultura haitiana es así, el que habla es un loco, el que habla va a ser perseguido y en la cultura argentina todo lo contrario. Acá la gente habla, entonces ahora nos animamos a hacerlo.
Una historia de resiliencia
—Si tuviera que definir estos 10 años con una palabra es resiliencia. He pasado y superado muchas pruebas. Me he propuesto objetivos y los he superado. Este tiempo fue mucho, muchísimo, no sólo por las herramientas sociales que tuve que desarrollar, por las exigencias que me cargué para hacer las cosas bien con la música, con cada trabajo, y tantas otras situaciones adversas que una va encontrando en el camino.
Hace 8 años que Loy no vuelve a Haití. No puede, no está en su horizonte, aunque lo desee con su corazón, aunque extrañe todos los días. La crisis, como se llama a este momento histórico imposible de asimilar, le impide hacerlo. Esa imposibilidad se suma a lo mucho que sobrevivió en estos años y que no está en estas líneas. Carga con la herida de mirar desde la lejanía sangrar a su país, el primero en Latinoamérica en conquistar la independencia y abolir la esclavitud; en el que aún viven su mamá y su papá, sus hermanos mayores con sus respectivas familias. Haití se rompe en mil pedazos, azotado por la violencia de las pandillas, de la pobreza extrema y del rumbo de un mundo cada vez más deshumanizado.
—Acá estoy. Hoy estoy bien, enamorada. Hace algunos años me vine a vivir a Neuquén, Neuquén para mí ahora significa amor y eso también me permite pararme distinto, habitar este lugar distinto. La música en mi vida siempre fue y es una brújula. Me ayuda a ver el norte, a recentrarme, a restructurarme. Cuando estoy muy bajón, el góspel me reinicia, me reinventa, es mágico. Y aunque sea una tristeza estar lejos de casa, como comunidad nos acompañamos.
Durante todo 2025, Loy (@iamloyjoseph) nos convoca a compartir y repasar algo de su historia en Argentina en un ciclo de recitales que llevará adelante y que encierran la esencia de lo vivido. Basta con estar atentos a la agenda y poder acercarnos a conocer mejor una parte de nuestro continente a través de una artista que jerarquiza el canto y nos invita a comulgar en la intimidad de su voz.
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