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El último florista de la noche neuquina que hoy pelea por su salud

Raúl Reumay fue un reconocido vendedor de rosas en la década del 90 y los 2000, que se convirtió en un personaje entrañable. Hace seis meses le detectaron una enfermedad y hoy lucha para sobrevivir con su jubilación.

Cada ciudad, localidad y barrio tiene sus personajes entrañables. Cada uno con su oficio, se destaca en su rubro o en otros quehaceres. Con el tiempo, se hacen parte del paisaje urbano de esta ciudad, terminan siendo queribles y luego pasan a alojarse en un rincón de la memoria. En la mitad de la década del ’90 e inicios del 2000, Raúl Humberto Reumay irrumpió en escena como vendedor ambulante con una ocupación que ya está casi extinguida: florista, que lo llevó a transitar por las calles neuquinas y formar parte de la noche, cuando los bares y boliches no dormían de miércoles a sábado.

Raúl, desde los 17 años, comenzó a trabajar para ganarse el peso que le permitiera vivir dignamente, como lo hacen miles de laburantes que se la rebuscan para llegar, con un poco de suerte, a fin de mes. Pero hoy la situación actual de ese reconocido florista es algo complicada, ya que debe ser intervenido por problemas de vejiga. Tiene 72 años.

Reumay nació el 11 de julio de 1953 en Neuquén. Y pasó su infancia y adolescencia en Villa Florencia, uno de los barrios más antiguos de esta ciudad que en noviembre del pasado año cumplió 112 años.

Raul- Vendedor de rosas en bares (1)

“¡Qué hermosa época! Recuerdo que había un canal que atravesaba el barrio. Muchos recordarán la escuela granja y el colegio 132”, recordó Raúl.

De todos modos, el neuquino fue a la escuela N°2, que se ubicó sobre Avenida Argentina y Carlos H. Rodríguez. “Hoy está la Escuela de música. Hice el primario y después a la escuela 121 en Río Negro y Perito Moreno. Hice hasta tercer año en la nocturna”, contó. Desde el 2000, el legendario establecimiento se sitúa en la calle Pedro Mazzoni 725.

Evaristo Reumay, su padre, trabajo en Salud Pública y el hospital provincial Castro Rendón, mientras su madre, Lili Rodríguez, fue ama de casa. “Mi mamá falleció hace siete años por una neumonía en la clínica Pasteur. Mi padre falleció mucho antes a los 62 años. Había que hacerle un trasplante de corazón”, reveló Raúl.

Trabajo e independencia

Hugo, uno de los tres hermanos, que vive en Villa María, contó que Raúl siempre fue una persona de “andar” solo. Fue cambiando de trabajos desde joven. Justamente, a sus 17 años, comenzó a trabajar en Tienda Eddi, una de los negocios históricos de Neuquén, que aún sigue en pie en Sarmiento 42.

“Fue en el año 73, 74 que comencé a trabajar ahí. Don Samuel Cravchik era el dueño. Era el más chico (del personal) y me enseñaron sobre telas y cómo vender y atender al público”, rememoró. “En esa época estaba la Tienda Buenos Aires, Tienda La Suiza, Suixtil, sederías Dalí, Casa Darmún”, agregó.

Su paso por la emblemática tienda del bajo neuquino apenas fue de casi un año. Eran tiempos de cumplir con el servicio militar obligatorio: “Lo hice en el Batallón de Ingeniería de Construcción 181. Después paso a llamarse Batallón de Ingenieros de Montaña N°6", contó.

Raul- Vendedor de rosas en bares (8)

Sobre esa experiencia y lo que significaba ir a cumplir con ese deber, Raúl no tuvo muchas palabras: “Fue durísimo, estábamos en plena dictadura militar”.

Vinculado a la gastronomía

Tras finalizar el servicio militar, Reumay retomó su senda laboral y encontró trabajo en el Hotel Comahue. “Era palabra mayor el Hotel Comahue. Se había inaugurado en el 72, creo. Comencé a trabajar de mozo y en la parte de cafetería, en donde estaba Alberto Enberguer. Era el edificio más alto que había en Neuquén y tenía un subsuelo en donde funcionaba un boliche. Se llamaba Ebros, pero el hotel creo que le alquilaba el lugar a otra gente", contó.

Otros de los reductos que marcaron una etapa en la gastronomía fue la confitería El Atelier, que se ubicó en diagonal 25 de Mayo 86, a metros del monumento a San Martín. Su primer dueño fue Carlos Barboza. “Cuando ingresé el dueño era Ramón Díaz. Continué haciendo el servicio de cafetería”, aseguró.

“También trabaje en El Colonial, que era de los hermanos Feliciani. Se ubicaba en la calle Roca casi Rioja. Después se trasladó a la calle Tierra del Fuego, entre Mitre y Perito Moreno”, recordó. Además, se desempeñó en una parrilla que se ubicaba sobre Teodoro Planas, en una época en donde enfrente de ese local se encontraba supermercado Casma (J.J Lastra 150).

Raúl aseguró que la gastronomía era muy esclavizaste porque cumplía con 10 horas de trabajo. De todos modos, continuó desempeñándose en el rubro: “No duraba mucho años en los lugares. Donde me pagaban mejor me iba”, sostuvo.

Una de las oportunidades que tuvo de tener su propio café fue cuando Raúl Rosas le ofreció el local. “Me quiso vender la mitad, pero me faltó un compañero, un socio. Era bastante conocido (él) y me hubiese ido bien. El café quedaba en Sarmiento al 300”, señaló.

Raúl siempre tenía sus rebusques para salir adelante. Para llenar la olla. Y cuando el tema laboral tambaleaba se iba a Buenos Aires a comprar ropa para luego venderla en la ciudad. También estaba atento a los eventos que se realizaban: "Hacía de mozo, colaboraba con todo. El cocinero de Pescadería Neuquén siempre me tenía en cuenta".

"Nunca me voy a olvidar una paellla que se hizo en el club Pacífico para más de 100 personas. Eran inmensas las paellereas, más de un metro de diámetro tenían", contó.

Tiempo de rosas

Uno de las últimas actividades a las que se dedicó para ganarse la vida fue cuando lo empleó una distribuidora de vinos: “Era de Mendoza (la distribuidora) y trabaja Castell Chandón, Navarro Correa, Trapiche, Bianchi, Don Valentín lacrado…si hubiese tenido movilidad me hubiera ido mejor”, reconoció.

Luego de esa experiencia, paso a cubrir francos en diferentes negocios como El Ciervo o pizzería Cabildo. “Andaba haciendo changas y tenía siempre la semana completa. Pero quería tener un laburo fijo”, contó. Sin buscarlo y tampoco pensarlo, Raúl se cruzó en la vida con Guido Mazucotelli, quien lo convenció que se convirtiera en vendedor de rosas.

Raul- Vendedor de rosas en bares (6)

“Era un muchacho de Mendoza, un vendedor ambulante que vendía rosas. ‘Mirá que deja (por la ganancia)’, me dijo sobre comenzar a vender en la calle”, reveló.

“Su señora le enviaba las rosas desde Mendoza. Él venía por temporada a Neuquén y me ofreció trabajar con él. Comenzamos a hacer pedidos de 25 paquetes que traían veinticinco rosas”, aseguró.

Así comenzó su nueva etapa como floristas en la ciudad y su cara comenzó hacerse conocida en los diferentes bares y espacios gastronómicos. “Comenzaba a vender a partir de las 20 hasta las dos de la mañana. Iba de jueves a sábado. Lunes y miércoles cortaba a las doce de la noche”, detalló.

Circuito, respeto y prolijidad

El Ciervo, Juanito (primero funcionó en la galería Española y luego en Yrigoyen 350) , La Barca (Ministro González 26), Franz y Peppone (Belgrano y diagonal 9 de Julio), Donato (Alberdi y Santa Fe), Margarita (Carlos H. Rodríguez y Av. Argentina), El 32 (Roca2), pizzería Cabildo (Rivadavía 68), El Sol (Rivadavia 71), pizzería Valentino (diagonal España y Alderete), Piazza Albertina (Aberdi y Av. Olascoaga) El Colonial (Tierra del Fuego casi Mitre), entre otros negocios que fueron parte de la noche neuquina, se trasformaron en el circuito del florista. Los boliches no quedaron afuera y se lo podía ver en las puertas de Diagonal 66, Eterno, Las Palmas y La Casona.

“Todos los dueños o encargados se portaron bien conmigo. Me dejaban ingresar al local para vender. Cada rosa salía 25, 30 pesos. Después se fueron a $50. Me compraban gente de todas las edades, de 25 hasta 50 y pico de años. Entre viernes y sábado legaba a vender 300 rosas. Me permitía vivir mientras hacía otras changas ligadas siempre a la gastronomía. Había tres fechas que eran claves: Día de San Valentín, Día de la mujer y Día de la madre. No me quedaba nada”, dijo.

Raúl reveló que para el mantenimiento de las rosas que compraban, un comerciante le permitía dejar las flores en una heladera: “Era una verdulería que quedaba en la calle Chile. Tenía una heladera de frío regulado y no se echaban a perder (las flores)”.

Raul- Vendedor de rosas en bares (7)

Quien llegó a conocerlo puede decir que siempre se mostró prolijo en su aspecto y sus modales. “Nunca tuve problemas. Siempre me acerque a los clientes con respeto y sinceridad. Sabía cómo entrarle a la gente y creo que les caía bien. Juagaba un poco con la picardía de vendedor”, explicó.

“Así me hice mi clientela y con el tiempo sentía el cariño que me daba. Había varios que siempre me compraban con el solo hecho de darme una mano. También había otros, que sentían medios incomodos (cuando estaba en medio de la cita) y me terminaban comprando. Pero siempre con buena onda”, sumó.

“Soy muy agradecido con toda esa gente y jóvenes que conocí. A veces me los cruzo en la calle y me recuerdan con cariño. Siempre sale alguna anécdota”, dijo.

¿Hombre encubierto?

Si bien el vendedor de rosas ya se había instalado también como todo un personaje de la fauna nocturna, desde uno de los bares salió el rumor que Raúl Humberto Reumay, trabaja para un servicio de inteligencia local. Es que mucho de la vida privada del hombre en cuestión no se sabía. Y cuando algunos encargados, con los que tenía más afinidad, le preguntaban cómo estaban el resto de los negocios, Raúl daba un parte detallado de cómo se venia la noche. Y hasta qué conocidos de la “noche” estaban en determinado lugar.

“A mí me encantaba andar de noche por todos lados. Conocí mucha gente y sabía en qué horarios ir a cada lugar cuando se iba llenando. Todos trabajaban bien”, describió.

Por otro lado, la gente estaba tan familiarizado con el vendedor, que recibía y tenía diferentes apodos: "Don Flores, Florinda Meza (por la actriz mexicana de El Chavo), Rositas, Don Rosas, Rosales y Rosauer, este último en alusión al vivero Los álamos de Rosauer de Cipolletti.

Retorno sin éxito y salud

Así como la ciudad cambia y crece siempre, en pocos años y de manera vertiginosa, el oficio de Raúl ya no tuvo las mismas respuestas de las nuevas generaciones. El público era otro y las modalidades es un hecho que ya no son las mismas. Del circuito de negocios que recorría el neuquino, solo El Ciervo y pizzería Cabildo sigue con sus puertas abiertas.

Reumay comenzó otra vez a “rebuscárselas” con las “changas” cuidando automóviles en las parillas, como en el caso de La Unión. Y también haciendo las veces de sereno en alguna obra de construcción. Tuvo un intento con la venta de rosas pero se encontró con otra realidad. No existía la misma empatía que antes y en algunos negocios no le permitieron el ingreso.

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El panorama se complicó aún más cuando le detectaron un problema de próstata, que actualmente lo tiene con una sonda vesical: “Comencé con el problema de salud hace seis meses. Me tienen que intervenir pero se hace difícil porque tengo que juntar la plata para la operación. Y con PAMI no estoy teniendo muchas respuestas”.

Su hijo Leonardo, de 36 años, es el único que lo ayuda y con quien puede contar. El joven trabaja en LA asociación sindical Utedyc: “Gracias a dios que lo tengo. Es el único que me acompaña. “Por diferencias con la madre a sus 15 años se vino a vivir conmigo hasta que cumplió 28”. Raúl tenía 36 años cuando se convirtió en papá.

“Le falta una año y medio para recibirse de contador. Trabajo desde chico y por eso su carrera se fue postergando. Era trabajar y estudiar. Es muy recto, siempre fue muy responsable e independiente”, acotó.

Raúl se encuentra alquilando un departamento, que se encuentra ubicado en Corrientes y Vicente López y Planes. Mientras tantos busca la manera de conseguir algo para mantenerse: “Como estoy puedo trabajar cuidando casas o de sereno. Me podría equilibrar un poco mejor con el ingreso. Pero todo está difícil, complicado”, concluyó.

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