Después de mucho pelearla por la situación económica, cierra un espacio clave para la cultura de la ciudad que vio pasar a muchos artistas locales.
Spazio Morrigan baja el telón. Era la noticia que nadie quería escuchar, aunque todos veíamos venir por algunos cambios en la dinámica y otras alarmas que habían encendido. Ahora es un hecho: el primer fin de semana de octubre, será el último del lugar que fue refugio y familia para una generosa porción del under de Neuquén.
Parece que la nueva normalidad exige acostumbrarnos a las malas noticias. Es difícil sostener la comida en nuestras mesas, tanto más un bar cultural independiente con una agenda permanente de recitales, y respetuoso del trabajo de los artistas.
Durante 10 años, desde Elordi 39, pleno centro neuquino, Morri defendió una suerte de trinchera contracultural, donde las puertas estuvieron siempre abiertas para el arte en una ciudad usina, que no para de crear, pero que al mismo tiempo no consigue sostener un correlato que se traduzca en lugares para pequeñas producciones, tanto menos si se trata de géneros no tan mainstream.
Pero además, Morri fue y es el roto para un descocido, dónde sentarse a descansar los huesos y el alma para un montón de personas que no se sienten ni tan cómodas, ni tan a gusto en otros lados; para un sinfín de pibes y ya no tan pibes que pasaban por la vereda, que se acodaban en la barra o en una columna a poner en pausa la soledad y sentirse parte de algo por un ratito.
Nunca fue mi bar, quizá porque vivía en otro pueblo y llegué medio tarde, pero sí fue el bar de mis amigos, el bar de la gente que quiero, el bar del palo, el que te abría la puerta en las marchas que siempre militó las banderas de la solidaridad, de la igualdad y las cosas buenas para el pueblo.
Tiasma y Mali, los creadores del bar
Morri fue idea de Matías Martel, Tiasma. Unos amigos tenían un bar y lo habían sumado a trabajar ahí; Irish Tavern se llamaba. En un momento Tiasma se entusiasmó con la idea de comprarlo y hacer otra cosa, algo bastante menos irlandés y más de acá. Lo logró. Lo primero que hizo fue pintar las paredes, después abrió las puertas y “solito se fue gestando desde la ciudad, desde todo el colectivo cultural, desde la escena, tomó su propio camino”, explica.
Pero aunque tuvo mucho de construcción colectiva, había una propuesta: un sonido, una estética y una predisposición a que las cosas se dieran de esa forma. Y así como Morri se fue convirtiendo en el gran living de una casa, en su cocina fue sucediendo algo similar. Tiasma sabía cocinar lo básico, pero estaba muy dispuesto a escuchar a otros, a rodearse de los que podían ayudarlo a crecer. Si había algún chef, pizzero, charcutero, panadero en la sala, era bienvenido. Se fue formando en su propia tribu y logró una cocina con identidad real, generosa y sin secretos.
Apenas un par de años después de que abriera el bar, apareció en escena Marilín Orellana, Mali, que empezó laburando en la barra y terminó convirtiéndose en el alma de Morri, gestionando y planificando una agenda muy grosa, por donde pasaron más de 3 mil bandas: sí, 3 mil, una locura. Muchas de las cuales fueron de acá y es muy posible que un gran porcentaje de ellas haya tenido en Morri su vuelo de bautiso, pero tantas otras vinieron de afuera y encontraron en Elordi 39 un punto de referencia que hizo posible que Neuquén apareciera en la gira de los más diversos proyectos artísticos.
La familia y el bar
Rock, pizzita, vermuth delicioso, pibis pitucas de fleco y tatoo, pibis regios con piercing y sonrisa; un abrazo apretado; alguien que te presta el rouge o la oreja en la cola del baño; pero también Larita, la niña de Mali, que ahora es adolescente, corriendo entre las sillas y pogueando a Las Densas; Haru jugando en la barra, mientras papá Tiasma y mamá Mali atajan los vaivenes de la noche; las pibas que caen a vender ropa a la Chuniferia; la mesa que se debate cómo cambiar el mundo.
“El Morri es una familia. Siempre fue mi lugar seguro, como persona queer me cuesta un poco asistir a otros sitios donde sólo va público cis hetero. Morri es el lugar donde yo siempre supe que me iba a sentir bien, que si había algún problema, iba a haber alguien que me aguantara, que me hiciera la segunda. Nunca viví una situación de violencia ahí, al contrario, siempre nos cuidamos entre todos, se formó una gran familia. Un lugar muy generoso, que permitió el rejunte de gente que veníamos sin un espacio que poder habitar”, dice Julián Rachid.
Para la periodista Clara Paz, Morri también representa el lugar donde alguien espera, no importa quién, sino para qué. “Morrigan fue y es uno de los lugares contraculturales más importantes de Neuquén, que dio el puntapié inicial para que se replique en otros lugares y que más gente se anime a lo distinto, a lo de acá, a la resistencia. En estos tiempos, en donde el odio parece querer apoderarse de todo en nombre de la libertad, en donde el distinto es despreciado y violentado, tener un lugar en donde encontrarse, abrazarse y refugiarse es sumamente necesario”, dice.
Para Gastón Delucca, líder y alma de la banda El Peligro de los Vientos, “Morri es un poco el encuentro con uno mismo”. Atahualpa Yupanquí decía lo mismo sobre la amistad: “un amigo es uno mismo con otro cuero”. Pero también, explica que su importancia para la escena musical tiene que ver con la versatilidad y el respeto: “Fueron bandas de todos los colores, de todos los estilos, y eso también creo que le da una impronta única. Siempre cálidos, siempre entendiendo hacia dónde hay que ir, siempre del lado del músico, de la música. La entendieron y eso también es re importante. Y agradezco mucho que haya existido este espacio, que exista este espacio en Neuquén, porque bueno, también es un ejemplo y creo que marcó un antes y un después en toda la escena”.
Fin de ciclo en la noche de Neuquén
Hay muchos motivos que empujaron al punto final del Spazio Morrigan que conocemos, la situación económica es la más evidente, pero también hay una descomposición del tejido social que también se hace visible y con la que no resulta sencillo lidiar. La noche es densa y densifica todo.
“Estos últimos dos años las cosas no pararon de aumentar nunca. La tasa de inflación da un número, pero la realidad muestra otro. La verdad que a nosotros ya nos supera económicamente y también emocionalmente. Hace dos años que vemos como un agujero tapa al otro y ya estamos en un cráter muy grande que no podemos salvar. Nosotros no lo podemos salvar, no tenemos respaldo, no somos empresarios y nunca nos caracterizamos por ser buenos en esto”, explica Tiasma.
Y aunque van a tratar de buscarle la vuelta para no dejarlo del todo, será sin escenario y sin ese frenesí que sostuvieron por casi 10 años y al que le entregaron el corazón.
“Vamos a hacer el último intento de sobrevivir como negocio, pero como espacio cultural ya no podemos convivir ni con el vecindario, ni con la economía, ni con la realidad”, agrega.
Y así como es muy difícil imaginar una agenda de fin de semana sin Morri, para Mali y Tiasma, para esa intimidad de dos, el dolor infinito. ¿Qué se hace después de sostener tantos años de gente, de encuentro, de familia? ¿Dónde se pone el amor? ¿Qué sueño se sueña?
Un refugio para la cultura de Neuquén
—¿Qué significaron estos años para ustedes?
—Por momentos, cuando pienso que esto ya fue, me siento como en un abismo. Es un hogar, un refugio, trabajo, amistades, cultura: todo eso no es poco, es demasiado. Morri es conexiones, comunidad. Hay muchísimas palabras para describirlo — dice Mali.
—Creo que a veces es más fácil definirse por lo que no sos, que por lo que sos —agrega Tiasma.
—¿Qué no son?
—No somos hostiles, no somos egoístas, no somos individualistas. Somos colectivos, somos el querer hacer, somos el cuidar al de al lado.
Morri es compañía para quienes necesitan encender la oscuridad. Es abrigo y aire fresco; una mano extendida en tiempos sin horizonte; el abrazo que agradecemos y que vamos a extrañar.
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