La feria de artesanos reúne productos únicos e historias de vida. Dos creadores de la región contaron cómo es vivir de lo que hacen con sus manos.
Del 6 al 10 de noviembre, la Avenida Argentina se llena de colores, aromas y texturas con la llegada del Encuentro Nacional de Artesanos, que reúne a más de 400 expositores de todo el país. En los distintos puestos, los visitantes pueden descubrir no solo productos únicos, sino también las historias detrás de los creadores de esas piezas.
La Feria Nacional de Artesanos se convirtió con los años en una cita esperada por los vecinos que disfrutan el trabajo de los feriantes, admirar los distintos artículos y encontrar algo para llevarse a casa. Más allá de las ventas, para los artistas este espacio es una posibilidad de intercambio, aprendizaje y reencuentro.
En tiempos de masividad e inmediatez, la artesanía resiste gracias a la templanza, la paciencia y el amor que los creadores plasman en cada detalle de sus piezas. En todos los rincones de las plazoletas se pueden ver productos increíbles en exhibición, pero también, escondidas detrás de manos curtidas por horas de trabajo, se revelan historias de esfuerzo, pasión y oficio.
Entre esas historias, dos artesanos locales hicieron una pausa entre venta y venta para conversar con LMNeuquén y compartir cómo es la vida detrás de los puestos: el esfuerzo de vivir del arte, los desafíos del oficio y la satisfacción de crear con las propias manos.
Los reyes de la madera
Oriundos de Centenario, Ricardo Hernández y su esposa, Ana Paz, se dedican a trabajar juntos desde hace casi diez años en su emprendimiento de piezas de madera. “Trabajamos toda la vida en una empresa, ella en otra, después nos jubilamos y se nos ocurrió hacer algo para compartir con la gente, más allá de que es un trabajo y lo tomamos muy en serio”, contó Ricardo.
Con el tiempo, fueron aprendiendo y perfeccionando su técnica. “Es mucho esfuerzo aprender, diseñar, ver qué es lo que uno puede hacer”, reconoció. Parte de los materiales los consiguen en sus viajes a San Martín de los Andes, cuando aprovechan para visitar a sus nietas que viven allí.
Otras provienen del norte y las adquieren en un aserradero de Neuquén. Aunque podrían comprarlas en su estado natural, prefieren hacerlo cuando ya hayan atravesado el proceso de secado, un detalle clave para evitar que se doblen y garantizar la calidad del trabajo final.
El proceso de elaboración comienza al comprar la madera en tablones, que luego cortan teniendo en cuenta las vetas para transformarlas en piezas únicas. Además de resaltar la belleza natural del material, buscan que cada creación tenga una función práctica: utensilios, tableros de ajedrez o llaveros que combinan estética y utilidad. Durante los fines de semana se dedican a la venta en ferias, mientras que los días de semana los encuentran bañados en aserrín, en plena producción.
La estrella del lugar: el ajedrez gigante
Entre todas las piezas que exponen Ricardo y Ana, hay una que se roba todas las miradas: el tablero de ajedrez, una verdadera obra de arte que combina precisión, paciencia y belleza. “Es lo que cuesta vender. En estos últimos cuatro años vendimos cinco unidades, y este es el sexto”, contó Ricardo.
No es fácil hacerlos muy seguido: el proceso lleva tiempo, dedicación y un nivel de detalle que demanda mucha concentración. “Hay que llevar cada madera a una medida con el calibre de mano, eso estresa mucho. Después hay que seguir con otra cosa para no cansarse”, explicó.
El ajedrez artesanal, por su tamaño y complejidad, tiene un valor de $700.000, y no todos entienden el trabajo que hay detrás. “La gente a veces viene y pide algo más chico porque es muy caro, pero yo les digo que lo busquen en la juguetería, porque industriales hay, y competir con esos precios es imposible, porque esto está hecho a mano”, sostuvo con orgullo.
Aunque no sea lo que más se vende, Ricardo y Ana siguen apostando por esas piezas grandes, que salgan de lo normal y logren embellecer un espacio, más allá de servir como elemento de recreación. El último tablero que lograron vender fue a un hombre que, curiosamente, no sabía jugar al ajedrez: “Armó un quincho grande y lo puso ahí”, recordaron entre risas.
Aprender para emprender
Más allá del trabajo artesanal, Ricardo y Ana también tuvieron que reunir las herramientas necesarias para hacer crecer el negocio. “Los costos hay que calcularlos, es un trabajo que hace ella porque hizo un curso en la Municipalidad de Centenario hace unos años, donde enseñaban marketing y cómo sacar los costos para no perder, pero tampoco cobrar de más”, expresó Ricardo.
Por su parte, Ana recordó esa experiencia con especial gratitud: “El curso que hicimos fue genial. No sabíamos nada, nos gustaban las ferias, pero no teníamos idea de cómo gestionarlas. Ese curso gratuito que nos dio la municipalidad, de cinco meses, tres veces por semana, fue muy bueno. Nos ayudó muchísimo”.
Gracias a la posibilidad del municipio, aprendieron como hacer crecer el emprendimiento, adquirieron herramientas de comercialización y marketing, e incluso cómo elegir el nombre del proyecto: "Rimany".
También destacaron el funcionamiento de La Pergolita, el espacio que reúne a los feriantes locales durante todo el año. “Nos mantenemos unidos, viendo cómo funciona todo. Incluso tenemos préstamos: de la recaudación se destina una parte para ayudar a los feriantes que necesitan comprar herramientas o materiales”, comentó Ricardo.
En la feria hay lugar para todos
Ambos valoran la posibilidad que brinda el Encuentro Nacional, de ser conocidos por nuevos visitantes. “En la feria nacional se ve gente que normalmente no viene, esa es la ventaja de que se realice acá”, explicaron.
Y aunque podría pensarse que la presencia de artesanos de otras provincias genera competencia, ellos lo ven de otra manera: “Para nosotros es un afluente de gente que después nos queda. Ven cosas que les gustan y vuelven a pasar", consideró Ricardo y agregó: "Nosotros estamos deseosos de que los colegas vengan y muestren sus cosas; además, también aprendemos y nos damos una vuelta por los otros puestos”.
En cuanto a la respuesta del público, aseguraron que siempre es positiva. “La gente queda chocha, se quiere llevar todo. El tema es que está muy difícil la situación económica, más con las acciones del gobierno, que no acompaña para nada”, lamentaron.
La crudeza de la realidad, los obligó a adaptarse al bolsillo de la gente y replantear su línea de negocio para poder mantenerse activos. “Estos últimos dos años ha bajado bastante la venta. Antes vendíamos cosas grandes y ahora nos enfocamos en hacer piezas pequeñas, para que todos se puedan llevar algo”, concluyeron.
Cuando el oficio y el arte se encuentran
Desde Allen, Rodrigo Salazar y su pareja, Melisa, decidieron fusionar sus habilidades y hace aproximadamente cinco años dieron vida a "Aretha: mates y arte". Rodrigo se especializaba en la restauración de muebles antiguos, con experiencia en el trabajo con madera, mientras que Melisa pintaba cuadros. “Unimos fuerzas: yo con mis conocimientos en madera y ella en pintura, y empezamos a dedicarnos a la pintura de mates”, contó él.
“Estamos todos los fines de semana acá, somos artesanos fijos de La Pergolita. Es decir, que nos tienen en cuenta siempre: ya tenemos nuestro lugar designado, venimos, vendemos nuestras cosas. Siempre ofrecemos lo mismo porque es lo que nosotros fabricamos; en esta feria se vende lo que uno hace”, explicó Rodrigo.
Su emprendimiento se especializa en mates y chopps de madera de algarrobo, pintados a mano con diseños propios. “Nos basamos en cosas que nos gustan a nosotros, más que nada. A veces incorporamos algo que está de moda, pero tratamos de no hacer el clásico mate pintado con flores que ves en todos los puestos”, comenta.
En su stand se pueden encontrar desde mates con guitarras para los amantes de la música, hasta diseños inspirados en Los Simpson y emblemas regionales como una torre de perforación de petróleo o el escudo de la UNCO. “La idea es que si querés regalar algo, encuentres uno que tenga que ver con la persona. Vamos variando y creando todo el tiempo”, aseguró.
Vivir de las artesanías
Actualmente, la pareja se dedica exclusivamente a la producción y venta de mates y chops, tanto en ferias como en el local que tienen en Allen. Rodrigo lo definió como un oficio “sacrificado por momentos”, aunque también con sus espacios de libertad.
“Si hay una semana que querés bajar un poco la intensidad del trabajo, lo hacés y no hay problema”, contó. Aun así, está convencido de que lo más lindo es el vínculo con la gente: “Nos reciben muy bien, se van con una sonrisa y con un regalo. Nuestra mejor propaganda es un producto que perdura a través de los años”.
A pesar de las dificultades, Rodrigo reconoce que el contexto actual no es sencillo. “Por momentos es complicado, bajaron las ventas a lo que uno estaba acostumbrado, pero es como todo: hay que tratar de seguir adelante con los proyectos y seguir trabajando”, afirmó sin perder el optimismo.
En ese camino, encontraron en las redes sociales una aliada clave. A través de videos y publicaciones muestran sus diseños, los procesos y las nuevas ideas, lo que les permitió llegar a un público mucho más amplio.
Hoy realizan ventas online, envíos a todo el país e incluso al exterior. Además, aceptan pedidos personalizados —desde mates con dedicatorias hasta retratos de mascotas—, combinando la calidez del trabajo hecho a mano con el mundo digital.
"Lo artesanal, no tiene precio. Cuando quieran un matecito, ya saben donde", cerró el emprendedor.
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