Tijuana, la primera confitería con impronta mexicana y el arte de Emilio Saraco
Con un diseño atípico para la época, abrió sus puertas en 1971 y fue uno de los lugares más destacados y atractivos de la ciudad, por donde pasaron dos generaciones de neuquinos que aún la siguen recordando en la redes.
En la década del 60, Héctor Gutiérrez desembarcó en Neuquén buscando un futuro laboral. Oriundo de la ciudad de Buenos Aires, el hombre apostó a poner un boliche bailable al observar que en el ambiente nocturno no había un lugar que ofreciera las mínimas comodidades para el esparcimiento.
En poco tiempo, en diciembre de 1967, abría sus puertas Blip Blup, discoteca que él mismo ideó y que durante años funcionó en la calle Salta casi Juan B. Justo. Para la inauguración estuvieron presentes, Monseñor Jaime Francisco de Nevares, el médico y escritor, Gregorio Álvarez y el presidente de Corpofrut, Héctor Jorge, entre otras personalidades. Luego de cuatro años, el empresario vendió el boliche – que pasó a llamarse Old Blip- y se dedicó al rubro gastronómico. Sin imaginarlo, comenzaría así a escribir un pedazo de historia de esta ciudad, en la que dos generaciones quedaron marcadas al ser sus protagonistas.
“No había muchos boliches bien puestos. Uno que se llamaba ‘Mi casita’ que funcionaba en un garaje y 'Pata Patas'. Tiempo más tarde abriría 'Gente' que fue muy conocido”, contó Santiago, el segundo de los tres hijos que tuvo Héctor junto a su esposa, Inés Christensen Dalsgaard. Cynthia, la mayor, nació en la localidad de Tres Arroyos, al igual que su hermano. Luciana, la más chica, es la única neuquina de la familia.
El 14 de abril de 1971 se produciría la inauguración de Tijuana, ubicado en Avenida Argentina 125. Para ese entonces, el nombre de la ciudad mexicana que recibió la confitería céntrica era totalmente atípico para un local comercial. Además, poseía una impronta diferente a otros establecimientos gastronómicos como Zoia –se ubicaba al lado-, Vitral (se situaba a metros de la Catedral en dirección a Carlos H Rodríguez), El Álamo (diagonal 9 de julio) o El Ciervo (de Antonio Alonso, el Gallego). Esta última es la única que sigue en pie en Av. Argentina 219.
“Previo a Tijuana, mi viejo, cuando llegó (a Neuquén) armó en Cipolletti Comahue Tv un proyecto en el que era socio. Y después puso Credihogar, que funcionó en donde estaba el Centro Cultural del Disco. Era todo de vinilo”, contó Santiago.
Un sello distintivo
“En ese tiempo en el negocio era impresionante cómo se vendían televisores y le iba muy bien (a su padre) hasta que decidió abrir Tijuana”, agregó.
Paralelo a Tijuana, Gutiérrez se largó a construir Pircas (significa pared de piedra en seco), boliche único para la época por su arquitectura, al estar revestidos por rocas. “No había nada, era pura barda. Su socio era un francés que no estuvo mucho tiempo en Neuquén. El dj era Luis Santana, que mi papá había traído de Brasil. Vivía en el hotel Comahue y llegó hacer algunas publicidades para canal 7”, rememoró.
Mientras tanto, la confitería comenzaba a ganar a la sociedad neuquina, que se sorprendía con el nuevo local dedicado a la cafetería, whisquería y a funcionar como casa de té. El salón de Tijuana, en sus inicios, no era muy espacioso, tenía diez mesas. Pero lo llamativo del lugar era su impronta y diseño. Sus paredes eran de un marrón oscuro, lucía ladrillos a la vista colocados en diagonal, algunos cortes de espejos –funcionaban como parte de la decoración- y las mesas presentaban cerámicos con figuras. En el ingreso al local se podían observar marcos y una puerta de madera.
Pero una de las atracciones que se robaba la mirada de todo aquel que ingresaba al salón era un chamaco (joven) con un sombrero que estaba apoyado en un cactus. “Tenía mucha personalidad el lugar y todo había sido pensado por mi viejo”, sostuvo Santi.
La mano de un maestro
“Se ubicaba en la pared del lado derecho cuando se accedía. Esa obra la realizó Emilio Saraco y estaba hecha de hierro y yeso. La figura del chamaco luego se convertiría en el logo del lugar”, reveló.
“Años atrás me habían dicho que el mexicano (por la obra) estaba en un garaje, que estaba al lado de la librería Platerito. Fui una vez para ver si lo podía rescatar pero estaba todo cerrado, medio abandonada la propiedad. Mi idea era recuperarlo y donarlo al museo Emilio Saraco (Av. Olascoaga y vías del Ferrocarril). Ojalá alguien lo tenga y pueda donarlo, por el significado que tiene”, agregó.
Saraco fue una figura destacada en la cultura y arte de la ciudad. Fue el primer director de la Escuela Provincial de Bellas Artes y generador del teatro en la zona. El hotel Royal, que se encontraba a metros de Tijuana, también posee la impronta del artista nacido en Córdoba. En su acceso, se puede ver un enorme mural con motivos egipcios.
Hay varios edificios públicos y privados que exhiben murales del artista plástico: uno, histórico, es el bajorrelieve del conejo de 1,50 por 1,20 metros que se puede ver en la fachada del el Jardín N° 1 Padre María José Brentana, conocido por los nacidos y criados en esta ciudad como “Conejito”. Saraco falleció el 23 de septiembre de 2001, a los 89 años, mientras pintaba.
Diferente y techado
En las temporadas de verano el negocio tenía mesas en la vereda. Y silla de hierro y mimbre, algo poco común porque en general el mobiliario que se utilizaba en otros locales era confeccionada de madera.
Otra novedad fue que ese espacio al aire libre estaba completamente techado. La fachada, también de madera, se completaba con vidrios de diferentes tonos de colores, que conjugaban con el estilo de la construcción.
“Las sillas de afuera eran de hierro y adentro estaban las de madera. En una época la municipalidad le pidió a mi papá, al dueño de Zoia (Tito Menéndez) y de El Ciervo (Gallego Rodríguez), si podían arreglar la plazoleta que estaba enfrente a Tijuana y Zoia. Mi viejo fue el único que aceptó la propuesta y recuerdo que hizo unos canteros y una fuente de agua”, contó. Esa prestación tuvo una condición: Héctor Gutiérrez puso una chopería (establecimiento de cerveza tirada) para utilizar ese espacio que se había reacondicionado con su dinero.
“Se llenaba de gente. Los mozos cruzaban la avenida todo el tiempo. Estaba atendida (la barra) por Ricardo Mamocho D'Amelio, que luego de irse de Tijuana puso el Jimmy en el bajo, sobre Avenida Olascoaga”, acotó Santiago, quien curso la primaria en la escuela 121 e hizo el secundario (en dos establecimientos) en la ENET 1 y Corderito blanco.
El furor del pool
Santiago sostiene que los primeros pools que tuvo la ciudad “llegaron” a Tijuana, si bien ya había algunas mesas de billar en el bajo neuquino, sobre la calle Sarmiento. “Tijuana tuvo una segunda etapa y agrandó el salón para poner mesas de pool que se ubicaron en el local contiguo en donde funcionó Credihogar”, reveló.
“Hacían cola para poder jugar porque había cuatro mesas. Ante el furor que sucedía, Zoia, que tenía un local mucho más grande, también puso mesas de pool. Mucha gente aprendió por primera vez a jugar (al pool) en Tijuana”, añadió.
Con las mesas de pool instaladas, muchos estudiantes de la ENET 1 (actualmente EPET 8) se hacían la rata para jugar por la ficha. Las horas libres se aprovechaban para ir a copar el negocio y tomar algo. Además, más de un adolescente se fumaba sus primeros cigarrillos a escondidas.
El público que iba a Tijuana abarcaba un segmento joven, aunque muchas señoras iban por la tarde a tomar el té o encontrarse para charlar y compartir un café. “No era tan familiar o popular. Había mucha gente joven e iban bastantes parejitas. En Facebook hay comentarios de mucha gente que se conoció en Tijuana y luego se ha casado”, relató.
En las tardes de calor los neuquinos pasaban su tarde en el río Grande. A su regreso, ya cambiados, Tijuana era una parada obligada para hacer la previa. Gran parte terminaba su noche en Pircas o en Old Blip.
Ceniceros encadenados y un mozo histórico
Los ceniceros que lucían en las mesas eran de gran atractivo para los clientes. Tenían la misma forma del sombrero mexicano que lucía el chamaco del mural. Pero el depósito de cenizas sufrió una reforma: “Mi papá decidió ponerle unas cadenitas que se sujetaba a la mesa porque la gente se los llevaba. Era muy lindo el formato. Lo mismo pasó con las toallas que se encontraban en los baños ¡Se las robaban!”, aseguró Santiago, y agregó: “Lo que me quedó de recuerdo son unos pocillos de café que tenía la figura del chamaco. Subí a las redes una foto y una señora se contactó para contarme que también tenía la misma tacita”.
Germán Ramón fue uno de los primeros mozos que tuvo Tijuana. Nació en Chillán (Chille) y en la década del 40 llegó a Buenos Aires, en donde comenzó a trabajar como mozo en la confitería El Telégrafo. Un gallego, que conoció dentro del rubro, al ver sus buenos modales para atender a los clientes, le aconsejó que no dejara el oficio porque siempre iba a tener comida, propina y sueldo.
Un día Ramón leyó en un diario que se promocionaba la Patagonia y decidió venirse a probar suerte a Neuquén. En el inicio de los, 50, consiguió trabajo en el Hotel Italia. El hombre luego regresaría a Valdivia (Chile) y en su regreso al sur de la Patagonia trabajaría en distintas confiterías de San Martín de los Andes hasta recalar en Tijuana, donde se convirtió en todo un personaje. Tras colgar su traje de mozo, Calderón puso Katango, otro negocio muy recordado por una generación de neuquinos. Ramón tuvo tres hijos: Jorge, que es médico infectólogo, Miguel, neurocirujano y Germán, técnico en seguridad.
Así como otras confiterías emblemáticas de su tiempo, Tijuana dejó su sello, personajes y anécdotas. Sin imaginarlo, Héctor Gutiérrez fue un visionario, ya que varias décadas después los bares mexicanos se pondrían a la vanguardia en Buenos Aires y otros puntos del país.
Tijuana cerró sus puertas en 1990 y con ello dejó su impronta y una historia que sigue alojada en la memoria de cada neuquino que vivió a pleno lo que miles denominan una época “dorada”.
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