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Aniversario de Neuquén | Guardián del patrimonio: el fantasma que habita un lugar emblemático de Neuquén

Quienes trabajan allí aseguran que es un antiguo cuidador del lugar. La historia detrás de las sombras que todos ven junto al Río Limay.

Por la mañana, parte del personal de Casa de las Bombas trabaja en amurar unos estantes gruesos a la pared. Se aseguran de que los soportes sean aptos para el peso de la madera, que queden bien fijados al hormigón. Después, barren y ordenan; al día siguiente, colocarán objetos, herramientas y otros materiales que destinaron a ese espacio. Sin embargo, cuando abren la puerta, ya no hay estantería y está todo tirado en el piso, como si hubiese sido cuidadosamente retirado.

Podría tratarse perfectamente de un acto vandálico, pero ninguno de los presentes se autosabotearía, ni hay indicio alguno de que alguien más haya entrado al lugar. Y aunque le den vueltas al asunto, conocen muy bien la respuesta: no están solos.

Hace 7 años que el personal que trabaja en Casa de las Bombas convive con un fantasma, aunque algunos ni siquiera lo crean de verdad, solo lo saben. Está ahí como el pequeño brazo del río Limay, como el antiguo cedrón de tronco ancho torcido por el viento, como las parras que llenan de uvas la galería y hacen del verano una fiesta. Su presencia es tan sutil, tan parte del lugar que no molesta, ni asusta, es sólo la estela de un recuerdo, una huella de lo que fue.

Casa de las bombas 5

Todo empezó con el tren y la historia de Neuquén

Todo empezó con el tren, también Casa de las Bombas. En 1902, tras la construcción del puente ferroviario, el tren de la empresa inglesa Ferrocarriles del Sud, ingresó por primera vez al paraje Confluencia. La llegada del ferrocarril fue clave para que el gobernador Bouquet Roldán promoviera el traslado de la capital del territorio y la fundación de la ciudad. Fue en ese mismo tren, que el 12 de septiembre de 1904, llegó desde Buenos Aires la comitiva que realizaría el acto fundacional de la capital neuquina.

La empresa ferroviaria llevó a cabo una gran cantidad de obras fundamentales para la ciudad, desde canales de riego, hasta un barrio de casas para el personal. Entre ellas estuvo Casa de las Bombas o la antigua Estación de Bombeo del Ferrocarril. Ubicada en Bolívar 681, frente a la Isla 132, según los datos catastrales corresponde a una construcción de 1930, aunque quizá se trate de una obra previa. De lo que no quedan dudas, es que tenía como función abastecer con agua del río Limay al Tanque Monier -también patrimonio histórico (ordenanza Nº 9634)- que entonces se utilizaba para alimentar a las locomotoras a vapor y al barrio ferroviario de la muy joven capital neuquina.

La bomba extraía el agua del río, pero necesitaba personal que la hiciera funcionar y la cuidara, por lo que se construyó un taller de trabajo, pero también una pequeña vivienda de impronta ferroviaria, con arquitectura muy característica de la época, de muros macizos, ventanales con vidrios repartidos y aberturas originales de hierro y madera. Todo rodeado por una vegetación generosa, muy similar a la de las chacras rivereñas, con su higuera, sus damascos, manzanos, cerezos y los álamos protegiéndolos del viento. En el predio, aún pueden verse vestigios de ese pasado esplendoroso, cuando los trenes eran el corazón del país: rieles, clavos, postes y hasta obradores de pinotea.

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Cuántas historias de Neuquén están encerradas allí

Pero aunque todo tenga un valor patrimonial valioso, nada de eso tiene alma: ¿Cuántas personas cuidaron ese lugar? ¿Cuántas alegrías, cuántas penas, cuántos sin sabores se esconden en los rincones, entre el polvo que no se ve y la luz que ahora entra por las ventanas?

Cuando en Argentina los ferrocarriles fueron heridos de muerte, muchas de esas dependencias fueron abandonadas y con ellas, en el mejor de los casos, las memorias de los pueblos. Durante varios años, Casa de las Bombas estuvo en manos del Ente Provincial de Agua y Saneamiento; después pasó a la órbita municipal. Durante mucho de ese tiempo, el lugar fue custodiado y mantenido por Don Arévalo, un antiguo empleado ferroviario que intentó hacer que el tiempo se detuviera, hasta que murió en 2012. A partir de eso, el lugar fue utilizado para talleres; por una asociación de apoyo escolar; también como sede de una cooperativa de mujeres. Así sus paredes fueron juntando nuevas vivencias y entretelones, mientras la historia se iba cubriendo de olvido. Hasta que dejó de utilizarse, alguien puso un candado y allí quedó.

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Hace 7 años, un grupo de trabajadores de la Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad de Neuquén, incentivados por el artista plástico y entonces director de Patrimonio, Marcos Cornu Adamoli, recuperaron el lugar. Un año más tarde, se aprobó la Ordenanza 13.904 que declara al edificio como Patrimonio Arquitectónico, Histórico, Cultural y Paisajístico de la ciudad. Desde entonces, allí funciona la dirección de Patrimonio, donde, entre otras cosas, se restaura y trabaja en la conservación de los monumentos y otras piezas emblemáticas de la historia. También se emplazó una bomba nueva y moderna, que utiliza el municipio para el riego de espacios verdes.

Apenas unos años atrás, en 2022, la municipalidad convirtió todo ese predio en Casa de las Bombas, un pequeño espacio cultural que permite la realización de muestras y talleres artísticos, pero que sobre todo le devolvieron movimiento y vida a un lugar que parecía estar detenido en el tiempo.

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Los caprichos del tiempo cerca del río Limay

Lo cierto es que desde hace un tiempo, nadie sabe bien cuándo, aparecieron las sombras. Pasan muy temprano por la puerta de entrada; a veces se ponen a jugar en la antigua bomba que ahora descansa en el Taller Central; otras veces van y vienen por las oficinas que se ubican en la vieja vivienda, como buscando dónde detenerse. Muchos dicen que las sombras tienen un nombre, muchos lo sueltan por lo bajo, con la extraña convicción de lo impalpable. La única certeza es que no hay sombra sin luz y es eso lo que trajo consigo esta nueva etapa de un espacio que parecía haber sucumbido en el olvido: puertas y ventanas abiertas, risas, vida.

A veces no son sombras, hay ruidos, pequeños pasos en la pinotea, algo chiquito que se cae, las hojas secas que crujen. A veces sólo son casualidades. Una artista plástica que pinta un gran mural con la historia del lugar y dibuja sin querer una única silueta humana. O una ceramista que pide un taxi hasta allí y el taxista quiere saber si ese es su lugar de trabajo, porque cuenta que ahí también trabajaba su hermano, que ahí habían compartido muchas reuniones familiares, que ahí habían sido felices y que un día como ese, exactamente unos años atrás, su hermano había muerto.

La historia tiene esos caprichos, esos pequeños nudos que tantos nos cuesta comprender, los rincones donde se esconde lo casi imperceptible. La historia está llena de historias, de nombres propios, de vida vivida. La historia es donde se recuesta la memoria a descansar, hasta que vuelve a estar en movimiento y basta abrir una puerta para que salga a bailar, a hacerse sombra, a desempolvar el olvido. Habitar nuestros espacios, recuperarlos, es reconocernos parte de un tiempo que tuvo un antes y al que muchas veces aún habitan los que cuidan la fragilidad de los recuerdos.

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