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La Mañana Skay Beilinson

El salón de eventos que recibió desde Skay Beilinson a No Te Va Gustar y que trae suerte

La historia de Espacio Linares está llena de optimismo, azar y segundas oportunidades. Quienes lo frecuentan aseguran que tiene algo mágico.

Las tardes en la Pelopincho con los chicos del barrio; la primera noche en carpa bajo un cielo de estrellas brillantes; el verano bajo la sombra del ciruelo y el limonero; el cuarto donde aprendió a tocar la batería. Linares 980 fue una trinchera en la infancia de Demian Hoffmann, el lugar donde podía ser niño en libertad.

Quizá por esa semilla, ese recuerdo de la felicidad posible, es que, después de mucho buscar un rumbo, Demian decidió volver a las bases y convertir el galpón donde jugaba en Espacio Linares: un salón de eventos o mejor, un espacio de alegría compartida.

La historia de Espacio Linares comenzó un ratito antes de que estallara la pandemia. Con el diario del lunes es fácil decir que fue un mal momento, pero en ese entonces, abrir un lugar donde la gente se encontrara para pasarla bien le pareció una idea genial: un poco porque en verdad lo conectaba con su esencia y otro porque lo vivía como una segunda oportunidad.

Había estado diez años viviendo en La Plata, estudiando Informática, pero sobre todo buscando algo que realmente lo motivara y que no encontró. Volvió a Neuquén cabizbajo: le pesaba no haberse recibido y tampoco encontraba motivación en su trabajo formal y rutinario.

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Lo empezó a rondar la idea de convertir el galpón familiar en un centro cultural; en sus épocas de estudiante solía frecuentar el Konex, los lunes de la Bomba del Tiempo. ¿Y si hacía algo parecido acá? La vio y convenció a todo el mundo de que era una idea brillante.

Demian es un tipo que sonríe: una suerte de optimista que empuja sin perder noción de la realidad. En ese tiempo, quizá era un poco más kamikaze y no tenía ni idea de cómo hacer un negocio, pero aún así se lanzó; hoy Espacio Linares no solo es un punto de encuentro para que pasen cosas lindas: para muchas personas, se convirtió en una segunda oportunidad y, para él, en su nueva trinchera.

Construir la trinchera

La familia de Demian compró el lugar en 1992. Era una suerte de chacra pequeña que cerca de casa, y al mismo tiempo tenía espacio suficiente para que Mariano Villegas - la pareja de su mamá, un reconocido artista plástico y escritor- montara su taller.

La mamá de Demian es psicóloga y tenía el consultorio en su casa, así que él empezó a frecuentar el lugar para tocar la batería sin que nadie padeciera sus inicios musicales. Pero al mismo tiempo, fue descubriendo un mundo a través del arte: los grabados de Mariano, los discos de Los Redondos que sonaban una y otra vez en el taller y fue creando el suyo propio, rodeado de amigos, de los ruidos de la tarde, de imaginación.

Después, el galpón se alquiló durante años a una distribuidora de alimentos balanceados para animales domésticos y de la pequeña chacra quedó solo un recuerdo. Cuando se fueron, mientras intentaban recuperar el lugar y dejarlo en condiciones para un nuevo inquilino, Demian encontró una escultura de una cabeza de piedra que había hecho Mariano. La colocó en un lugar alto del patio y una tarde, mirándola fijamente, se dijo: “Qué lindo sería que este lugar fuera mi lugar de trabajo”.

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Lo primero fue reacondicionar el galpón: ponerle piso, arreglar las paredes, construir una cocina y dividir el baño en dos. Cuando estuvo funcional, por la mañana preparaba viandas, las vendía y las repartía en el barrio. A la tarde salía hablar con artistas, productores, con quien fuera, para mostrarles el lugar y pensar en qué se podía hacer.

No tenía mesas, ni sillas, ni luces, ni sonido: nada. Para hacer cualquier evento, tenía que alquilar todo, pero se arriesgó. Al poco tiempo tenía una agenda digna, no sólo de recitales, presentaciones de libros, noches temáticas, sino también de eventos privados. Todo lo entusiasmaba.

Espacio Linares empezó a funcionar, pero entonces llegó la pandemia.

“Hay un montón de variables que se pueden modificar, pero la pandemia no: era imposible. Pensé que se terminaba ahí, pero entonces abrí La Cocina de Linares”, dice sobre el emprendimiento de comidas ricas, clásicas y bien hechas para llevar, que funciona hasta hoy.

“A Linares lo defino como es un lugar de resiliencia. No tenía otro laburo, no tenía ningún título, nada. Mi única arma era -y es. este lugar”, explica.

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Mientras todo el mundo combatía la pandemia y Demian sostenía la cocina. Jamás hizo una fiesta clandestina, ni aceptó muchas de las cosas que venían a proponerle; en cambio, empezó a trabajar en acondicionar el lugar y conseguir todas las habilitaciones para que, en cuanto terminara esa etapa, estuviera en condiciones.

Cuando la pandemia terminó, era de los pocos lugares listos para funcionar. Y si bien costó mucho que la gente reincorporara a la rutina de los consumos culturales y el esparcimiento, poco a poco fue rearmando una agenda con eventos de martes a domingos y, sobre todo, haciendo foco en eventos privados.

Una noche con Skay Beilinson

El teléfono sonó, era el productor Gabriel Palmero. La propuesta era que Skay Beilinson, fundador de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, junto a su banda y a la legendaria Negra Poli, fueran a almorzar y cenar en Espacio Linares.

Demian quedó en shock. ¿Cómo se recibía a ese tipo? ¿Qué música debía poner? ¿Con qué luces ambientar? ¿Cómo ser anfitrión de una leyenda? Se puso a investigar sus influencias estéticas, qué música escuchaban fuera del escenario y estuvo atento a cada detalle.

Llegó el día, todo estaba increíble. Cuando Skay entró, lo primero que le pidió fue que encendieran las luces y apagaran la música.

“El tipo después aflojó, estuvo re bien. Él tocaba el sábado a la noche en Parque Central. Habían ido a comer el viernes a la noche y el sábado al mediodía. Esa noche le llevé la comida al camarín. Y cuando termina el show, viene Poli y me dice: 'Vos sabes que nos encantó tu lugar, nos gustaría ver si hay posibilidad de ir mañana domingo, porque nuestro vuelo sale como a las seis de la tarde'. Fue increíble. Ahí me animé y le hablé, le dije que su guitarra había sido parte de mi infancia, que era sagrada para mí. Y se copó, me invitó a la mesa, me pidió que les contara la historia del lugar, yo les conté cómo había preparado todo. Se reía. No podía creer: estaba hablando con Skay en el patio de toda mi vida”, dice.

Y así como Espacio Linares tuvo a Skay, también pasaron por ahí la murga uruguaya Agarrate Catalina, Cruzando el Charco, No Te Va Gustar, Piti Fernandez de Las Pastillas del Abuelo y Estela de Carlotto, entre otros.

Suerte, azar y segundas oportunidades

“Ese lugar fue mi casa de los 8 a los 14 años”, dice Sebastián Fariña Petersen, fotógrafo de LM Neuquén, cuando ve la solicitud de fotografiar Espacio Linares.

Sus padres tenían la costumbre de mudarse de casa en casa, construyendo, haciendo reformas y luego vendiéndolas. Su papá tenía un taller de chapa y pintura; en ese entonces el barrio era una zona fuerte en el rubro, y decidieron mudarse al galpón mientras esperaban que su casa estuviera terminada. Recuerda que las habitaciones estaban hechas con divisiones de machimbre.

Donde ahora funciona La Cocina de Linares, la mamá de Sebastián tenía el kiosco Vita. Desde esa trinchera, atravesaron la hiperinflación durante el gobierno de Alfonsín. “Cuando nos mudamos, vendieron esa casa. Nunca entré a Espacio Linares, pero hace una semana me paré enfrente y me quedé mirando un rato lo que era mi casa”, cuenta.

“Yo digo que este lugar arregla rotos”, dice Demian, mientras explica que tiene un equipo tremendo con el que hace que el lugar brille, entre los que están Leandro, Chiara, Violeta, Diego, Matías y Federico. Y cuenta el caso del cocinero, cuyo papá le había pedido que por favor se pusiera a trabajar con él de albañil o que hiciera algo porque necesitaban otro ingreso. Leandro buscó trabajo en todos lados y no conseguía nada, hasta que se encontró con Espacio Linares. “No te puedo explicar, la rompe, es crack cocinando y es mi mano derecha”, explica.

Chiara también llegó después de una crisis inmensa, diciendo que nunca había sido moza, pero que necesitaba trabajar y hoy es quien capitanea las mesas en cada evento.

“A mí también me arregló”, dice Demian. No le interesa forzar las cosas con eventos que sabe que no puede sostener, ni bajar la calidad, por quedarse con un peso más. Porque la búsqueda es la alegría, un lugar para construir memorias, como las de una infancia que aún lo habita. Suerte, segundas oportunidades y unas cuantas casualidades, pero sobre todo la decisión de confiar en lo genuino, en lo real y en la intuición de un niño feliz.

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