En Neuquén y Argentina, la tolerancia ciudadana hacia sus líderes se mide entre logros y defectos.
Todos los líderes en la historia de la humanidad, por más logros, conquistas y reivindicaciones que hayan obtenido, por más populares y amados que hayan sido por su pueblo, han tenido su costado no querido.
El sabio griego Aristóteles decía que “es imposible vivir sin ofender a algunas personas”, y el escritor francés Víctor Hugo jugaba con el extremo al afirmar que “incluso el más perfecto de los hombres tiene enemigos: aquellos que lo envidian”.
Aplica en la vida, y particularmente en la política, donde —lejos de la perfección relatada por Victor Hugo, y especialmente en la Argentina— encontramos a seres egocéntricos y contradictorios que, en el mejor de los casos, se equivocan mucho pero jamás reconocen su culpa, y en el peor, sostienen agendas ocultas en la mezquindad de sus pensamientos, mientras la sociedad es utilizada como un simple instrumento del poder.
En distintos momentos históricos, sectores de la sociedad han justificado o tolerado conductas cuestionables como la corrupción, la traición, el autoritarismo o la violación de derechos, en función de logros económicos, estabilidad o avances visibles.
En esa eterna contradicción a la que quienes detentan el poder están sujetos, en esa balanza constante entre lo bueno y lo malo, encontramos casos como: “Perón fue autoritario, pero nos dio derechos” o “Menem robaba, pero hacía”.
Todo lo que se dice antes del “pero” es tolerable. Así, cuando alguien dice “robaba, pero hacía”, está invitando al lector u oyente a quedarse con la obra, no con el delito. El orden de los factores, en política, sí altera el producto.
Si, en cambio, dijéramos que un político “hace, pero roba”, con lo malo a la derecha, estaríamos ponderando el delito por encima de su obra, y bien podría ese dirigente volver al ostracismo y ya no competir en elecciones.
También hay casos extraños, como los de Fernando De La Rúa o Alberto Fernández, donde no hay nada bueno para colocar de ningún lado del “pero”. Serían algo así como un “pero a la izquierda”.
Una frase que podría resumir el semblante del actual presidente argentino es: “Milei tiene malas formas, pero ha traído estabilidad y orden”, en referencia a que insulta a periodistas, políticos, minorías sociales y reparte sobrenombres despectivos a sus rivales.
Las urnas en Salta, Jujuy, Chaco, San Luis y ahora en la Ciudad de Buenos Aires han hablado: lo malo de Milei se halla a la izquierda de su “pero”. La estabilidad y el orden generados por el nuevo gobierno son tolerados por el electorado por encima de sus defectos de forma. Mientras la inflación siga a la baja y la Argentina no entre en recesión ni en una desocupación generalizada, a las mayorías simplemente no les importa si algunos se sienten ofendidos por la lengua vivaz del presidente.
En el caso de Neuquén, y centrándonos en la figura del gobernador neuquino Rolando Figueroa, es evidente la mejora en la gestión respecto de su antecesor, Omar Gutiérrez, en cuanto al ahorro del Estado, el control del gasto y la derivación de esos presupuestos a la obra pública, que en solo un año y medio se multiplica por doquier, especialmente en rutas y escuelas. No hay dudas de que “Rolo hace”.
Pero también se nota —en la calle, en las redes sociales, en encuestas, y más recientemente en los dichos en off de su exsecretario de Producción, Juan Peláez— que hay una porción importante de la ciudadanía que manifiesta su malestar por el acercamiento carnal de Figueroa con el MPN y sus viejas formas.
A diferencia de Milei, Figueroa no ha tenido aún la oportunidad de probar de qué lado del “pero” están sus defectos, y será octubre, en las elecciones legislativas, donde se pondrá a prueba para intentar detener la ola violeta que parece querer cubrir a toda la República Argentina.
La ola violeta en Neuquén
Luego de la significativa victoria de La Libertad Avanza en CABA, en las redes sociales de Nadia Márquez y de los libertarios neuquinos aparecieron imágenes con el mapa de Neuquén pintado de violeta, acompañado por la leyenda: “Ahora vamos a pintar a Neuquén de violeta”. Muy confiados por los resultados favorables obtenidos en las elecciones legislativas en cinco distritos electorales, celebraron lo que fue, sin dudas, un auspicioso estreno electoral en el oficialismo.
Curiosidades históricas: el color violeta fue, precisamente, el que utilizaba Rolando Figueroa cuando aún pertenecía al MPN y competía en internas partidarias. En 2018, Nadia Márquez era la segunda candidata a concejal, acompañando a Marcelo Marchetti en la lista violeta del MPN liderada por Figueroa. Sin dudas, Márquez es coherente con su color favorito.
Si la dirigente libertaria, asediada por reveses legislativos y judiciales, pero aún incuestionable punta de lanza de Javier Milei en Neuquén, es capaz de abrir su espacio, e incorporar a figuras del radicalismo, del PRO, e incluso del extinto MPN, Neuquén efectivamente podría volverse violeta en octubre y arrojar preocupación sobre los pronósticos del oficialismo de cara al 2027.
Sin embargo, una advertencia para quienes se entusiasman rápidamente con los resultados: el promedio de votos violetas de Milei ronda el 30 %. Si el 70 % que no lo vota se organiza en 2027 detrás de un nuevo liderazgo capaz de convencer a nuevas mayorías —y teniendo especialmente en cuenta que contamos con un sistema de balotaje—, quien podría no obtener la reelección es Milei.
El pasivo que el presidente está acumulando con sus malas formas claramente no lo afecta en el corto plazo, pero sí podría hacerlo en el largo plazo, acumulando un voto negativo que pese sobre su imagen. Hay políticos que tienen el techo muy bajo —o, dicho de otra manera, un voto negativo muy alto—. Eso le sucedió a Carlos Menem en 2003, cuando con un 24 % de los votos accedió a la primera posición en el balotaje frente a Néstor Kirchner, que apenas había sacado el 22 %. A pesar de su ventaja, Menem resignó su candidatura y consagró automáticamente al Santacruceño como Presidente, ya que el voto negativo del riojano era enorme, y no habría de sumar muchos más votos; o mejor dicho, todos los que estaban en contra de Menem se agruparían indefectiblemente en la figura de Kirchner, no por simpatía hacia él, sino como vehículo para canalizar su bronca contra Menem.
En política, el “pero” no es una pausa: es un veredicto. Define si algo es tolerable o condenable. Hoy, la tolerancia flota sobre una economía sin derrumbe, pero la paciencia ciudadana no es infinita. En Neuquén y en Argentina, los líderes están a prueba permanente. Porque tarde o temprano, los pueblos hacen la cuenta completa. Y cuando eso ocurre, no hay “pero” que los salve.
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