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La increíble historia de "la gallinita": la golosina argentina que conquistó generaciones

El relato de la creación de la golosina, que sorpresivamente se transformó en ícono y fenómeno popular de todos los kioscos del país.

Hace más de cinco décadas, nació una singular golosina que se convirtió en parte de la memoria colectiva argentina: la famosa “Gallinita”. Esta pequeña figura logró atravesar provincias, ferias y kioscos hasta transformarse en un ícono nacional.

La gallinita fue creada por Hugo Pugliese y su esposa, Elisa en la ciudad de Alta Gracia, Córdoba. Su historia combina esfuerzo familiar, creatividad artesanal y un recorrido empresarial lleno de aprendizajes y desafíos.

El inicio de la “Gallinita” se remonta a una habitación modesta en la calle Mansilla de Alta Gracia. Allí, mientras trabajaba en la reconocida empresa Terrabusi, Pugliese comenzó a experimentar con recetas y moldes. “Era un proceso muy artesanal que parecía imposible, pero lo sacamos adelante con prueba y error”, recordó años después.

gallina golosina

La primera fábrica funcionó en el fondo de su casa, donde 15 mujeres se encargaban de producir cada pieza a mano. Un antiguo cocinero de Arcor, de apellido Sosa aportó conocimientos claves para perfeccionar la fórmula. A esa base de saberes, Pugliese sumó nociones de ingeniería, química y mecánica, lo que permitió optimizar los tiempos y alcanzar una producción de 50.000 unidades diarias.

El crecimiento fue vertiginoso: la fábrica llegó a contar con 54 empleados, algo impensado para un emprendimiento nacido en un galpón familiar.

fabrica gallinita

La expansión por todo el país

La distribución de la golosina cordobesa se extendió a gran parte del territorio argentino. Desde el norte provincial hasta Tucumán, Salta, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Misiones y Bariloche, la “Gallinita” se instaló en la oferta de kioscos y almacenes.

El despliegue logístico no era menor: dos colectivos acondicionados salían cada semana para abastecer a los puntos de venta. La estrategia de Pugliese fue clara: atender a los comerciantes pequeños, que buscaban productos distintos a los que ofrecían las grandes compañías.

Con el tiempo, al catálogo se sumaron nuevas creaciones: juguitos en sachet, bombones de licor, bocaditos bañados en chocolate y el “chocopito”, una base de alfajor con dulce de leche y cobertura de chocolate. Algunos artículos, como los alfajores, no tuvieron éxito; otros, como los juguitos, alcanzaron cifras impresionantes, con 100.000 unidades diarias.

gallinita
Detrás de cada golosina artesanal hubo un esfuerzo colectivo que llevó a la marca a conquistar todo el país.

Detrás de cada golosina artesanal hubo un esfuerzo colectivo que llevó a la marca a conquistar todo el país.

El secreto estaba en producir lo que las grandes fábricas evitaban: dulces que requerían un método casi totalmente manual. Esa estrategia artesanal redujo la competencia directa y consolidó la marca como un fenómeno popular.

Crisis, reinvención y legado

El auge se mantuvo durante décadas, hasta que en 2001 la crisis económica golpeó con fuerza. “Me fundí totalmente, pero pagué a todos lo que correspondía”, relató Pugliese. La fábrica cerró y muchas de las trabajadoras continuaron en la planta bajo nuevos dueños, mientras otras quedaron sin empleo.

A pesar de quedarse sin capital, el creador de la “Gallinita” eligió comenzar de nuevo en otro rubro. Se dedicó a la fabricación de molduras de madera, un sector en el que logró estabilidad y mayores ingresos que en toda su trayectoria dentro de la industria de golosinas.

gallinas

Más allá de los vaivenes económicos, la Gallinita dejó un recuerdo para todos. Su historia representa la de tantos emprendimientos argentinos: ingenio, sacrificio, capacidad de adaptación y un vínculo profundo con la vida cotidiana de miles de familias.

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