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Un neuquino que rescata africanos con un barco en el Mediterráneo

Jorge Pacheco. Trabaja para una ONG que salva miles de personas que escapan rumbo a Europa para sobrevivir.

Natali Ruiz de Galarreta

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Desde 2015 integra misiones frente a Turquía, Grecia e Italia. “Yo no puedo mirar para otro lado”, confiesa.

Cuenta que en ocasiones no dan abasto por las miles de personas que hay a la deriva en el mar.

Mientras se leen estas palabras, hay miles de personas que intentan cruzar por la ruta de la muerte en el mar Mediterráneo. Y entre ellas se encuentra un neuquino.

Mujeres, hombres y niños hacinados en pequeños botes que no son más que raquíticas tablas de madera, abandonados a la deriva en medio del mar, sin motores, sin reparo, intentan cruzar la frontera que los aleja de sus países, donde sólo los esperan el hambre y las guerras, por lo que ellos creen un futuro mejor en Europa.

Entre olas y vientos salados, obligados a salir de sus países africanos y asiáticos para poder sobrevivir, arriesgan todos los días sus vidas. Al mismo tiempo, del otro lado de la suerte, hay personas sorprendentes que se ponen en las primeras líneas de una batalla despiadada para tratar de socorrerlos, de darles una mano. Jorge Pacheco solía ser guardavidas del Limay, pero hace tres años es un voluntario que en las costas de Libia rescata a los migrantes forzosos que se arriesgan en las aguas del Mediterráneo. “Yo no puedo mirar para otro lado”, dice, y te deja helado.

En nuestro barco entran 600 personas, pero a veces nos encontramos que hay 3000 para rescatar”, dijo Jorge Pacheco. Rescatista

¿Qué hacés en la ONG?

Ahora soy patrón de una embarcación de rescate, en la ONG Proactiva Open Arms de España, que es donde vivo. Desde el 2015 hacemos misiones frente a Turquía, Grecia e Italia, por donde pasan las grandes migraciones que están ocurriendo por el hambre en África, por las persecuciones ideológicas y las guerras en Libia y Siria. Somos socorristas de mar, intentamos darle a la gente que escapa un pasaje seguro a Europa.

¿Cuál es la situación que te encontrás en esta tarea?

Las rutas del Mediterráneo central son las rutas de la muerte. Es una muerte asegurada la que enfrentan. Ahora muchos intentan pasar de Libia a Malta o a Sicilia, que es lo más cercano, aunque no lo consigue nadie. Los traficantes no lo tienen planeado para que la gente llegue, porque van en barcos que superan la capacidad, sin combustible. Muchas veces ellos mismos les sacan el motor y los dejan flotando. La gente que está en el sur de África viaja un año o dos para cruzar. Hay muchos que se quedan en los desiertos, donde no hay cobertura de todos los que mueren. Pero hay otras personas que sí logran llegar a las costas para poder encontrar una salida luego de enfrentarse con el mar.

Cuando rescatamos niños, en el barco tenemos un mapamundi gigante. Y les preguntamos de dónde vienen. Te dicen así: “de acá a acá vinimos caminando, acá nos dispararon, de acá a acá vinimos en un camión escondidos”. Te dice eso un nene y te parte el corazón.

Nosotros, cuando los recatamos, les decimos que no existe eso del sueño europeo, que no hay trabajo para todos. No todos pueden ingresar a Europa, sólo 4 o 5 países consideran el estatus de refugiado. Y ellos mismos te aclaran que si sobrevivieron a ser esclavos en Libia, que por una bomba desaparezca la mitad de su familia, o la hambruna, la vida en Europa es mejor. Pase lo que pase. Y saben que tienen muchas chances de morir.

¿Qué te motiva a dedicarte a esto?

Cuando estudiaba en La Plata era voluntario de Casa Cuna. Y ahí me gustó esto, y ya cuando me fui a trabajar a España me empezó a sonar un poco más. Creo que alguien lo tiene que hacer. Aunque deberían solucionarlo los gobiernos, consideré que si estoy capacitado para hacerlo por trabajo, también podía salvar vidas de corazón. Creo que es genial. Los abrazos de la gente cuando los rescatamos son increíbles. Tenemos que estar agradecidos. Allá están jodidos de verdad.

Son la última barrera

Una vez que la Unión Europea creó un pacto para impedir el paso de los migrantes a Turquía, la ruta a afrontar por quienes querían pisar suelo europeo empezó a ser la de Libia-Italia, mucho más peligrosa. De 12 ONG que patrullaban las costas hace dos años, hoy sólo quedan tres. Y se calcula que para el 2020 la eurozona va a tener en marcha un bloqueo total “antiilegales”.

¿Cuáles son las mayores trabas que enfrentan en la tarea?

Hoy los guardacostas turcos, Frontex, que es la policía de frontera que creó la Unión Europea, la OTAN y los guardacostas helénicos patrullan la zona y no dejan pasar a nadie. Devuelven a quien encuentran, o muchas veces los chocan y los hunden. Hasta 12 millas podemos entrar nosotros sin que los libios nos ataquen, supuestamente. Pero nos ha pasado que nos han intentado secuestrar el barco, han disparado contra nosotros. Hace dos años eso no pasaba. Rescatábamos y los guardacostas no hacían mucho.

¿Y tus mayores preocupaciones?

El área donde nosotros cubrimos es una locura. Es una fosa común de cuerpos que cada año va creciendo. Muchas veces encontramos el bote girado y un cuerpo, de 150 personas que calculamos van por embarcación. Y no sabemos si lo hundieron los guardacostas libios, si se llenó de agua, si se dio vuelta. En nuestra embarcación entran 600 personas. Y ahí podemos encontrar barcos de mil personas o, como nos pasó hace unos días, 21 barcos juntos con más de 3000 personas para rescatar. A veces estamos superados por la cantidad de personas que tratan de escapar.

¿Qué es lo más duro de afrontar los rescates en estas condiciones?

En total, son unas 25 mil personas las que ha rescatado Proactiva Open Arms de las aguas del Mediterráneo. Pero lo peor del trabajo es que te den unas coordenadas, que te digan que en determinado lugar hay una embarcación que lleva a unas 500 personas, y vas y no la encontrás, y pasan las horas, y sabés que hay gente que se va a morir si no llegás a tiempo.

Datos en la piel por si se ahogan

El cúmulo de emociones que sienten los que viajan arriba del barco es abrumador. “La primera vez que vi a la gente que rescatamos, tenían su nombre y un número de teléfono con marcador indeleble escrito en el brazo, en el pantalón, en la pierna. Y yo pensé que esos eran los números de amigos, contactos por si se les mojaban los papeles que llevaban. Y cuando me dijeron que en realidad se marcaban por si ahogaban, para que por lo menos les avisen a sus familias, comprendí que esa era su última opción” recordó Jorge sobre algo que lo impactó.

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