Juan Caliani, un escalofrío y el olvido
Anoche Juan Caliani me llegó a la memoria cuando salí al patio sin tomar ningún tipo de precaución. Me pregunto: ¿qué suerte correrán sus asesinos?
Anoche salí al patio de casa apresurado por cerrar la puerta del garaje, ganarle una batalla de segundos al frío y volver rápido para seguir leyendo "La navaja de Ockham" de Gastón Intelisano. En ese apuro no tomé mayores precauciones, pero tal vez fue una brisa que se filtró por debajo de mi remera la que me obligó sacudirme un escalofrío muy particular porque trajo a mi memoria a Juan Caliani, nuestro colega asesinado a puñaladas en el patio de su casa.
A Juan lo conocí por terceros, lo habré visto una que otra vez porque mi laburo esquiva las multitudes, formalidades y protocolos. Pero al acordarme de él, pensé en cuánto había pasado de su crimen. Exactamente 21 días. Teniendo en cuenta que en 72 horas se detuvo a los adolescentes que lo mataron, el resto de los días comenzó a ser consumido por el paso del tiempo y el maldito olvido al que estamos todos condenados.
Memoria vs olvido
En los días sucesivos hubo anuncios políticos sobre la instalación de cámaras de seguridad, después se volvió a la inflación, la pobreza, la reunión por la desfederalización del narcomenudeo, el City contra el Madrid, Boca-River en Córdoba y el otoño cada vez más fresco que pinta todo de ocre.
Así es la realidad. Todo avanza, nada se detiene y seguirá siendo así cuando ya no estemos.
Cuando había terminado de escribir esta columna, Julio (hermano de Juan) me wasapea para contarme que le hicieron un homenaje en el Concejo Deliberante de Roca. Sonreí y pensé que Juan había hecho otra gambeta, pero esta vez al olvido para que su recuerdo no se desvanezca.
Donde nunca se desvanecerá, es en la casa que habitaba con sus padres en el barrio La Sirena. Allí cada segundo cuenta. Seguramente no habrá amanecer que, en ese estado de vigilia, no lleve a imaginar que todo fue parte de una horrible pesadilla y que Juan estará en su cuarto o que va a irrumpir de un momento a otro en la cocina para apropiarse de un mate recién cebado.
Allí, en su casa, las noches son tramperas. Hay una escena recurrente y una perversa pregunta sin respuesta: ¿se pudo evitar? Lo único que queda es esa última mirada apagándose lentamente y para siempre. Después están todos los recuerdos de los días felices que todavía son tan nítidos que parecen reales.
Y entramos en un plano netamente borgeano, donde la memoria lucha contra el olvido para evitar que la muerte sea completa y para siempre.
Ley y realidad
Nunca se podrá olvidar que el crimen de Juan puso fin a la luna de miel de este gobierno con el delito y convirtió el homicidio en una bisagra. A la herencia un gobierno puede acudir cuantas veces quiera, menos cuando hay un crimen, ese es el aquí y ahora. De eso se rinde cuentas hoy, por más que su génesis esté en las décadas de abandono y corrupción.
Ahora, a los tres poderes del Estado se les plantea un gran interrogante: ¿qué hacer con esos pibes que mataron?
La Ley 2302, en su letra, tiene los suficientes resortes, dispositivos y controles para resociabilizarlos, pero ¿en verdad existen?
La ley y la realidad son una gran trampa. ¡Cosas veredes!
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