Bodega Desde la Torre: el norte neuquino en una botella
En Chos Malal, los hermanos De la Torre rescatan uvas criollas centenarias y embotellan memoria, terroir y tradición familiar.
El vino en Chos Malal no comenzó con cavas sofisticadas ni con el radar del mercado global puesto en los varietales de moda. Empezó, como tantas historias del interior neuquino, en el patio familiar. Allí, entre parrales que daban sombra y fruta para consumo propio, la bisabuela de la familia De la Torre hacía vino casero. Lo siguió su hijo, lo continuó Luis De la Torre —quien se formó mirando y aprendiendo de sus padres— y lo heredaron sus hijos, Garu y Nicolás, que hoy conducen la Bodega Desde la Torre.
Ese recorrido de cuatro generaciones no se limitó a mantener una costumbre doméstica: se transformó en un proyecto que hoy habla en voz alta del norte neuquino. Si antes se elaboraba para la mesa propia, hoy embotellan con una idea clara: mostrar que el vino también puede ser memoria, territorio y riesgo. Lo que se transmite de padres a hijos no es solo una técnica, sino un modo de entender la vida en comunidad.
La “Criolla de Pueblo”: un manifiesto embotellado
En tiempos en que los rankings internacionales parecen marcar el pulso de la vitivinicultura argentina, en Chos Malal la apuesta fue distinta. El vino que resume esa filosofía se llama “Criolla de Pueblo”. Se elabora con uvas de parrales antiguos, algunos con más de un siglo de vida. Son plantas que nacieron del gesto más sencillo y generoso: regalar una estaca. “Dame una de la tuya y te paso una de la mía”. Así, los patios se llenaron de mestizaje: uvas blancas, tintas, rosadas, aromáticas, grandes “teta de vaca” y mínimas “chinche”.
Durante años, esa producción se perdía: una familia no podía consumir miles de kilos, los pájaros hacían el resto. Los De la Torre decidieron recuperar ese patrimonio: darle un destino noble a lo que antes se caía al suelo. Al principio separaban las uvas por color, pero con el tiempo empezaron a vinificarlas por viñedo o a mezclarlas. El resultado no es una criolla uniforme, sino un vino plural, fiel a la diversidad del pueblo.
Dentro de ese abanico apareció una cepa que los sorprendió: la Filadelfia. Al probarla, dicen, “les voló la cabeza”. Desde entonces la vinifican aparte, y cada tanto la descubren en parrales de distintas familias, como un secreto compartido. No buscan catalogarla; prefieren dejar que hable sola.
Un terroir áspero y fascinante
Hacer vino en el norte neuquino no es sencillo. Heladas tardías, calor extremo, sequías prolongadas y vientos desafiantes ponen a prueba la paciencia de cualquier productor. “Agricultura de riesgo”, lo definió un amigo de la familia, y no exageraba.
Aun así, esa dureza es parte de la identidad de la Bodega Desde la Torre. Los viñedos sobre suelos calcáreos marinos, por ejemplo, dan vinos estructurados, capaces de guarda, con una frescura inesperada. Los suelos y el microclima de Chos Malal hacen que cada botella lleve adentro el viento y el sol de la zona.
El objetivo no es competir con regiones más establecidas, sino ofrecer algo distinto: un vino que huela y sepa a norte neuquino, que no esconda las marcas de la tierra.
La herencia que Luis De la Torre transmitió a sus hijos no fue solo técnica, sino ética: trabajar con respeto. Respetar los tiempos de la uva, los ritmos de la estación, el carácter de cada cepa. Esa convicción se tradujo en una decisión clave: hace cinco o seis años la bodega dejó de usar levaduras comerciales y pasó a fermentar solo con levaduras indígenas.
La apuesta no fue sencilla. Al principio las fermentaciones eran caprichosas, pero con el tiempo lograron que fluyeran naturalmente. Hoy celebran la diferencia: no buscan un vino estandarizado que pueda hacerse igual en California o en Australia, sino uno que solo pueda nacer en Chos Malal.
Al mismo tiempo, esa escala de producción pequeña les da libertad para experimentar. No están atados al mercado, pueden probar distintas maceraciones, cortes, crianzas. “El vino manda”, repiten. Y si una cosecha no da para repetir un rosado o un Pinot, no se fuerza: se espera.
Una de las búsquedas más interesantes de los hermanos De la Torre es mostrar la diversidad de subregiones. Así, elaboraron Malbecs de Taquimilán, Butarranquil, Barranca y Chos Malal, aplicando el mismo trabajo en bodega. Lo sorprendente fue comparar después: con iguales procesos, los vinos resultaban distintos. El suelo, el clima, la altura y la insolación de cada lugar dejaron su huella.
Ese ejercicio no es un capricho enológico: es un modo de darle identidad al norte neuquino y de posicionarlo como región con voz propia dentro del mapa vitivinícola argentino.
Las líneas de vino: familia embotellada
El porfolio de Bodega Desde la Torre está atravesado por la familia.
- Desde la Torre: la línea de entrada, con Malbec, Blend y según el año alguna otra variedad.
- Gran Terroir: el clásico Malbec del “Cuerito de Chivo”, con el mapa de Neuquén en la etiqueta.
- Oliverio: la línea premium, de apenas 300 botellas por añada, dedicada a la quinta generación —Oliverio, hijo de Garu—. Su composición cambia según la cosecha: Bonarda, Merlot, Cabernet Franc, Filadelfia.
- El Hijo Rosado: Pinot Noir que no sale todos los años.
- El Diablo Negro: edición especial, con contraetiqueta escrita por un periodista amigo.
- Grace: un espumante reservado a la familia y amigos, en homenaje a la madre.
- Jazmín: rosado que hoy vuelve como “Criolla Rosado”, dedicado a una sobrina de la quinta generación.
Visitar la bodega
Quien quiera conocer la bodega debe hacerlo con paciencia y coordinación previa. No hay salón de degustaciones preparado para turistas de paso. Los mismos que reciben son los que están podando, trasegando o embotellando. Por eso conviene escribir por redes (@bodegadesdelatorre) y arreglar el momento.
La historia de la Bodega Desde la Torre es, en el fondo, la historia de cómo se transmite un oficio. Los abuelos le enseñaron a Luis; Luis se lo pasó a Garu y Nicolás. Y ellos, lejos de limitarse a copiar, encontraron una manera propia de honrar esa tradición: rescatar las criollas, darles voz en un contexto donde podrían haberse perdido, y poner a Chos Malal en el mapa con vinos que hablan distinto.
En cada botella no solo está el esfuerzo de una familia. Está también la memoria de un pueblo que regaló estacas de parral como quien regala afecto, la resiliencia frente a un clima áspero y la convicción de que el vino puede ser identidad.
El norte neuquino ya no es solo paisaje; es también terroir líquido. Y en esa transformación, los De la Torre tienen un papel protagónico.
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