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Horror: un hombre secuestró a sus hijos y los mantuvo aislados durante cuatro años en el bosque

La madre de los pequeños no sabía nada de ellos desde el 2021 y llevaba adelante una búsqueda desesperada. Cómo lograron encontrarlos.

En diciembre de 2021, Tom Phillips, un hombre de 39 años, tomó una decisión que marcaría a Nueva Zelanda. Tras una disputa de custodia con su exesposa Catherine, desapareció con sus hijos Ember, Maverick y Jayda, que entonces tenían 5, 7 y 8 años. Fue así que se esfumó de la pequeña comunidad de Marokopa, en la Isla Norte, y comenzó una vida en fuga.

Desde ese momento, Phillips se transformó en una figura casi mítica. Fue visto en tiendas rurales, en caminos de difícil acceso o en tierras agrícolas, pero siempre lograba escapar antes de que la policía pudiera detenerlo. Su capacidad de supervivencia y el hecho de mantener con vida a tres niños en un entorno hostil despertaron tanto fascinación como repudio.

Durante años, la pregunta fue la misma: ¿Cómo podía sostener semejante estilo de vida sin ser capturado?

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Sobrevivir aislados durante cuatro años

La región de Waikato, donde se cree que pasaron la mayor parte del tiempo, no ofrece facilidades. Se trata de un entorno de montañas, lluvias intensas, inviernos crudos y una vegetación densa que dificulta la movilidad. Aún así, Phillips parecía conocer cada rincón del lugar.

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La madre de los niños expresó su alivio al reencontrarse con sus hijos tras casi cuatro años de incertidumbre.

La madre de los niños expresó su alivio al reencontrarse con sus hijos tras casi cuatro años de incertidumbre.

La policía lo describía como un hombre de vida “no convencional”: sin cuentas bancarias, sin redes sociales y con un modo de subsistencia basado en lo que podía cazar, pescar o cultivar. Las investigaciones nunca confirmaron si contaba con ayuda de familiares o vecinos, aunque las sospechas eran constantes.

En los allanamientos posteriores se encontraron chozas improvisadas con neumáticos, lonas y ramas, rodeadas de víveres básicos, armas rudimentarias y vehículos camuflados. Era un estilo de vida precario, pero lo bastante efectivo para mantenerse lejos de la vista pública.

Robos, avistamientos y persecuciones

El caso tuvo varios puntos de quiebre. En agosto de 2023, un hombre con características físicas similares robó un vehículo Toyota y adquirió artículos de supervivencia en tiendas rurales. Un año después, en octubre de 2024, dos cazadores lo filmaron caminando junto a sus hijos por tierras agrícolas de Marokopa. Al ver que llevaba un arma, decidieron no intervenir y avisaron a la policía, que desplegó helicópteros y equipos de búsqueda. Sin embargo, Phillips volvió a desaparecer en la espesura.

En agosto de 2025, las cámaras de seguridad lo registraron junto a uno de sus hijos intentando forzar la entrada de un comercio en Piopio. Esa evidencia reactivó la alarma nacional: no solo continuaba con vida, sino que además arrastraba a los niños a situaciones cada vez más peligrosas.

El desenlace llegó el 8 de septiembre de 2025. Phillips intentó un robo armado en una zona rural cercana a Piopio y fue interceptado por la policía. En el tiroteo, resultó abatido. Estaba acompañado por una de sus hijas, que salió ilesa. Un oficial recibió un disparo en la cabeza y fue trasladado de urgencia a un hospital.

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Horas más tarde, los otros dos hijos fueron encontrados en un campamento improvisado a pocos kilómetros del lugar. Se encontraban físicamente bien, aunque afectados por las condiciones extremas.

El dolor de una madre y el nacimiento de un mito

Tras la noticia, Catherine, madre de los niños, expresó su alivio: “Nos sentimos profundamente aliviados de que para nuestros niños esta dura experiencia haya llegado a su fin. Los hemos extrañaNdo muchísimo cada día durante casi cuatro años y estamos deseando darles la bienvenida a casa con amor y cariño”.

Las palabras reflejaron el desgaste emocional de una familia que vivió en incertidumbre durante casi cuatro años.

El caso Phillips en Nueva Zelanda terminó dividiendo a la sociedad neozelandesa. Para algunos, fue un padre desesperado que actuó para no perder a sus hijos. Para otros, un fugitivo irresponsable que expuso a los menores a un enorme peligro. Su nombre se volvió parte de canciones, foros y debates políticos sobre la capacidad de la policía rural. La recompensa por su captura llegó a 80.000 dólares neozelandeses, sin éxito.

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