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Las cartas a la hija que decidió no tener en una novela sobre aborto, maternidad y duelos

La neuquina Andra Akaal consigue en Cartas a Casiopea, su segundo libro, hacer de lo auto ficcional un relato colectivo donde las mujeres pueden leerse y sentirse en una historia que también les pertenece.

“¿Quién es Casiopea? Decir "la hija que aborté" se me hace muy fuerte. No quiero esconderme en eufemismos, pero prefiero mi hija no encarnada. ¿Vos, cómo lo sentís, Casiopea? Mi hija no encarnada. Hija. Daughter. Se siente algo lindo en el pecho. Sos mi hija y soy tu madre. A veces me pregunto cómo, dónde hicimos ese pacto; cómo, dónde nos volveremos a encontrar, a través de qué lazos, con qué nombres. Casiopea inmensa. Intensa, como la constelación que te nombra”, dice la Carta XV que Paloma le escribe a Casiopea.

Ambas son las protagonistas de la autoficción que creó Andra Akaal casi sin querer, en su propio proceso de sanar. Hay plural porque aunque Casiopea sea una interlocutora que no está, que no vive, su huella es el eje de esta obra literaria, o como escribe la autora: “los ecos de tu presencia ausente en mí”.

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Cartas a Casiopea es una novela epistolar escrita con transparencia y profunda belleza, que aporta diálogos, poesía, preguntas y respuestas para intentar poner luz sobre las heridas, tantas veces negadas, que genera la interrupción voluntaria, o no, de un embarazo. En la ficción, Paloma, una joven traductora de inglés, se da cuenta de que viene postergando la traducción de un certificado de defunción que alguien le encomendó.

Cada vez que se sienta a hacerlo no puede, no logra avanzar. Las cartas aparecen como un truco simbólico que pretende desenredar lo que la culpa corrió hacia el silencio y que ahora se expresa en eventos cotidianos: lo no resuelto en la decisión de abortar. “A veces una busca en la novela encontrar acción, acá hay poco de eso, pero si hay un viaje hacia adentro, como un continuo rumiar”, dice su autora.

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Andra Akaal nació hace 35 años en Buenos Aires bajo el nombre de Andrea Jemina Domíguez. Dice que se apuró unos días en llegar y que encontró a su mamá viajando por Capital, pero que es totalmente neuquina y del otoño. Estudió traductorado de inglés en la Universidad Nacional de La Plata, donde también, unos años después, se recibió de profesora.

En 2018, volvió a Neuquén, hizo el profesorado de Danza Contemporánea y hoy trabaja como docente de adolescentes en varias escuelas secundarias de la ciudad, además de ponerle su corazón a la danza y a la escritura.

Cosa de guachas

Era casi final de la pandemia y Andra estaba tomando unas sesiones virtuales de arte terapia. Uno de los ejercicios que le propusieron fue el de escribir una carta, una invitación a nombrar, a poner en palabras todo lo que no había dicho. Escribió la primera carta y luego otra y otra y otra. “Fue tirar de un hilo”, dice, hasta que de pronto se detuvo para preguntarse: “¿Y ahora qué hago con todo esto? Lo que es para mía ya está, ¿pero si es para compartir”.

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Mientras decidía si quería volver a editar -unos años antes había publicado sus poesías en su primer libro Oruga en Flor- algo tan íntimo, se anotó a la Beca de la Creación del Fondo Nacional de las Artes, para buscar un impulso, como quien tira una moneda al aire pero con cierto grado de expectativa.

La suerte estuvo de nuestro lado y Andra ganó la beca para concluir su obra. En paralelo había contactado a Ediciones Guachas, un grupo de mujeres que desde San Martín de los Andes y Bariloche, en sólo 5 años construyeron un catálogo exquisito de más de 18 libros escritos por mujeres y disidencias, convirtiendo de manera amorosa las voces de nuestro sur en un objeto cultural circulante.

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“Conocimos a Andra una tarde de enero. Frente al Lago Lácar nos contó sobre su novela y, a primera vista, supimos que se trataba de una obra arriesgada, no solo porque el relato autoficcional gira en torno a la interrupción del embarazo en un contexto histórico donde se lo consideraba ilegal y ocurría en la clandestinidad, sino porque el abordaje está hecho desde una perspectiva que ninguna de nosotras había leído antes. Lo consideramos un logro polémico y honesto que nos convocó como editoras, porque sabemos qué importante es, en estos tiempos que corren, multiplicar las miradas y experiencias en torno a nuestras corporalidades, deseos y soberanía reproductiva”, escribieron en la nota editorial que funciona como abrebocas del libro.

Después de un año de trabajo, finalmente Cartas a Caciopea salió a la luz y pasó del plano íntimo al social; pasó de ser una experiencia en la soledad de la clandestinidad, al margen del estado y al acecho de la condena social, a un ser un libro que habla de aborto, pero también de maternidad, nuestras maternidades tan romantizadas y también tan solitarias, del abandono, de lo condenatorio de los discursos circulantes, de lo que nos cuesta asumir el dolor por falta de tiempo, por culpa, por supervivencia.

Qué nos pasa frente al aborto

“Casiopea, pero no, el verdugo es mucho más perverso en tanto que es invisible, no tiene rostro y viaja escondido en la moral que nos juzga. Casiopea, sé que para muches esas mujeres que atravesaron un aborto espontáneo tienen más derecho a duelar que quienes interrumpimos el proceso voluntariamente. (...) Pero para mí no hay diferencia, Casiopea. El foco no está en que si fue un aborto espontáneo o inducido. O sea, eso marca una diferencia, sí, pero de todos modos cada experiencia es propia. Cómo cada una de nosotras la transita y la procesa es única y válida. No hay diferencia, a la hora de tener derecho a sentir todo lo que nace de esa pérdida, de esa muerte. Sí, hay una pérdida, algo se desprende, una parte de nuestro cuerpo muere, ¿y quién sabe cuánto muere en esa parte?, ¿qué miedos se ponen en juego, qué riesgos se corren?”, dice otra de las cartas.

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¿Qué sabemos de los cuerpos gestantes? ¿Cómo medimos el dolor de las personas? ¿Qué peso tienen las decisiones? ¿Cómo nos paramos frente a la muerte? Son las preguntas que también nos permite indagar Andra en este tratado de humanidad que desnuda para nosotras, para quienes puedan quitarse los prejuicios y animarse a leer lo que quizá no puedan sentir.

—¿Cómo te sentís con esta declaración de autoficción?

—Al principio dije, ay, ¿es necesario aclaralo? Pero sí, lo es. La verdad que le tengo muchísimo cariño a ese libro. Por todo lo que implicó para mí en el proceso y también las devoluciones que llegan como mimos y recibo con cariño. Hay mucho de intimidad, de terapéutico, pero este libro no es mis diario, mi índice. Hay una ficcionalización que también lo vuelve muy reparador, creo que eso es la potencia también del arte. Esto sale de mí, nace de mí, de mi convicción, de mi corazón más honesto. Asumirlo es poner el cuerpo y hacerse cargo.

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—¿Qué te llevó a volverlo colectivo?

—Me parecía importante expresar que, aunque no se reniegue de la decisión, no es un trámite como muchas veces lamentablemente se piensa. Cuando se legalizó la Interrupción Voluntaria del Embarazo, nos decían: ahora van a abortar todas. Esto fue también en un contexto todavía de clandestinidad, no estaba la ley aprobada, entonces todo lo cambia. Pero se trata de entender cómo nos tomamos la libertad, como la sentimos en cada cuerpo. Está bien que haya quienes la quieran vivir con liviandad, bienvenida sea, pero sí también poner palabras a que quizás haya personas que por ahí no lo vivimos de esa manera o que necesitamos elaborar algo con eso.

—¿Qué nos pasa frente al aborto?

—Es fácil escuchar: estoy embarazada. Pero el aborto no se nombra, no se dice, da vergüenza, da culpa. Y es un proceso es totalmente solitario, si hay proceso. Hay quienes pueden transitar esto acompañadas, con un montón de herramienta ¿y qué pasa con esas mujeres que no tienen esas herramientas, ni ese acompañamiento? Una va al hospital, salís con una criatura y aunque la maternidad es una complejidad y también un proceso solitario, hay otra mirada en la sociedad. Pero vos fuiste a hacerte un aborto legal o clandestino y la vida continúa. Y cuando digo aborto también me refiero al espontáneo, al inducido, son cosas distintas, pero a la vez hay algo que une la experiencia: el cuerpo que no está. No hay bebé, entonces pareciera que no hay dolor.

Un libro para todas

“¿Sabés, Casiopea? Muchas veces me pregunto cuántas maneras de ser madre hay. A veces pienso que soy una tramposa, porque soy tu madre, Casiopea, te gesté dentro de mi cuerpo (...) pero a la vez vos no estás físicamente. (...)No hay criatura que amamantar, ni fiebres que atenuar con pañitos de agua fría, ni desapego que transitar. ¿En serio no hay desapego que transitar?, ¿no será eso lo que transito en estas cartas?, ¿no será el escribirte una forma de abrazarte tanto hasta poder soltarte en paz?”.

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Hay muchas formas de leer este libro. Hay fragmentos para compartir, debates para impulsar, párrafos enteros para pasar por el corazón y transformarlos en lo que queramos. Hace unos días lo encontré por casualidad a en la mesa de luz de mi amiga Ayelén y dijo: “Es un libro para trabajar la Educación Sexual Integral, para interpelar la construcción de las familias, lo que nos pasa a los cuerpos con capacidad de crear”. Se lo leí a mamá y lloramos abrazadas. Se lo leí a mi psicóloga y nos emocionamos. Tomé fotos de páginas y se las mandé a las personas queridas, porque en este libro es muy fácil encontrarnos, es muy fácil reconocernos. Y no se trata sólo de empatizar, o haber pasado la experiencia del aborto o la pérdida de un bebé, aunque es una salida válida y muy posible. Este libro es también una invitación a reconstruir las partes nuestras que dejamos al tum tum del tiempo y el olvido, nuestros duelos, las muertes de nuestras vidas. Ya está todo escrito en todos los temas, sin embargo Cartas a Casiopea se cuela con la fuerza autentico, sin otra pretensión que ser un abrazo, un remanso, un lugar para respirar.

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