Fiesta Nacional de La Trucha: la experiencia de una "flotada" en primera persona
Pescadores viajan a Junin de Los Andes a hacer este tipo de travesías, con el fin de pescar en uno de los ríos más reconocidos del país.
Cuando me dijeron que el viaje de cobertura a la Fiesta Nacional de la Trucha, en Junín de Los Andes iba a incluir una travesía en bote por el río, no me tomó mucho tiempo decir que sí. Si bien esperaba que fuera hermoso, logró cautivarme a tal punto que volví a la ciudad con un pedazo del paisaje conmigo.
Nuestro día empezó temprano, pero no tanto. 8:10 teníamos nuestras viandas y nuestro guía. Un hombre un poco más grande que el resto. Al principio un tipo de pocas palabras, Eduardo nos guió a una camioneta Toyota Hilux blanca. Tenía un bote rígido de fibra de vidrio enganchado.
Emprendimos camino a La Rinconada, donde empezaba nuestro recorrido en bote. En el camino, Eduardo nos contó sobre problemas que la Cámara de Guías y Profesionales de la Pesca Deportiva de la Provincia del Neuquén tiene con cuestiones burocráticas del estado provincial. Ahí nos enteramos quién nos iba a guiar esta jornada: Eduardo Furlong, vicepresidente de dicha Cámara, con 38 años de experiencia siendo guía de pesca.
Llegamos a la histórica obra del puente de La Rinconada. En ese momento, Eduardo cruzó la ruta, se orilló a la izquierda y bajó por un camino de tierra en dirección al río Collón Curá, sobre el que se emplaza el puente. En la costa esperaban otras camionetas con botes en sus tráilers. Detrás nuestro llegaron otras. Éramos siete grupos en total.
Mientras esperábamos la voz de subir al bote, vimos a Eduardo y a su chofer Víctor desenlonar la embarcación. El bote de fibra de vidrio tenía en la proa ocho calcomanías de la Administración de Parques Nacionales: habilitaciones. Una por cada año que tenía el “Rancul” operando. Nuestro vehículo para la excursión tiene la particularidad de que está pintado de marrón, con motas negras y rojas. “Una trucha marrón”, me dicen. Ahí quedó en evidencia que estaba como pez fuera del agua.
Eran eso de las 9:10 cuando empezamos la excursión con tranquilidad. Eduardo nos avisó que tenía mate, café y facturas para el camino. Después entendimos que era por lo largo del trayecto: estábamos a punto de hacer 28 kilómetros en un bote a remo a lo largo de unas cinco horas, con una parada a almorzar en el medio.
Nuestro guía remaba como uno camina: con una naturalidad y precisión que solo hacerlo todos los días te da. Sorteaba la corriente del Collón Cura por enésima vez y se notaba. Conocía cada curva, rápido e islote del tramo entre La Rinconada y “Balsa Vieja”, lugar donde horas más tarde desembarcaríamos.
Delante y detrás nuestro vimos el resto de botes que comenzaron la flotada. Todos con un guía y dos integrantes que ya comenzaban a armar sus cañas y hacer sus primeros tiros. La mayoría de ellos participaban de la modalidad flotada en parejas del torneo de pesca de la Fiesta Nacional de la Trucha 2025.
El viento era leve, pero Eduardo advirtió que iba a aumentar en intensidad a lo largo de la tarde, llegando a estar fuerte. Igualmente, la brisa hacía que no se note la intensidad del sol, que en su punto álgido puede agarrar desprevenido a alguno que se olvidó el protector solar. Mi cara roja para el final de la excursión demostró que yo fui el desprevenido.
Mientras charlábamos y yo tomaba nota, Ezequiel, el camarógrafo y editor, le ofreció a Eduardo preparar mate. Ahí fue que nos enteramos, mediante el grabado de su pequeño mate de calabaza, de su apodo: “El viejo Biguá”.
Los pescadores
De a ratos el bote se desplazaba cerca de las orillas pobladas de sauces y otros árboles. Allí se levantaban cientos de insectos que revoloteaban a nuestro alrededor. “Se llaman caddis”, me dice el guía. En esta época, son el alimento principal de las truchas de los ríos paragónicos. Es por esto que los pescadores la imitan al atar sus moscas. Ya sea en su etapa adulta, que flota, o en su etapa larvaria que se desplaza en el agua.
Cada vez que veíamos el singular movimiento que hace la caña cuando un pez pica, Eduardo aceleraba y nos acercaba al bote afortunado, para que Eze grabe el momento clave. En cada uno de ellos, los ánimos estaban a flor de piel.
“Un pique te cambia la moral del bote entero”, dice Eduardo. “Es lo lindo de la pesca”, agrega. El guía lo vio todo: novatos y expertos; locales y extranjeros; buenos y malos. Contó que, después de tantos años, sus clientes habituales mayores que él “se han ido muriendo”.
El paisaje
Charlamos bastante durante el trayecto. Pero fue en los momentos de silencio en los que pude realmente contemplar el paisaje. El cauce zigzagueante y verdoso se extendía frente a nosotros, en su mayoría calmo, pero a veces la pendiente provocaba corrientes intensas que hacían a nuestro guía comenzar maniobras para evitar ramas o algún banco de piedras potencialmente dañino para el bote.
El nivel del río era bajo, sin embargo, producto de un invierno prácticamente sin nieve. Costas de piedras y tierra perpetuamente húmeda le robaban terreno al río que, cuando tiene más agua, las convierte en fondo.
Los arboles enfilados adornan de verde el ambiente precordillerano en el que predominan los marrones.
En algunos puntos pasamos cerca de inmensas formaciones de piedra basáltica en forma de quebrada, producto de algún movimiento violento de la tierra hace millones de años. Su tamaño y cercanía cerraban el paisaje y nos hacían levantar la vista casi a 90 grados.
Los habitantes
El lugar no es desierto. Además de los peces e insectos, está habitado por una amplia gama de aves de muchos tamaños y colores. Especies comunes en la región cordillerana, como los teros, chimangos, caranchos, jotes y loros barranqueros se vieron en algunos momentos.
Sin embargo, el avistaje más destacado fue el cauquén, también llamado “pato patagónico”. Las hembras marrones y los machos blancos, estas aves semiacuaticas resaltaban en el ecosistema del río. Generalmente en parejas y a veces con crías.
En ocasiones, al acercarnos a las orillas, estos habitantes huían volando al ver el bote aproximándose. Emitían un graznido que recordaba al de una risa ronca, como burlándose de uno, tan ajeno al paisaje.
Almorzamos en una de esas playas que antes pertenecían al río, cerca de la confluencia del río Chimehuin con el Collon Cura. Llegamos primero y otros botes con sus pasajeros ocupantes se fueron sumando. Los guías iban equipados con mesas plegables, utensilios y hasta manteles. La camaradería entre ellos, sobre todo los más viejos, era palpable: compartían anécdotas, reían y se chicaneaban con naturalidad.
Después del almuerzo, el viaje fue un poco más rápido. Ni bien embarcamos de vuelta, Eduardo agarró un handy con una funda de cuero y se comunicó con Víctor, el chofer, quien nos esperaba en “Balsa Vieja”. “La clave está en no cambiar nunca de lugar”, dijo el guía.
"La naturaleza es sabia"
El nombre de “Balsa Vieja” proviene del antiguo método para cruzar el Collón Cura: una balsa, similar a la que da nombre su nombre coloquial a Las Perlas. Al aceercarnos a nuestro destino, vemos los fierros que sostenían el cable de la balsa que se utilizaba para cruzar. Son antiquísimos. Tanto que Eduardo, que llegó a la zona en 1986, nunca la vio funcionando.
Desembarcamos y Víctor Hahn, el histórico chofer de Eduardo, nos esperaba en la misma Hilux blanca a la que nos subimos para ir desde Junín hasta La Rinconada. Subieron el bote al trailer y emprendimos la vuelta.
“La naturaleza es sabia”, dijo Eduardo un par de veces a lo largo de la flotada. Si bien es una frase común, entendí el lugar (o la escala) desde el que lo decía. Una travesía como esta fue suficiente para comprender, al menos una fracción, de lo inmenso y hermoso de la Patagonia.
Te puede interesar...
Leé más
La inclusión laboral de personas con discapacidad: la historia de Bautista, Eugenia y Darío
Noticias relacionadas















Dejá tu comentario