Andrés Ciruzzi encontró en su proceso creativo una forma de lidiar con un presente difícil sin dejar de hacer lo que más ama.
Una canción suave, de desayuno, para despertar a un hijo que cumple años. Una canción para acompañar las horas de una amiga que está triste. Una canción para dormir un desamor. Hace casi un año que el músico neuquino, Andrés Ciruzzi (@andrés.ciruzzi), abrió una suerte de sastrería sonora donde en vez de trajes se hacen canciones a medidas. Antes de embarcarse en lo que él llama un proceso artesanal, intenta comprender cuánto hay detrás del deseo de ponerle letra y música a una persona o a una emoción.
Andrés es neuquino de bebé. Sus padres llegaron a Neuquén junto a una importante camada de médicos que vinieron a trabajar en el Plan de Salud pública modelo en todo el país. En su casa no había músicos, pero sí música: una pila formidable de discos de vinilo que iban de la psicodelia de los 60 al Flaco Spinetta y una guitarra que nadie sabía tocar. Cuando tenía 3 años, sus padres le regalaron una guitarra de juguete diciendo que se trataba de un regalo de su hermano recién nacido. De alguna forma, la música llegó a él como una forma de evaporar los celos y reconciliarse con el mundo.
Definición
Dice que no hay nada de autodidacta en su recorrido, en cambio, sí muchas horas de estudio. Empezó guitarra clásica en un taller municipal cuando tenía 11 años y siguió con eso hasta que en la adolescencia migró a la guitarra eléctrica. Se formó en el IUPA y luego en lo que entonces era el IUNA. La guitarra es su instrumento primario, su eje, pero también trabaja con sintetizadores, teclados y la computadora, no para hacer música electrónica, sino como herramientas al servicio de sus canciones.
Juglar contemporáneo
Se define como un juglar contemporáneo. Un poco porque disfruta de la sonoridad medieval, que mucho tiene que ver con su fascinación con la guitarra clásica; otra porque es servidor de la canción que va para todos lados con su guitarra y su música a cuesta. Aunque su obra va desde piezas death metal –muchas las compuso para su ex banda, Cadaver- hasta composiciones para audiovisuales: series, documentales, largometrajes. “Tengo también esa faceta de guionista, supongo que desde ese lugar me resulta más sencillo involucrarme con el lenguaje audiovisual”, explica.
Desde ese lugar artesanal al que concibe la música es que empezó a preguntarse cómo, además de sus muy eclécticas composiciones propias, podía vender algo de su arte sin necesariamente hacerlo en los circuitos de plataformas que propone la industria.
—A fines de año pasado la estaba pasando mal económicamente, estaba muy jugado. También en ese momento estaba de novio con una chica de las artes visuales y empecé a ver, que ella tenía, más allá de su arte, sus artesanías y empecé a pensar cómo podía hacer para comercializar mis canciones, aunque fuera algo más complicado porque la música es un arte atemporal, efímero y abstracto.
Entonces creó su Almacén de Canciones: piezas específicas y a pedido, que no están ni registradas, ni publicadas y que no volverá a tocar. Una suerte de venta de porciones de alma ajustadas a la necesidad emocional del cliente. Pero no vienen solas, cada pieza trae el manuscrito de su partitura, como un papel de chocolate.
Canciones para regalar
¿A quién no le gusta que le dediquen una canción? ¿Y si pudiéramos elegir que nos compongan una? Armó un flyer muy casero y empezó a vender sus canciones artesanales a 3 mil pesos. Los pedidos comenzaron a aparecer por todos lados. De repente, alguien podía encargar una pieza musical absolutamente diseñada a medida por el precio de dos alfajores. No era justo, por el contrario, se volvió desgastante e insostenible. Con el correr de los días, fue regulando el precio entre la oferta y la demanda y llegó a un número muy accesible y popular para quienes andan necesitando de un servicio tan noble.
Hay clientela fija, hay un gran de boca en boca, pero hace un tiempo, a Andrés se le rompió el calefón y tuvo que salir a fortalecer la publicidad para su Almacén de Canciones.
—Vos me podés decir de qué querés que se trate la canción, o si va a dirigida a alguien en particular. Hay gente que es muy detallista, que le gusta contar la historia completa. Y después hay otra gente que dice, la canción es para Mauro, que es mi primo, y a mí me da calma. Y yo ya ahí me largo. Esas propuestas me resultan mucho más creativas y expansivas.
Lleva escritas más de 70 canciones con moño y corazón. Algunos clientes le hacen devoluciones muy amorosas; para otros es sólo una compra justa; hay quienes reinciden y ya van pidiendo más de 7 canciones.
Inteligencia emocional
Andrés sabe que puede hacer esto porque la música para él es oficio de juglar, pero también porque sabe amasar las palabras para que la poesía quepa en una melodía, sabe jugar a crear como si una canción fuese un crucigrama o remontar un barrilete.
—Busco una palabra, una sensación. Por ejemplo, calma, y arranco desde lo musical. Ahí empiezo a canturrear, a buscar las palabras que más o menos me parece que van por la línea hacia donde quiero ir. Estoy con la guitarra en la mano, tengo un word abierto en la computadora y usualmente el micrófono del celular cerca como para grabar esa primera estrofa o no olvidarme de la melodía. Y una vez que entré ahí, en ese proceso, me digo que usualmente es una cuestión bastante de flow. Hay muchos aspectos de la técnica compositiva que tienen que ver con lo estudiado, que son parte de la teoría musical que habilita puertas cuando se te cerraron las intuitivas.
Andrés dice que muchas personas le preguntan si utiliza inteligencia artificial para componer. No la usa para nada, ni para la música ni para cualquier detalle de la vida, que sus herramientas son mucho más simples porque en definitiva son algo humano.
—Para mí una canción implica una de las cosas más universales del mundo. Incluso sacando las palabras, una melodía, una armonía, te moviliza y hay algo mágico ahí. La música genera sensaciones, es profundamente humana, no podría ser reemplazada por una inteligencia artificial, porque nace de un uno para otro y a ambos conecta. La música es conexión.
Hay en las canciones de Andrés -en las propias, seguramente también en las canciones alfajor- un universo real: río, barda, tristeza, amanecer. Hay una posibilidad de sentarse a descansar en sus composiciones porque son un paisaje que ya conocemos: un amor que ya transitamos, un dolor que alguna vez cargamos. Hay una universalidad propia del artista, que él, generoso, lleva de su estudio artesanal a su almacén imaginario para arreglar el calefón, sí, pero sobre todo para alegrarnos un ratito, un día o la vida.
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