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La Mañana peluquería

La peluquería donde los hombres lloran por amor y el corte de pelo es una excusa

En pleno centro neuquino, Marcos Campos creó un espacio para caballeros, que tiene alma de barrio y mucho de tradición.

Es cerca del mediodía y Oscar, un vecino del centro, pasa caminando por la vereda de la Diagonal 25 de Mayo al 280 en Neuquén. Se sorprende al ver que hay gente en la Peluquería a esa hora. Frena, se asoma por la vidriera haciendo una casita con las manos, da un toc toc en el vidrio y espera.

—¡Oscar querido! ¿Todo bien? —lo recibe Marcos

—Hmmmmm no, che, no —dice el señor con el ceño fruncido y una leve sonrisa triste —Me desgarré ¿podés creer?

—Ahhh, pero tiene solución. No se preocupe que siempre que llovió paró —le dice Marcos extendiéndole un mate e invitándolo a pasar.

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La escena sucede un martes, pero bien podría darse cualquier día de la semana. Es probable que Oscar se haga un corte de pelo, pero también que sólo se tome un mate, charle un ratito y siga su camino. Todo es posible en la Peluquería y Barbería Marcos Camps, el espacio que abrió un peluquero nacido y criado en Neuquén, que busca que sus clientes no solo se lleven un buen corte de pelo, sino que también pasen un lindo momento o al menos se vayan más livianos.

Marcos Campos agarró las tijeras a los 29 años. Cansado de desafiar al destino, se decidió por el oficio que sus padres, Guillermo y Ana, dos peluqueros clásicos de Neuquén, le habían heredado. Los había mirado trabajar toda la vida, pero cuando realmente se decidió, empezó a seguirlos por convenciones, desfiles y todo lugar que fuese una oportunidad para aprender.

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Hace 14 años se sintió listo y empezó su camino de estilista. Empezó trabajando con mujeres. Hacía extensiones, cortes, color, pero un día decidió cambiar de rumbo y probar qué pasaba si armaba una peluquería que tuviera más que ver con lo que él era. Un lugar amable, tradicional, donde el corte de pelo sea correcto, pero no lo más importante. Y así, en pleno centro neuquino, en la última cuadra de la Diagonal 25 de Mayo, abrió un negocio que se parece mucho a un tango.

A lo argentino

La barbería de Marcos podría ser el living de cualquier casa feliz, un cocoliche cuidado, algo vintage, lleno de objetos antiguos y muy valiosos en lo simbólico. Una foto del Diego; la estampita de la Virgen que colocó frente al espejo; un estante lleno de botellas antiguas, con el clásico pingüino vinero; un portarretrato de Martín Palermo, otro del Bati ; un póster de Lennon y otro de Cerati; una antigua trompeta en desuso. Hay billetes, patentes y recuerdos de diferentes lugares del mundo: algunos los juntó Marcos en sus viajes de la otra vida, otros los trajeron los clientes, otros aparecieron porque sí.

También hay una guitarra y unas maracas por si alguien tiene ganas de ponerse a tocar; una buena barra para esperar cómodos y una Playstation por las dudas que surja algún torneo. Si no fuese por las tijeras, navajas y máquinas que tiene acomodadas con prolijidad sobre el estante, cualquiera dudaría que eso sea una peluquería o una barbería.

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—La idea siempre fue formar un club de amigos, un lugar donde se pueda hablar de los temas que sea, donde todos se sientan invitados a sumarse a la charla. Acá no es sólo un corte de pelo, es un mimo, un agregado a pleno, donde la mayoría viene a compartir sus ideas, sus proyectos, lo que le esté pasando.

En promedio, un corte dura 20 minutos, pero la clientela fiel de Marcos suele quedarse algo más. Alguno, sobre todo los vecinos, como Oscar, muchas veces van y ni siquiera se cortan. Pasan a tomar algo, a llevar un pedacito de torta, a compartir lo que tengan o sólo a saludar y ver de qué se habla esa tarde.

Marcos dice que aunque la suya es una peluquería tradicional, a él le gusta romper los esquemas. No trabaja los sábados. La cosa va sólo de lunes a viernes de 12 a 20. Que el mediodía si alguien se hace una escapada del laburo, puede almorzar ahí. Que si bien hay turnos, si alguien tiene una urgencia puede escribir.

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Desde 2021 trabaja con Darío, otro peluquero con el que comparte la mirada sobre lo clásico y moderno: siempre bata, papelito para el cuello, navajas y responsabilidad. Entre su clientela alguna vez estuvo la gente de Agarrate Catalina, también alguna figura del deporte, pero lo real es el mundo que entra de jóvenes a viejitos. Hay lugar para todos y eso para él es una máxima.

Tenemos una ensalada de clientes re zarpada. Posta a posta tenemos mucha gente que hace cosas diferentes, cosas increíbles, cosas sencillas. Entonces se dan muchas posibilidades muchas posibilidades acá.

Secreto de caballeros

La magia empieza cuando un cliente o uno de los peluqueros saca un tema y otro se da vuelta para aprobar o rebatir. Ahí, aunque no es obligación participar, algo mágico sucede en la intimidad de la peluquería, una confianza ganada que de pronto que incentiva al diálogo. Mucho tiene que ver con las formas amables de Marcos y Darío, con lo anfitriones que son en esencia, pero también hay algo de sentirse habilitados que lleva a esos hombres a poder mostrarse sensibles, vulnerables, rotos. Por un ratito, parecen escapar del estereotipo, salirse del esquema cotidiano, ponerse en pausa a sí mismos.

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Acá siempre se ha llorado por amor. Muchos clientes han venido con el corazón roto. Clientes enamorados, recién separados, se ha desmayado gente. Una vez tuve que llamar a una ambulancia, porque el tipo, claro, se estaba separando y se había jugado dos, tres partidos de tenis en el día, y estaba mal comido. Era la primera vez que venía —explica Marcos.

—La mayoría de las veces el gran tema son las mujeres, pasan los años y parece que no logramos comprenderlas —agrega Darío.

Otra de las máximas del lugar es que todo tema de conversación está habilitado, mientras sea desde el respeto. Ahí no se prohíbe nada y, aunque a veces se tocan temas polémicos, comprenden que el límite está en mantener la cordialidad. También saben, sin siquiera tener que mencionarlo que, lo que se habla ahí queda ahí.

Charlas y otros milagros

Muchas otras veces la peluquería es una oportunidad para gestionar cosas, intercambiar favores, armar negocios, se produce una especie de camaradería espontanea, en la que de alguna forma todos se empujan.

A veces pasan cosas mágicas, como el día que un cliente apareció con el artista neuquino Tony Salvatore, que llegó de punta en blanco con su teclado, se puso a cantar, a tocar, a invitar a la gente que pasaba por la vereda y convirtió la tarde de un martes cualquiera en un momento especial.

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Marcos y Darío explican que no siempre es fácil poder sostener emocionalmente lo que se habla ahí. Que cuando salen muchas veces se quedan movilizados, pensando, enroscados. Saben que sería ideal dejarlo en la pelu, pero suelen llevárselo a sus casas para masticar los temas más espesos. “Somos medio esponjas también”, dicen entre risas. Así que se inventaron una pequeña ceremonia que les funciona o al menos eso necesitan creer: prenden un sahumerio, un palo santo, rocían todo con agua y alguna otra cosita que prefieren guardarse.

Pero la mayoría de las veces, la vibra es linda. La peluquería también se volvió cábala para los clientes, que muchas veces pasan a hacerse un corte antes de cerrar un contrato, jugar un partido o hacer un viaje importante, porque creen que les trae buena suerte.

“En tu mezcla milagrosa, de sabihondos y suicidas, yo aprendí filosofía, dados, timba y la poesía cruel de no pensar más en mí”, escribió alguna vez Enrique Santos Discépolo en su célebre tango, Cafetín de Buenos Aires. Marcos se reconoce en esa letra, mucho de lo que hace puede escucharlo en esas estrofas y está orgulloso de eso. No hay grandilocuencias, ni cosas raras en su proyecto, desde lo llano, desde lo humano y desde su noble corazón de pibe de barrio, se inventó una pausa entre navajas y tijeras, para desconectar un rato del mundo y ofrecer el extraño placer de filosofar con desconocidos sobre lo que realmente les pesa y les pasa.

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