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La Mañana Cipolletti

Los mejores panes rellenos de Cipolletti: la historia de Graciela, cocinera y vendedora

Una luchadora que empezó a trabajar a los 12 años "para comprarme las zapa” y ya no paró: “Siento que esto es lo mío”, dice.

“¿Vos viste si vino la señora de los pancitos rellenos?”, le pregunta una chica a la que ocupa con sus apuntes la mesa de al lado en el sector de estudio de la Biblioteca Bernardino Rivadavia.

Yenién, la operadora y productora de la radio que funciona dentro de la institución pública, tiene la posta, pues ella le compra religiosamente cada jueves, día que la popular vendedora visita el emblemático recinto. “Todavía no pasó, yo también la estoy esperando”, aporta calma la joven referente de FM Mural.

Minutos después de ese dialoguito, pasadas las 17, hace su aguardada aparición la popular vendedora ambulante. Con la canasta llena de manjares y signos de cansancio, pero sin perder la sonrisa ni la amabilidad.

“Uf, no llegaba más el colectivo. Y está caluroso afuera, pero lindo”, comenta la mujer de 53 años que nació y se crió en Cipolletti, pero actualmente reside en Fernández Oro.

Graciela vendedora de pancitos
Todos los jueves, Graciela vende panes rellenos en la zona de la Biblioteca.

Todos los jueves, Graciela vende panes rellenos en la zona de la Biblioteca.

Ofrece de jamón y queso, salame y queso, cebolla y roquefort “porque aún estamos en primavera”. En verano, teniendo en cuenta las elevadas temperaturas, uno de esos sabores cambia: “ya salame no porque es muy fuerte, así que lo reemplazo por capresse, la vedette de la época, ya que lo hago con tomate cherry, sin semillas, albahaca fresca, queso cremoso… Una delicia”, promociona, dejando de lado la timidez, su producto estrella.

Por dónde los vende y cuánto cuestan los panes rellenos

Su zona laboral se limita al centro, donde es sumamente conocida y estimada por su incansable andar, responsabilidad y bajo perfil.

Trabaja desde los 12 años cuando “quise comprarme las zapatillas Topper amarillas y a mi mamá no le alcanzaba. De allí no paré más”. Tras pasar por diversos rubros y empleos en relación de dependencia, en 2013 decidió reinventarse con los pancitos.

“Me había quedado sin laburo y hubo que arremangarse, hacer algo propio. Un día, antes de cenar en la casa de mi hija se me ocurrió probar con lo que había. Justo teníamos tomatitos cherry, albahaca, quesito, así que elaboramos algunos panes y salieron espectaculares. Ahí se me prendió la lamparita”, repasa con una sonrisa el origen de su emprendimiento.

Graciela venta pancitos
Yenién, la operadora de FM Mural es una clienta fiel:

Yenién, la operadora de FM Mural es una clienta fiel: "Son los mejores panes rellenos de Cipolletti", asegura.

Son productos frescos los que elabora con mucho amor cada día en el horno de su pequeña cocina. Salen 16 panes que comercializa a un precio razonable de $ 4.500 cada uno. Por lo general los consumen clientes fijos, aunque últimamente la calle “está difícil, a la gente se nota que le cuesta lo económico” y suele quedarle un remante a disposición de todo público.

“Ando pateando de lunes a sábados con panes rellenos y algún adicional que tenga pedido, como budines, pastafrolas o tartas de coco y dulce de leche, que antes también las vendía diariamente junto a los panes pero luego de la pandemia se encarecieron los precios y ahora solo por encargue. Incorporé la harina integral -con semillas, sin semillas- y pizzetas también. Al principio me costó bastante, la comida no es algo que la gente le compra a cualquiera. Pero por suerte, luego logré imponerme de cierta manera”, celebra esta luchadora a la que los vecinos “ya me esperan” con ruiditos en la panza.

Graciela en la Biblio

"Me encanta que mis clientes sonrían al verme llegar", asegura Graciela.

Disfruta lo que hace, para ella su mejor terapia es el intercambio con la gente. Se preocupa por el otro y no le da lo mismo cómo encuentra anímicamente a quienes le dan una mano con su compra o se cruza en plena recorrida.

“Me gusta mucho, me hace bien charlar con las personas, levantarles el ánimo. Si veo alguien alicaído me agrada ayudarlo, una sonrisa siempre suma. Me encanta entrar a un comercio y que los empleados se pongan contentos porque llegué, siempre me dicen en broma que les alegro el día”, admite reconfortada por los cálidos recibimientos en los comercios.

Se acostumbró tanto a esta particular vida que cuando por razones de fuerza mayor se le complica cumplir con su rol de vendedora ambulante “me cambia el humor”. “Si tengo un turno médico, por ejemplo, que me impide salir a trabajar, ya no tengo el mismo ánimo. Siempre me gustó el contacto con la gente. De hecho trabajé la mayor parte en comercio, en atención al público. Además, a mi edad ya no se consigue trabajo en relación de dependencia y siento que esto es lo mío”, reflexiona.

No le sobra nada a nivel ingresos pero se las rebusca dignamente y no se queja más allá de que las dificultades crecen: “Me sirve para mantenerme, pagos mis gastos, mis cuentas, mi alquiler. Teniendo que trabajar cada día más también para aumentar un poco los ingresos, le está pasando a todo el mundo, trabajar más para ganar menos, pero confío en que vamos a salir todos unidos de esta situación”, se ilusiona.

La sufrida historia de la vendedora de panes rellenos

A los 4 días de nacer, Graciela Seguel, estuvo al borde de la muerte por un “coma diabético”. En agradecimiento, su familia eligió a ese médico que le salvó la vida y a su esposa como padrinos.

Es la menor de 6 hermanos (“somos 3 varones y 3 mujeres”) y se crió en una esforzada familia del barrio Santa Rosa (“delimitado por el pasaje Kleppe, la Avenida Mariano Moreno, las vías y la Avenida Mengelle”).

“No tuve una infancia ni adolescencia fácil. Muchos apremios económicos, mi mamá Emilia -falleció en 2004- se quedó solita conmigo y dos hermanos más cuando éramos chicos y la remó mucho. Igual yo era feliz yendo a jugar al parque meteorológico, como 20 niños juntos andábamos muy felices de aquí para allá, en las hamacas, chapoteando en canales de riego, alrededor del parque, yendo en bici a las vías. Esa parte sí que fue inolvidable”, evoca y suspira con nostalgia.

Graciela Rosauer
Se quedó en la calle... Tras perder el laburo, se reinventó y camina la ciudad con los panes rellenos.

Se quedó en la calle... Tras perder el laburo, se reinventó y camina la ciudad con los panes rellenos.

Un duro golpe para la familia fue que su a abuelo materno, José de la Rosa Vega, “lo secuestraron y asesinaron en la dictadura militar”.

Asistió a la escuela 258 durante la primaria y siguió estudiando. Recuerda con afecto a docentes como Mabel Adaro, la directora, Mirta Soto, su maestra de “primerito” y Marta de Di Tomasso, de cuarto grado. “Unas genias, cuánto amor por Dios”, elogia a quienes no olvida por más que pasó mucho tiempo.

Enseñanzas y aprendizajes de una luchadora

Tiene “dos hijos maravillosos, mi 'nena' Jazmín de 33 años y mi 'nene' Rodrigo de 23 y una nuera preciosa, Romina".

Cipoleña de pura cepa, abandonó la ciudad “solo porque no conseguía alquiler”. No se fue lejos. Desde octubre vive en Fernández Oro “y también me enamoré de ese lugar, la gente es hermosa, maravillosa, amable. Aparte no pierdo el contacto con Cipolletti, estoy yendo y viniendo todos los días, estoy feliz”.

“Nunca nada me resultó fácil pero una tiene que aprender de todo y ser una buena persona. Para comprarme aquellas famosas zapatillas, a los 12, iba 4 veces por semana a hacer la limpieza a la casa de una amiga. Nunca más dejé de trabajar, luego estuve en heladería, mercería, mientras seguía estudiando… Fui empacadora, telefonista y recepcionista, luego pasé a una empresa más grande, la mía es una vida de trabajo”, resume y se ríe de una anécdota desafortunada...

“Es que una vuelta me agarró una hiper inflación con la indemnización recién cobrada, me rindió un 10 % la plata nada más pero ya pasó. Sufrí los saqueos de 2001, vivíamos en Neuquén en ese entonces, a la vuelta del Carrefour que en ese momento creo que se llamaba Casatía y terminamos con mis hijos los 3 encerrados en la última habitación, poniendo toallas en la puerta por los gases lacrimógenos que venía la represión. Las pasé todas y ahora mismo la situación es compleja pero a mi país no lo cambio por nada”, culmina Graciela Seguel. La que se quedó en la calle con mucho gusto. El pancito nuestro de cada día.

Graciela panes
Graciela, la del pancito nuestro de cada día.

Graciela, la del pancito nuestro de cada día.

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