Un truco que no falla: para qué sirve tirar hojas de laurel en las brasas del asado
Se trata de un secreto que utilizan los parrilleros más experimentados. Cómo usarlo.
En la Argentina, el asado es una ceremonia, un punto de encuentro y una tradición transmitida entre generaciones. En torno a las brasas se mezclan tradiciones, técnicas y creencias que convierten a la parrilla en un altar popular. Entre esos secretos, el uso del laurel en el fuego ocupa un lugar especial.
Desde tiempos antiguos, el laurel simboliza victoria, sabiduría y purificación. En la mitología griega, estaba vinculado al dios Apolo, protector del arte y la luz. Los romanos, por su parte, lo usaban para coronar a los emperadores y generales triunfantes. Esa carga simbólica viajó a través de los siglos y, en América, se integró a prácticas populares de protección y abundancia.
En el asado argentino, arrojar hojas de laurel sobre las brasas se volvió una costumbre que mezcla lo culinario y lo espiritual. Quienes lo practican creen que el humo que desprende limpia la energía del ambiente y atrae prosperidad. El gesto es simple pero cargado de intención: se recomienda esperar a que el fuego esté vivo y, al lanzar las hojas, repetir tres veces la palabra “gracias”. Según los creyentes, este acto ayuda a liberar bloqueos y favorecer la abundancia material.
Aunque no exista evidencia científica que respalde esos efectos, el laurel mantiene su magnetismo simbólico. Para muchos, más allá del esoterismo, representa una conexión con lo ancestral, con una manera de cocinar que va más allá del sabor.
Aroma, humo y equilibrio en la parrilla
Más allá de las creencias, el laurel tiene un uso práctico que los parrilleros más experimentados valoran. Al colocarse sobre las brasas, sus aceites esenciales liberan un perfume sutil que impregna la carne.
El secreto está en no abusar: demasiado laurel puede alterar el gusto y darle un tono amargo. La clave es mantener una cantidad moderada, agregándolo en distintos momentos de la cocción.
El humo del laurel aporta un matiz distinto al asado, complementando la intensidad del carbón o de la leña tradicional. Algunos asadores combinan ramas de romero o tomillo para lograr un aroma más complejo. Otros prefieren mezclar tipos de madera: espinillo, quebracho o algarrobo, según la zona del país. Cada variante aporta un toque único, y el resultado depende tanto de la materia prima como del cuidado con que se maneje el fuego.
Más allá de los trucos técnicos, todos coinciden en una idea: el fuego es el alma del asado, y todo lo que se le ofrece —desde una ramita de laurel hasta una palabra de agradecimiento— forma parte del mismo rito.
Trucos para potenciar el sabor
Además del uso de hierbas o maderas aromáticas, existen otras estrategias para realzar la carne sin perder su esencia. Una de las más tradicionales es la salmuera, una mezcla líquida que puede incluir vino, cerveza, jugo de limón o vinagre. Al combinarse con ajo, cebolla o mostaza, penetra en las fibras y mantiene la carne jugosa. La técnica es sencilla y efectiva: basta con rociar la carne antes y durante la cocción, evitando que se seque.
Otra práctica muy valorada es el uso de manteca saborizada o grasa derretida, que se pincela sobre la carne mientras se asa. Algunos asadores frotan los cortes con ajo o pimienta antes de llevarlos a la parrilla, logrando una costra dorada que concentra el sabor. Incluso hay quienes dan un toque final con azúcar mascabo o miel, para crear una superficie caramelizada y brillante.
Cada uno de estos recursos forma parte de un universo que combina técnica, paciencia y emoción. En el fondo, el asado no se trata solo de cocinar: es un lenguaje afectivo, una manera de decir presente, de agradecer y de compartir. Y quizá por eso el laurel, símbolo de victoria y prosperidad, encontró en las brasas su nuevo templo.
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