La vida privada, para algunos, desde hace rato se convirtió en una vida privada de secretos.
La vida privada, para algunos, desde hace rato se convirtió en una vida privada de secretos. Mientras millones podemos ocultar bajo la alfombra nuestras miserias, a un puñado de personas a los que llamamos "famosos" les cuesta cada vez más mantenerlas ocultas. Culpa de los celulares, las redes sociales, los programas de chimentos, pero, sobre todo, del interés que despierta desde tiempos prehistóricos el secreto prohibido; del placer no siempre admitido que genera saber de las victorias y de las derrotas de los corazones ajenos, como si las propias no fueran suficientes para entretenernos. Los rumores nacen y se multiplican en casa, en el barrio, en la escuela, en el trabajo, y, siendo la tele, las webs y las redes una buena muestra de la sociedad que está detrás de las pantallas, que hayan sumado cada vez más horas y comentarios las noticias sobre la farándula no sorprende.
¿Por qué se torna cada día más difusa la línea que separa lo público de lo privado? ¿Es sólo culpa del mensajero que hace su negocio o de aquellos que consumen los escándalos ajenos? Las preguntas son tantas como la atención que despertó en estas tierras (y del otro lado de la cordillera), en la semana del ballotaje que puede marcar un cambio de época, la separación escabrosa entre Pampita y Benjamín Vicuña. Matizada con infidelidades, nombres superpopulares de terceras en discordia y un audio de origen sospechoso que convirtió una discusión de dos en un drama imposible de ocultar, la historia de la familia perfecta que se hace pedazos ante nuestros ojos, por una o muchas razones, siempre llama la atención, muy a pesar del sufrimiento de la modelo y del actor chileno. Cuando se enfríe esta guerra, vendrá otra, y, mientras seguimos discutiendo los límites de la privacidad, el morbo de los espectadores será saciado con un nuevo escándalo.
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