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La Mañana ciudad

Tiran de un carro y patean 80 cuadras para ganarse la vida

Cada día, los vendedores ambulantes salen a la calle a ofrecer baldes, escobas y secadores.

Sofía Sandoval
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NEUQUÉN
El caño se asemeja al manubrio de una bicicleta. De él tiran el carro y lo arrastran por 60, 70 y hasta 80 cuadras por día, al tiempo que anuncian sus productos por un altoparlante. "¡Balde, escoba, secador!", gritan por el megáfono que funciona conectado a una batería de 12 voltios. Aunque a veces llegan a casa con las manos vacías, los vendedores ambulantes de productos de limpieza rescatan el saludo amable de la gente con la que tratan a diario.

Sergio dice que lo peor es el clima. En verano, la transpiración le humedece el pelo por debajo de su sombrero de fieltro y lo hace empujar su carrito hasta el río para refrescarse los pies. En invierno, a pesar de los guantes y los dos pares de medias, el frío atroz le paraliza las extremidades y vence sus intentos por calentarse con un café con leche o una copita de licor, que le enciende el esófago por apenas un instante efímero.

Gritos Salen a la calle con un altoparlante para avisar la entrada al barrio y anunciar lo que llevan.

El viento también les juega una mala pasada. "Tenemos todo atado pero las cosas se nos vuelan y, como son de plástico, muchas se rompen con el golpe", relata Sergio Aguirre, un chaqueño que desde hace nueve años vende objetos por las calles de la ciudad.

A los 10 años, cuando era uno de las mayores de una familia de doce hermanos atravesada por la pobreza, Sergio salió por primera vez a la calle a conseguir unos pesos "para ayudar en casa". Ofrecía limones y morrones por las veredas de Rosario, con la compañía permanente de un inhalador para combatir sus ataques de asma.

"Un patrón me trajo hasta acá en un colectivo; él es el que nos provee los productos que vendemos", cuenta. En la aridez neuquina que resquebraja la piel y hace doler los labios, el hombre de ojos vivaces encontró un alivio para sus pulmones y emprendió el trabajo con alegría.

"Algunos se quejan del ruido del parlante, pero no por una queja vamos a dejar de trabajar", señala Sergio, que está en la calle hasta los domingos para sostener a sus siete hijos.

Los vendedores salen temprano, después de llenarse el estómago con unos mates amargos, y caminan hasta la hora de la siesta, cuando los clientes ya no abren las puertas para comprar. Llegan a tiempo para una ducha, con los pies palpitando de cansancio en sus zapatos y la necesidad de acostarse un rato para reponer energías.

Anselmo Romero no conoce otra cosa. Según afirma, él se crió como vendedor ambulante, siempre de productos plásticos y de limpieza. Sólo cuando el viento patagónico no lo deja avanzar con su carro, se calza un bolso al hombro y sale a vender medias de puerta en puerta.

"Vendemos mucho por los barrios, porque la gente prefiere comprar en su casa y no venir desde el centro en colectivo con un palo de escoba, un balde o un fuentón", explica Anselmo y agrega que los productos les llegan desde Rosario en un transporte. "Tenemos días en que no vendemos nada, pero quizás el día siguiente recaudamos el doble de lo normal", aclara.

Aunque aseguran que la calle no es para cualquiera, no quieren dejarla. No sueñan con trabajar en un negocio, resguardados de las inclemencias del tiempo, ni con poner un puesto en una feria. "Yo voy a la feria y me quedo media hora, después me aburro; me gusta caminar y hablar con la gente", indica Sergio.

Los ambulantes eternos llaman la atención con las dimensiones de sus carros, llenos de objetos variados de colores vibrantes. Baldes, fuentes, escobillones, sillas para niños, bañeras para bebés y cestos de basura forman un arcoíris atado a los bordes de un carro de metal y ruedas de moto. También cuelgan zapatillas de bebé, chupetes y cintas rojas. "Son cosas que encuentro por ahí y las cuelgo porque me traen suerte", dice Sergio mientras desprende una enorme y grata sonrisa.

Deja de hablar y otra vez empuña el manubrio de su carro para empujarlo por los barrios de Neuquén.

Para gritar por el megáfono hasta que se le seque la garganta. Para caminar hasta que le duelan las plantas de los pies. Para vender hasta juntar los pesos necesarios, tal como lo hace los siete días de la semana desde los 10 años.

FRASES
"Tenemos muchas anécdotas recorriendo las calles. Llegué de Rosario hace poquito, así que el otro día empecé a caminar y me perdí. Al final me ubiqué con el mapa del celular".
Franco González
"A veces hacemos el recorrido en una camioneta, pero tenemos muchos gastos; lo mejor del carro es que no gasta nada, sólo energía humana".
Anselmo Romero

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