Solo se hicieron 11 autos y fue furor a fines de los años 60. Algunos pocos sobrevivieron y lucen como entonces. La historia del Falcon angostado de Menditeguy.
A fines de los años 60, mientras el Turismo Carretera (TC) cambiaba para siempre con prototipos como las Liebres del Torino, la Garrafa de Chevrolet o el Trueno Naranja de Pairetti, la marca del Óvalo respondió con su propia criatura: un Ford Falcon angostado a pura pasión para desafiar al dominio rival. Aquel proyecto nació con el respaldo total de la terminal de General Pacheco y se propuso aprovechar al máximo un reglamento que dejaba margen a la imaginación.
La apuesta era tan simple como audaz: recortar la carrocería de serie para mejorar la aerodinámica, sin perder la silueta familiar que enamoraba al público argentino. Así, el piso se angostó 14 centímetros a la altura de los zócalos y los parantes laterales bajaron cinco centímetros en altura; en la cola, el recorte llegó a 20 centímetros. Con esos ajustes milimétricos, los ingenieros buscaban que el Falcon cortara el viento, sumara velocidad de punta y defendiera el honor del Óvalo en las rutas argentinas.
El primer ejemplar -el de Carmelo Galbato- se armó íntegramente en la planta de Ford. Pero pronto se sumó al proyecto la prestigiosa carrocera Baufer, de Alain Baudena y Ramón Febrer, que recibía las piezas desde Pacheco y terminaba artesanalmente cada unidad antes de devolverla a la fábrica para su aprobación final. En total se construyeron apenas 11 prototipos, uno salido de Ford y otros diez terminados por Baufer, una cantidad suficiente para alimentar la leyenda, pero insuficiente para saciar la demanda de pilotos entusiasmados.
A pesar del esfuerzo y el presupuesto, las victorias tardaron en aparecer. El debut oficial fue en el Gran Premio de 1967 con Galbato al volante; la confiabilidad mecánica todavía era un desafío y los resultados contundentes se hicieron rogar. Recién en 1968, en Rafaela, Galbato lideró nueve vueltas y terminó segundo, señal clara de que el trabajo iba por el camino correcto y que el Falcon angostado estaba listo para plantar bandera.
Falcon angostado: la jugada maestra de Ford en el TC
La evolución continuó a paso firme. El equipo oficial, comandado por Oscar Gálvez, sumó ese mismo 1968 a un joven talento santafesino: Carlos Alberto “Lole” Reutemann. Aunque su paso por la escuadra sería breve -pronto partiría hacia Europa y la Fórmula 1-, su presencia puso al Falcon angostado en boca de todos y añadió un apellido ilustre al proyecto. Mientras tanto, las mejoras mecánicas multiplicaban la potencia del V8 y afinaban el chasis recortado.
El gran golpe llegó en Allen, Río Negro, cuando Galbato consiguió la primera victoria del prototipo luego de rozar los 268 km/h de punta. Ese triunfo demostró que el “invento” funcionaba, pero también dejó en claro que la lucha del Óvalo contra el Torino y los Chevrolet seguía siendo titánica. Al final de la temporada, el Trueno Naranja se quedó con el campeonato, Galbato concluyó cuarto y Reutemann terminó séptimo, lo que demostraba que el camino era correcto, pero que faltaban detalles para la gloria.
Solo se fabricaron 11 unidades del Falcon angostados y cada uno tomó rumbos dispares. Entre los dueños figuraron nombres míticos como Carlos Menditeguy, Dante Emiliozzi, Eduardo Casá, Ricardo Bonanno y Raúl Cottet. El ejemplar de Galbato terminó corriendo en Chile cuando cambiaron las reglas en Argentina; luego fue repatriado y restaurado. El de Reutemann descansa hoy en el Museo del TC, mientras que otros, como el de Beguerie y el de Dana, fueron recuperados por familiares y fanáticos.
La suerte no fue igual para todos: el prototipo de “Tuqui” Casá habría estado -según rumores- en Bolivia, hasta que lo compró un grupo de amigos y lo restauró en 2022; y del de Cottet apenas quedan fotos. Peor destino tuvo el de Cacho Matías, cortado para transformarse en una pick-up estilo Ranchero. Y el Falcon que ilusionaba a los Emiliozzi, impecable y nunca estrenado en pista, terminó en manos del folclorista Jorge Cafrune, quien lo usó como auto particular hasta su muerte en 1978.
El renacer de una reliquia
Entre tantas historias cruzadas, una destaca por su final feliz: el Falcon angostado de Menditeguy. Tras la muerte del piloto en 1973, el coche quedó olvidado en un galpón de Capitán Sarmiento y pasó por varias manos hasta quedar abandonado en los 90. Allí lo descubrió Alejandro Piñero, un apasionado del Turismo Carretera que se propuso devolverle su esplendor original. Compró el auto en 2005, lo guardó hasta reunir recursos y dedicó 15 años de restauración artesanal, guiado por ex mecánicos del equipo oficial como Jorge Requejo y Carlos Límido.
El resultado es tan fiel al diseño de 1968 que emociona: chasis ajustado a mano, piso angosto, V8 roncando como entonces y el inconfundible perfil angosto que lo distingue de cualquier otro Falcon de calle. Piñero, lejos de ser coleccionista, conserva solo esta joya como testimonio personal de una época en la que la inventiva argentina desafiaba límites y presupuestos con la misma valentía que los pilotos pisaban el acelerador.
Legado sobre ruedas
Con la política deportiva de Ford reorientada en 1969, la carrera competitiva del Falcon angostado se apagó sin alcanzar un título, pero dejó un legado imborrable. Fue la prueba de que la aerodinámica y el ingenio podían valer tanto como los caballos de fuerza, y de que el Ford Falcon -nacido sedán familiar- podía mutar en arma letal de competición sin perder su esencia. ¿Fue un fracaso costoso o el preludio de los sport prototipos modernos? Para la mayoría, fue simplemente una obra maestra adelantada a su tiempo.
Mientras existan manos dispuestas a rescatar esos fierros y voces que cuenten su historia, el Falcon angostado vivirá como símbolo de genio criollo y orgullo de Ford. Su estrecha figura y su enorme corazón V8 son parte de la identidad fierrera del país. Quizá nunca fue campeón, pero su gesta demuestra que el valor de un auto no siempre se mide en trofeos, sino en la capacidad de inspirar a generaciones. Y en eso, el Ford Falcon angostado gana por demolición.
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