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Es viudo, padre de dos hijos y se convirtió en sacerdote

Marcelo Reynoso, de 56 años, recibió el sábado la ordenación sacerdotal de parte del obispo de Neuquén, Fernando Croxatto.

“’Yo llegué hasta acá, ahora tenés que seguir vos”, ese fue el puntapié inicial que recibió Marcelo Rodolfo Reynoso de parte de su esposa, Alejandra Solano, quien murió víctima de un cáncer hace ocho años. Desde entonces, este hombre de 56 años, padre de dos hijos, sintió un llamado “muy fuerte” para hacer el camino del sacerdocio cuya ordenación se concretó el sábado durante una celebración encabezada por el obispo de Neuquén, Fernando Croxatto, en la Catedral María Auxiliadora de esta ciudad.

Reynoso nació en 1964 en la ciudad de Coronel Suárez, provincia de Buenos Aires. En Mar del Plata, en diciembre de 1977, tomó la primera comunión pero, según contó en una entrevista el año pasado con LMNeuquén, “no le daba ni cinco de bolilla a la Iglesia, estaba muy lejos de ser cura algún día ni nada por el estilo”. En 1987 se casó con Alejandra y tuvieron dos hijos, Guillermo (de 31 años) y Leandro (29). Un año después de casarse, recibió la confirmación de manos del obispo Jaime De Nevares. Desde 2006 participó en diversas actividades en la capilla Virgen del Rosario de esta ciudad y durante ese tiempo descubrió su llamado a la vida sacerdotal.

“Yo sentí que Alejandra, mi esposa, fue la que siempre estuvo llevando a Jesús a nuestra familia, fue catequista, le dio la catequesis a nuestros hijos, me acompañó siempre a mí también en este camino de encontrar a Jesús. Después Dios se encarga de hacer de esta vasija de barro lo mejor”, explicó Reynoso.

Hace un año, cuando era diácono en la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes afirmó que “esa vocación y ese amor que sentía por el matrimonio y por Alejandra se volcó a Jesús”. Como diácono, Reynoso tenía prohibido realizar confesiones pero podía casar, bautizar, guiar grupos de reflexión y preparar a los creyentes para recibir los sacramentos.

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Recordó el camino de oración y servicio transitado hasta el momento en el seminario catequístico Juan Pablo II, sus estudios teológicos y bíblicos en el Centro de Estudios Filosóficos y Teológicos de Córdoba (CEFyT) y el acompañamiento a las comunidades de Nuestra Señora de Fátima, San Francisco de Asís y Nuestra Señora del Valle.

Confesó que cuando conoció al obispo Jaime De Nevares, a quien considera “un sacerdote más del pueblo”, pensó que iba a ser Papa, “pero luego no hice absolutamente nada para serlo”.

"Estoy convencido de que el camino que quería Dios para mí era este. Jamás me plantearía mi vida para atrás, decir ‘si no me hubiese casado’”, expresó Reynoso.

Además señaló que “mi amor pasó de Alejandra a Jesús, y en esa misma fidelidad no hay búsqueda de otras cosas”. Comentó con felicidad que cuando le contó a sus hijos que quería ser sacerdote, ambos lo apoyaron. “Te vamos a acompañar en lo que quieras, siempre”, dijo que le expresaron sus hijos.

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Reynoso describió cómo vivió los momentos previos a la ordenación: “lo vivo con mucha paz, realmente cuando uno se pone a pensar lo que va a recibir parece que nuestro corazón fuera a estallar”. Y agregó que “todo lo que ha pasado en mi vida, todos los momentos que tengo y que atesoro son todos regalos de Dios. Por algo él lo ha decidido y lo ha querido. Hace de este barro una vasija que puede contener ese amor que Dios nos da para dar a los demás”.

Cuando le contó a sus hijos que quería ser sacerdote, ambos lo apoyaron. “Te vamos a acompañar en lo que quieras, siempre”, dijo que le expresaron sus hijos.

Respecto al lema de su ordenación sacerdotal, Reynoso eligió el mismo que cuando fue designado diácono: “No puedo callar lo que he visto y oído”. Contó que un día conversando con el obispo Croxatto en un retiro de seminaristas sobre “por qué uno seguía a Dios, le dije ‘porque no puedo callar lo que he visto y oído’. No puedo callar todo ese amor que el Señor me ha dado, en esto de poder mostrar algo de lo que él nos da y de la alegría de vivir lo que él nos da día a día, es esto de no poder callar”.

Entrega es la palabra con que Reynoso define a la implicancia de tener una familiar y servir a la Iglesia. “Estoy convencido de que el camino que quería Dios para mí era este. Jamás me plantearía mi vida para atrás, decir ‘si no me hubiese casado’”, concluyó.

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