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Hay vinos a los que se llega luego de beber mucho: ¿cuáles?

En la bitácora de un bebedor hay seguro un buen número de descubrimientos y desilusiones que llevan a probar algunas botellas con otro placer.

Por Joaquín Hidalgo - Especial

En la vida de un bebedor de vinos hay muchas etapas. Entre los primeros pasos está la fascinación y la embriaguez por la vastedad de lo que apenas se empieza a conocer. Y mientras se avanza en el asunto, como esas máximas en la vida, rápidamente uno se da cuenta que no hay más remedio que resignarse a conocer una parte de ellos.

Pero como bien reza lan etiquetas de la norteamericana Donelan, “el vino es un camino, no el destino.” Esa sabiduría llegará con el tiempo. Lo mismo que pasa con algunas botellas o estilos de vinos. Así, en la bitácora de un bebedor de vinos hay seguro un buen número de descubrimientos y desilusiones que llevan a probar algunas botellas con otro placer.

Las emociones fuertes

Una de las cosas que sucede ni bien empieza el camino, es una búsqueda de emociones fuertes. Y por suerte hay vinos para eso. Todo lo que en nuestro país provenga de la altura extrema, como los tintos Valles Calchaquíes, pero también algunos tintos españoles como Toro o Priorato, junto con apelaciones francesas tipo Bandol, son las que arrancan los primeros suspiros. Todas de las marcas tradicionales, claro, que son las que se tiene más a mano.

Variedades como Malbec, Cabernet Sauvignon, Tannat, Petit Verdot en tintas son al ABC de la potencia en nuestro mercado para esos orígenes. Es razonable. En la medida en que se prueban tintos intensos, con color profundo, estructura y moderada acidez, despliega una suerte de fascinación que, en el corto plazo, encuentra una doble desilusión. La primera es cuando se prueban vinos delgados y de acidez –la repulsión es casi inmediata–; segundo, cuando el bebedor se agota de la intensidad.

Los vinos raros

Después sobre viene una suerte de autoconfianza en los bebedores. La misma que tiene quien ya lleva un buen rato manejando y se cree que domina la materia. Ahí, en esa suerte de monotonía de vinos conocidos, destellan en el firmamento algunas etiquetas de culto.

Ahí es cuando una segunda, tercera y hasta ignota línea de productores encuentran predicamento. El vino que otro no conoce es la clave. Y ahí es donde en la bitácora del bebedor arrancan las etiquetas que nadie en su vida escuchó hablar, pero que a él o ella les produce una emoción secreta. Es precisamente en este momento cuando, además, las variedades más osadas hacen su aparición: Graziano, Corvina, Casavecchia, Traussau, en tintas, Albariño, Viognier o hasta Muller Thurgau. Aclaramos por las dudas que todas están disponibles en nuestro mercado.

Ahí es cuando la búsqueda incesante conlleva a un lugar vacío. ¿Acaso esos paladares funkies y de otra complexión acaso llenan? Tal vez una parte. Pero no es eso lo que se está buscando.

Algunos clásicos

Otra frase que hay que dejarse para este momento es la que leímos una vez en una bodega de Burdeos: “todo vino encuentra su momento”. Muy cierta. Este es el punto caramelo para algunos vinos sutiles, que ofrecen esa extraña fascinación entre lo que se puede interpretar y lo que se puede fantasear.

Ahí es cuando uno ha llegado a los vinos sutiles. Con ese carácter hay algunas variedades que, cuando están bien hechas, hechizan al paladar. La más famosa es el Pinot Noir, transparente para revelar terroir. Así, los hay etéreos y florales, de elevada frescura o bien, terrosos y con trazos animales, de paladar filoso.

Pero también está el Syrah. Lejos de los que abundan el mercado con vinos gruesos y golosos, los buenos Syrah son exóticos, con trazos que recuerdan a la carne, a los aromas almizclados, con un paladar algo austero y a la vez lleno de sabor.

¿Más? Sólo resta descorchar buenas botellas muy viejas. De la década de 1980 y más atrás, donde todo es único y atemperado.

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