Homo Argentum y el oportunismo de la política porteña
El estreno de la película de Guillermo Francella se vio rápidamente arrastrado hacia la eterna discusión política de Buenos Aires.
Homo Argentum, la reciente película de Guillermo Francella, irrumpió en las carteleras no como una simple obra artística destinada a la risa, al disfrute o a la desconexión de lo cotidiano en ese antiguo ritual —ya casi extinto— de ir al cine. Su estreno se vio rápidamente arrastrado hacia la eterna discusión política de Buenos Aires: una grieta que persiste no porque los bandos se odien, sino porque se necesitan. Las miserias de quienes detentan el poder suelen justificarse inflando a su adversario, sobredimensionando a un enemigo para mantener viva la confrontación.
Algo similar ocurrió con la serie El Eternauta, utilizada para forzar una reivindicación ideológica desde el otro opuesto ideológico. En ambos casos —El Eternauta y Homo Argentum— no son los artistas los que actúan como propagandistas, sino una política porteño-centrista en decadencia, incapaz de mostrar logros concretos en economía, educación o infraestructura. Ante ese vacío, sus dirigentes buscan colgarse de cualquier símbolo cultural que despunte, del mismo modo en que todos los gobiernos, de los Kirchner a Macri y ahora Milei, se apropian del “milagro” de Vaca Muerta como si fuese un trofeo propio.
El filme de Francella, sin embargo, no es inocente: comete el error de caricaturizar a la sociedad porteña en estereotipos mezquinos, arrogantes y psicopáticos, y luego extender ese retrato al conjunto de “lo argentino”. Allí está el límite de la provocación. Porque lo cierto es que fuera de la General Paz existe otro país: con mayor solidaridad, empatía, escucha y humildad.
Por eso, la invitación es clara. Quienes aún no hayan visto Homo Argentum, vayan. Vayan porque es cine nacional, porque es divertida, provocadora y bien actuada. Pero sobre todo, disfrútenla en lo que es: una pieza de industria cultural que vale por sí misma, siempre y cuando sepamos despojarla de la sobrecarga de politización que intentan imponerle.
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