Una escultura confundió a vecinos y transeúntes, que llegaron a llamar a la policía. Detrás de la figura se esconde la obra de un artista.
Los vecinos de Palermo, en la ciudad de Buenos Aires, se encontraron con un misterioso niño en la vereda de Fitz Roy al 1900. Pero en realidad era un maniquí de tamaño real, vestido con ropa corriente y zapatillas nuevas, apareció apoyado contra una pared, con la cabeza gacha, en una postura que remitía a la penitencia.
La instalación generó sorpresa, desconcierto y hasta temor entre quienes pasaron por el lugar, sobre todo durante la noche, cuando más de un transeúnte lo confundió con un niño de carne y hueso.
La escultura, bautizada por los vecinos como el “Niño en penitencia”, no forma parte de ningún programa oficial ni de un proyecto municipal. Se trata de una obra independiente del artista Sebastián Andreatta, conocido como BIH, quien decidió colocarla en el espacio público como parte de una búsqueda personal y social.
Una instalación que interpela a la ciudad
El artista explicó que eligió la figura de un niño anónimo —sin rostro visible, con capucha y vestimenta sencilla— para retratar la vulnerabilidad y la invisibilidad de la infancia en sectores desprotegidos de la sociedad. El gesto de estar contra la pared, con el cuerpo cabizbajo, busca transmitir la sensación de aislamiento, de silencio forzado y de ausencia de voz.
Según BIH, la intención es “crear una imagen corpórea fuerte que obligue a detenerse”. No se trata de una pieza decorativa, sino de un recurso visual pensado para provocar incomodidad y reflexión. En ese sentido, la escultura cumple con uno de los objetivos centrales del arte urbano: interrumpir la rutina del peatón y generar preguntas.
Las reacciones fueron diversas. Para algunos vecinos, el maniquí resulta perturbador y hasta fuera de lugar, mientras que otros lo consideran una intervención poderosa que desnuda realidades silenciadas. Lo cierto es que el “Niño en penitencia” no pasó desapercibido y ya forma parte de las conversaciones barriales.
El accidentado recorrido de la obra
Antes de su llegada a Palermo, la escultura tuvo un recorrido complicado. En su primera instalación, en la Plaza Mafalda de Colegiales, fue arrancada de su base, vandalizada y arrojada en un volquete. El propio artista la recuperó, reparó los daños y reforzó la estructura con hierro antes de volver a colocarla en otro rincón porteño.
La pieza, que pesa más de 40 kilos y está compuesta de cemento combinado con plásticos, soporta ahora con mayor firmeza la intemperie y eventuales intentos de destrucción. El antecedente en Colegiales muestra cómo una intervención artística en la vía pública puede despertar tanto adhesión como rechazo, y en algunos casos terminar en un enfrentamiento entre quienes valoran el arte y quienes lo consideran una molestia.
El traslado a Palermo parece haberle dado una nueva oportunidad. Allí, pese a las críticas iniciales, se convirtió en un foco de atracción para curiosos, vecinos y fotógrafos que comparten la imagen en redes sociales.
Arte, espacio público y debate social
La aparición del “Niño en penitencia” abre un debate más amplio: ¿cuáles son los límites del arte en la calle? El espacio público es compartido por todos y no existe consenso sobre qué tipo de intervenciones son aceptables o no. Mientras algunos ven en la obra una reflexión necesaria sobre las infancias olvidadas, otros opinan que se trata de una provocación innecesaria que genera miedo.
El caso de Palermo muestra una tensión constante en la ciudad: el arte callejero como herramienta de transformación cultural frente a la percepción de ciertos vecinos que priorizan la comodidad estética o la seguridad. La escultura de BIH no deja indiferente a nadie, y en esa capacidad de generar emociones tan diversas radica parte de su valor.
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