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La Mañana Jaime de Nevares

Un niño con otro nombre

Jaime De Nevares llegó a la capital en 1961 para convertirse en el primer obispo de la Diócesis neuquina.

Había una vez un niño que decidió cambiar de nombre. No lo hizo porque no le gustara, sino para homenajear a su padre que recién había muerto.

El niño se llamaba José María y vivía en el seno de una familia aristocrática de Buenos Aires. La decisión de cambiarse el nombre que había heredado de su abuelo paterno se la comunicó a su madre Isabel, en 1922, cuando apenas tenía siete años.

“¿Por qué querés cambiarte el nombre? ¿Estás seguro?”, le preguntó una y otra vez. La respuesta de José María fue la que repitió siempre: “Por mi papá”.

Ni siquiera su tío pudo convencerlo cuando le recordó que el hermoso reloj de su abuelo, que tenía grabadas las mismas iniciales que las de él, no le correspondería. “No me importa -le contestó el pequeño- quiero llamarme igual que mi papá”.

Tanta fue la insistencia que la familia accedió. En el prestigioso estudio jurídico donde trabajaba su padre y donde seguían los abogados que lo conocían a él de pequeño se realizó el trámite correspondiente.

A partir de ese momento, cuando recién había cumplido los 8 años, José María De Nevares comenzó a llamarse Jaime Francisco De Nevares. El muchachito seguiría la carrera de las leyes para continuar el homenaje a su papá, pero finalmente se volcaría a la espiritualidad para convertirse años después en el primer obispo de Neuquén y un símbolo de los Derechos Humanos.

Una hermosa anécdota que rescató el historiador Isidro Belver del libro “Don Jaime de Nevares - Del Barrio Norte a la Patagonia”, que hace tiempo escribió el padre Juan San Sebastián.

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