Hace 60 años el papa Juan XXIII lo designó para estar al frente de la Diócesis de Neuquén.
Habían pasado tres años desde que Juan XXIII, tras suceder al papa Pío XII, había tomado el mandato de la Iglesia Católica en 1958. Angelo Giuseppe Roncalli, el verdadero nombre del papa 261, había nacido en un pueblito de Bérgamo, en el norte de Italia. Ya por entonces, Juan XXIII gozaba de la admiración de casi todo el mundo especialmente cuando convocó a un concilio con la finalidad de promover el acercamiento a las restantes religiones cristianas. Muchos lo consideraron un hereje no sólo porque reconcilió a la Iglesia con el mundo moderno sino también porque desde entonces dejó de celebrarse las misas en latín.
A casi 12 mil kilómetros del Vaticano, en la ciudad rionegrina de Viedma, el sacerdote salesiano Jaime Francisco De Nevares, de 45 años, se desempeñaba como rector en el Estudiantado Filosófico y Noviciado de los Salesianos. Allí estaba aquel hombre proveniente de una familia de la alta sociedad de Buenos Aires, que en algún momento se inclinó por la carrera militar, que a pesar de recibirse en 1940 decidió romper la tradición familiar de abuelo, padre, tíos abogados y tres años después concretar su deseo de consagrar su vida a otros ideales incorporándose al seminario de padres salesianos, estudiando Filosofía y Teología para, finalmente, ser ordenado sacerdote en Córdoba, en noviembre de 1951.
El 12 de junio de 1961 el “Papa Bueno” como se lo definía a Juan XXIII tomó una decisión que sería trascendental para aquel sacerdote argentino. “Necesito hablar contigo urgentemente. Vení cuanto antes”, escribió en el telegrama el Padre Minervini, Inspector Salesiano de Buenos Aires.
Cuando el telegrama dirigido a De Nevares llegó al edificio del estudiantado de Viedma, quien debía recibirlo estaba jugando un partido de fútbol con otros clérigos que también pateaban la número 5. Al terminar los lamentos por los goles errados y los gritos elevados al cielo por los goles convertidos, el sacerdote De Nevares, un tanto agitado por el fragor del disputado cotejo, leyó el telegrama pero ni se le ocurrió que detrás de ese breve mensaje se escondía una noticia que marcaría su vida. Pensó que la convocatoria era por su desempeño y su responsabilidad como director de esa institución de formación. El recuerdo de aquella jornada futbolera se la contó a su amigo y secretario el padre Juan San Sebastián.
Cuando llegó el telegrama al Estudiantado Filosófico Salesiano en Viedma donde De Nevares era rector, éste estaba jugando un partido con otros clérigos. La anécdota se la contó el propio De Nevares a su amigo y secretario Juan San Sebastián,
Unos días después, De Nevares viajó a Buenos Aires y se encontró con Minervini. Lógicamente no le comentó nada de que al momento de llegar el telegrama al edificio del estudiantado se encontraba corriendo detrás de una pelota tratando de convertir o impedir el gol. Escuchó de boca de Minervini que el papa Juan XXIII lo había elegido como obispo de la nueva Diócesis de Neuquén. Le pidió que mantuviera todo en secreto hasta que la noticia se conociera oficialmente. De inmediato, De Nevares mandó un telegrama al padre Antonio Mateos que decía: “Jabón injustificado. Dios gracias. Llego sábado tren. Nevares”.
En la capital neuquina el padre Juan Greghi se encargó de informar a la ciudadanía quién era el nuevo pastor que supo que iba a ser obispo mientras jugaba a la pelota. Dicen, quienes lo conocieron, que a De Nevares le costó dejar la congregación, dejar la vida de comunidad, no estar en contacto con los salesianos y sus alumnos con quienes armaba partidos de fútbol. En Neuquén lo esperaba el capítulo más importante de su historia. La mañana del 20 de junio de 1961 Jaime De Nevares recibió su ordenación episcopal. Cientos de neuquinos lo recibieron en el puente Neuquén-Cipolletti.
Aunque nunca expresó su simpatía por algún equipo, Don Jaime de vez en cuando intentaba hacer alguna gambeta. Pablo Meuli, integrante de la Asamblea por los Derechos Humanos (APDH) de Neuquén, organización que fundó De Nevares en 1975, comentó a LMNeuquén que cuando el obispo recorría algún barrio o llegaba a algún pueblo del interior de la provincia o visitaba alguna comunidad y veía a los chicos jugar al fútbol, “se sumaba con la intención de no cortar el juego por su presencia en el lugar y para construir una relación con la gente; más de una vez lo ví levantarse la sotana y ponerse de arquero”.
Seguro Don Jaime pensaba como el escritor uruguayo Eduardo Galeano quien decía que “el futbol es la única religión que no tiene ateos”.
Pablo Meuli, integrante de la APDH de Neuquén, recordó que cuando Don Jaime recorría un barrio o visitaba un pueblo del interior de la provincia o alguna comunidad y veía a los chicos jugar, el obispo se sumaba al picadito. "Más de una vez lo ví levantarse la sotana y ponerse de arquero”.
Sapere, el club que lo recuerda en su camiseta
La impronta que dejó este Cura Gaucho, apodo con que se lo conocía al obispo Jaime De Nevares, por su preocupación por los pobladores del interior profundo de la provincia y de los pueblos originarios, se reflejó muchos años después de su muerte, ocurrida el 19 de mayo de 1995, en uno de los clubes de fútbol emplazado en uno de los barrios más populares de la capital neuquina
En febrero de 2018, el club Sapere le rindió homenaje llevando su foto en la camiseta de todas las divisiones del club debajo de la leyenda “Parte de nuestra historia”. Entre las rayas verticales blanca, roja y negra aparece la imagen de Don Jaime que los jugadores llevan orgullosos en su camiseta cada sábado en que juegan por la liga local.
Además del rostro de Don Jaime, en la casaca tricolar aparecían los rostros y nombres de otras cuatro figuras neuquinas de distintos ámbitos como Gregorio Álvarez, Felipe Sapag, José Luis Lozano y Marcelo Berbel.
Precisamente en este barrio ubicado al este de la capital neuquina y donde antes predominaban los médanos y los jarillales y que se armó por aquellos primeros vecinos empujados por la histórica crecida del rio Limay, en el año 1972 el obispo De Nevares convocó a cuatro religiosas, las Hermanas Teresianas, para que vivan y realicen su misión que, entre numerosas iniciativas, se detacan la creación de un jardín de infantes, un instituto de formación femenina y un colegio secundario.
El día que jugó al tenis y se lesionó la rodilla
En 1965, luego de participar en Roma de la Cuarta Sesión del Concilio Vaticano II, el obispo Jaime de Nevares, antes de volver a Neuquén, decidió pasar unos días en Valencia, España. Se hospedó en el Colegio Santo Domingo Savio donde por aquel entonces el cura salesiano Fernando Barrufet trabajaba como profesor. Pero también se daba tiempo para intentar jugar al tenis con otros colegas en vacaciones de Navidad. Mientras la pelota le ponía ritmo a la fría tarde, las voces de aquellos improvisados tenistas llamaron la atención de don Jaime, quien se asomó por la ventana de su pieza, ubicada en un segundo piso, y se propuso sumarse al juego.
“Después de algunas bromas, le pidió la raqueta a mi compañero. En un momento del juego don Jaime sacó con fuerza. Por pura casualidad le acerté a la pelota, que pasó alta sobre la red y picó casi en la raya, y De Nevares quiso contestarla con tan mala suerte que, en un medio giro que dio, se le rompió la bolsa sinovial y su rodilla comenzó a hincharse de inmediato”, contó Barrufet durante una entrevista con LMNeuquén.
Durante el obligado reposo, ambos entablaron numerosas conversaciones, entre ellas la posibilidad de que Barrufet se integrara a la diócesis neuquina como secretario del Obispado. En 2014, Barrufet publicó el libro Don Jaime de Nevares el ilustre vecino.
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