Atraen jóvenes solas y vulnerables con citas románticas, pero las terminan explotando en el mercado de la prostitución.
La sociedad japonesa, una de las más avanzadas en muchos aspectos, sufre también una serie de calamidades modernas producto de la soledad y la falta de vínculos afectivos. Uno de ellos son los “clubes de anfitriones”, centros de diversión para mujeres donde en muchos casos terminan endeudadas y prostituidas.
El tema está causando preocupación en las autoridades, que en el último año intentan poner límites a estos lugares con una serie de normas que eviten la captación de mujeres indefensas.
En realidad no se trata de algo ilegal. Por el contrario, son lugares abiertos y de libre acceso para mayores que buscan pasar un buen momento. El problema es que se utilizan una serie de técnicas mafiosas para quebrar a las jóvenes e inducirlas a la prostitución.
Cómo las captan
El eje central es el “barrio rojo” de Kabuckicho, en Tokio, conocido por su vida nocturna y por los establecimientos de “servicios de compañía”. También hay lugares dedicados directamente a la prostitución, aunque en Japón está prohibido.
Allí florecieron los famosos “clubes de anfitriones”, donde jóvenes atractivos, seductores y extrovertidos ofrecen buena compañía a mujeres solas que quieren pasarla bien.
Estos lugares explotaron después de las duras restricciones que hubo en Japón durante la pandemia. La liberación de las normas hizo que se multiplicaran por la alta demanda de diversión.
En la mayoría de los casos las mujeres son contactadas a través de redes sociales o aplicaciones de citas. En otros, los jóvenes las abordan en plena calle y les ofrecen visitar el club por precios muy bajos.
El perfil de las víctimas es el de jóvenes de 18 a 22 años, emigrada a Tokio desde otra zona del país, y que carecen de un círculo familiar o social cercano. Japón es un país de una alta densidad poblacional y hay muchas jóvenes en esta situación.
La trampa
Una vez en el establecimiento, los “anfitriones” deslumbran a las mujeres con su simpatía y encanto, les brindan “un ambiente de ensueño” y constante diversión.
En el club piden una y otra vez botellas de champaña fina u otras bebidas, así como elaboradas comidas. Todo esto va sumando una cuenta descomunal.
“El método de captación de estas chicas es un lavado de cerebro”, explicó a la agencia EFE Hidemori Gen, fundador de la asociación de ayuda a afectadas Seiboren.
La primera visita siempre es muy atrapante. “Las chicas reciben centenares de mensajes de los anfitriones llenos de palabras bonitas y pidiéndoles que se vuelvan a ver”, señala Gen. Y apunta que en posteriores citas los anfitriones comienzan a intimar con sus clientas en la misma medida en que las facturas comienzan a acumularse.
“Para entonces algunas chicas están ya enamoradísimas y ellos hasta les hablan de casarse en el futuro”, afirma Gen.
Cuando la cuenta es alta, los anfitriones comienzan a presionarlas para que paguen. Como no tienen cómo hacerlo, les sugieren probar un negocio lucrativo como el sexo. Hasta les ofrecen presentarles un proxeneta.
El caso de Yu
Yu Tanaka tenía 18 años cuando llegó a uno de estos establecimientos, invitada por un anfitrión que conoció en la calle. En diálogo con la agencia EFE y con la BBC, cuenta que solía ir al club casi todas las noches y tomar alcohol hasta desvanecerse.
A los dos meses, el anfitrión le dijo que tenía una deuda de unos 40.000 euros por facturas pendientes. Incluía consumiciones de comida y bebida como botellas de champán.
Tanaka relata que pedía ese tipo de productos “estando borracha” y “sintiéndose obligada a hacerlo” para corresponder a todas las atenciones que le ofrecía su anfitrión.
“No quería que él dejara de verme ni de enviarme mensajes. En ese momento pensaba que el amor se corresponde con dinero. Me dijeron que cuanto más dinero gastara, más amor podría mostrarle”, explicó la joven.
La mujer no tenía familiares ni “nadie a quien acudir” cuando el anfitrión con quien ella creía mantener una relación sentimental comenzó a acosarla para que pagara sus deudas. Terminó prostituyéndose para pagarle.
El caso de Yumi
Esta mujer de 41 años, de profesión médica y divorciada, también terminó en la misma situación de Yu (en ambos casos son nombres ficticios).
Según contó a la BBC, llegó a un club de anfitriones tras la pandemia. Allí estableció relación con un joven de 20 años. Poco a poco la fue atrapando románticamente.
Yumi iba todas las noches y consumía bebidas acumulando deuda en una cuenta abierta en el establecimiento. Algunas botellas alcohólicas cuestan hasta 6.000 dólares.
“Un día me preguntó '¿Cómo me vas a pagar?, y cuando le dije que no lo sabía, me dijo vete al extranjero a trabajar como prostituta”. “No quería, pero dijo que era la única manera y que podía ganar 8 millones de yenes (unos 53.000 dólares) al mes”.
Desesperada y sin sus ahorros, Yumi comenzó a trabajar como prostituta en Japón y los territorios chinos de Macao y Hong Kong.
“Trabajábamos turnos de más de 10 horas. Cada hora había un espectáculo y me elegían y luego me compraban. Me ponía muy triste ver cómo nos compraban”, señaló.
“Cuando mi cuerpo estaba agotado o me sentía débil, pensaba que sería más fácil morir. Pensé mucho en eso”, dijo. Abrumada por la vergüenza y el enojo consigo misma, no les contó a sus amigos ni a sus familiares su situación.
Tanto Yu como Yumi pudieron salir porque recurrieron a la agrupación Seiboren, que ayuda a mujeres en esta situación.
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