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La Mañana Historia

La estremecedora historia del bailarín neuquino que duerme en la calle

“Antes pensé que había tocado el fondo y no, había otro fondo”. En primera persona habla del miedo, la tristeza y los motivos que lo llevaron hasta ahí.

Te lavás las manos y la cara; vas al baño; cepillás tus dientes antes de dormir; tendés la cama; ponés a cargar el celular; lavás la ropa; preparás un té para tus queridos; te das una ducha tibia o fría o cualquiera; sacás una manta del placar; mirás por la ventana cómo anochece; le decís a alguien: “No te preocupes, el perro no muerde”; entibiás la comida; cerrás una puerta para sentirte a salvo. Apagás la luz.

Nada de eso sucede cuando estás en la calle. Cada ritual automatizado es una proeza, el despojo de lo cotidiano, la batalla atroz por sostener la dignidad y la vida.

El primer día que Rodrigo —el joven pidió no utilizar su nombre verdadero— asumió que estaba en la calle, guardó lo que pudo en un bolso y una valija vieja y empezó a caminar hacia el centro sin pensar. Esa noche durmió, al menos lo intentó, en el Anfiteatro Gato Negro del Parque Central. Al otro día, se comunicó con uno de los espacios de los que dispone la Provincia para alojar a personas en situación de calle, pero le dijeron que estaba colapsado, que llamara en unos días más. Miró la batería de su celular: 5 %.

¿Dónde cargan el celular las personas que no tienen techo? ¿Cómo iba a hacer para llamar en unos días? ¿Cómo hacía para lavarse la cara ese día? ¿Cómo se vive en la calle? Cerró los ojos, se vio bailando, se vio sonriendo, sintió los aplausos del público, y hasta sintió un “felicitaciones, Rodrigo”. Levantó los párpados, el sol le daba de lleno en la cara.

—Hoy no soy nada: estoy en la calle y no tengo nada—, se dijo a sí mismo. Como nunca antes sintió el peso de la oscuridad.

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Un bailarín innato

Rodrigo empezó a bailar desde chico, cuando iba a la escuela Nuestra Señora de la Guardia, en la calle Crouzeilles al 2300, detrás del aeropuerto. Conoció la danza contemporánea a partir de Esto es ritmo, un proyecto de extensión de la Escuela Experimental de Danza Contemporánea a partir del cual se busca acercar la disciplina artística a las infancias y adolescencias de escuelas y barrios neuquinos. Dice que fue un amor inmediato, que cuando se largó a bailar sintió que había encontrado su verdadera vocación y que quería hacerlo toda la vida.

—Él era sumamente talentoso sin tener formación; lo traía en el cuerpo, nació con eso. Sabemos que la danza es para todo el mundo, pero no suele suceder que haya alguien que maneje el movimiento con facilidad, que sea virtuoso en el lenguaje de la danza contemporánea, que tenga precisión, expresión y que venga con toda la responsabilidad de lo profesional sin haber pasado por lo que implica una formación académica—, explica Luciana Grosvald, que entonces y hasta ahora forma a adolescentes en los talleres de Danzas Clásicas, además de ser la vicedirectora de la escuela de danzas municipal.

Rodrigo comenzó a ir a los talleres para adolescentes, pero en un momento se complicó su continuidad porque llegaba muy tarde al barrio y había tenido algunas situaciones de inseguridad. Sin embargo, la cooperadora de la escuela en algún momento le pagó el taxi para que no dejara la danza.

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Fue una época de pleno descubrir su orientación sexual. Pero su familia, sobre todo su padre, no estuvo de acuerdo y lo echaron de la casa. Tenía sólo 15 años cuando tuvo que aprender a andar solo. Durante un tiempo se fue a vivir a la casa de su mejor amiga; ahí empezó a trabajar como mozo en algunos eventos, mientras seguía estudiando. Luego, otra amiga de la danza lo ayudó a entrar a trabajar en un bar. Por fin pudo alquilarse un cuarto y terminar la secundaria.

—A partir de ahí nunca paré de trabajar; podía ser yo en libertad, empecé a progresar en la vida. Estudié, después me pude ir un tiempo a Buenos Aires. Terminé el secundario en el 2014 y en el 2016 ingresé al Elenco Patagónico.

Rodrigo fue el primer bailarín sin formación académica en ingresar al elenco. Era realmente una extrañeza; sin embargo, su talento feroz le permitió audicionar y por cuatro años consecutivos integró los elencos. Por la mañana entrenaba, ensayaba y a la noche trabajaba en bares. Con esos grupos hicieron obras formidables como Las Puertas del Laberinto, de Mariana Sirote, o Agitadores de Viento, de Juan Pablo Ríos. También viajaron por la provincia y la representaron con orgullo en más de una oportunidad.

Cuando la experiencia llegó a su fin, Rodrigo continuó trabajando en gastronomía. Durante un tiempo lo hizo en San Martín de los Andes, aún con la dificultad de la pandemia, pero superó la crisis y aprendió muchísimo. Unos años después, volvió a Neuquén y consiguió trabajo enseguida; sin embargo, comenzó a notar que las condiciones laborales empezaban a cambiar hasta que lo acorralaron contra una realidad muy hostil.

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A la calle

Aunque la situación de Rodrigo venía difícil, de un día para el otro se volvió infernal. No tiene más de 30 años, sin embargo los empleadores comenzaron a cortarles las horas a él y a otros de más edad y a contratar gente más joven, lo que implicaba pagar otros sueldos y flexibilizar las condiciones laborales. Hasta que se quedó sin trabajo.

No tenía cómo pagar el alquiler. Un medio hermano de Rodrigo, que está preso, le ofreció su casa, pero la calma duró apenas unas semanas y tuvo que dejar ese lugar por códigos que jamás compartió.

—Nunca fui por ese lado, no me gusta, no lo comparto claramente—, dice, y su boca se llena de explicaciones. Relata los hechos, ronda sobre ellos, da detalles, como cuando alguien vuelve una y otra vez sobre el punto de inflexión que te cambia la vida para siempre, como si pudiera cambiarlos.

La primera opción fue llamar a amigos y conocidos, pero cada quien tiene su vida, sus problemas:

—No daba para quedarme más que una noche en cada lugar— y entonces se lanzó a las calles.

Después del Parque Central, estuvo un tiempo frente a Rentas, en un lugar que se quemó hace algunos años, y aunque existe peligro de derrumbe, está lleno de gentes. Ahí encontró un colchón y un mueble tirado donde guardó sus cosas y las escondió contra la pared. Por primera vez en semanas, sintió algo parecido a una base.

Casi como un check list repasaba cada día en su mente: buscar un lugar seguro; encontrar dónde lavarse las manos; recordar que la señora de la panadería es amable y puede ayudarlo a cargar el celular y darle agua fresca; conseguir trabajo; llamar a los refugios; aprender a hablarles a los otros; no llorar, no mostrarse débil, no bajar la guardia. Intentar salir, intentar salir, intentar salir.

—Hay muchísima, muchísima gente en la calle. En su gran mayoría tienen entre veinticuatro y treinta y pico. Yo pensaba que todos eran de afuera, gente que venía con promesas de trabajo, pero la mayoría son de acá, de Neuquén. Muchos con problemas con la droga y otros con los mismos problemas que tengo yo, de no poder encontrar un techo, un trabajo fijo, y optaron por refugiarse en la calle y ahora son vendedores de medias. Una vez que entrás a la calle es muy difícil salir; se vuelve un círculo vicioso. Los que logran ganar un dinero lo terminan usando para comprar drogas. Nadie te da trabajo si te ven sucio. Es muy fuerte ver eso; además entrás en la lógica de decirte: “Si ya estoy en la calle, ¿qué más me puede pasar?”. Perdés toda autonomía y todo mañana.

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Alberto Cámpora es referente de la Red Solidaria Neuquén; hace décadas trabaja en lazo solidario con los que no tienen nada, con los pateados del sistema. Conoce la calle de cerca; la vio mutar hasta la pandemia social que es hoy en Neuquén y en muchas grandes urbes del mundo. Hace viandas, recorre, escucha, trata de comprender, de reconocer las múltiples causas que llevan a alguien a dormir en la calle.

Gente en situación de calle

En Neuquén hay cerca de 300 personas viviendo en la calle. La estadística varía de acuerdo a quién la informe. No es un fenómeno nuevo, pero sí en considerable ascenso. En su gran mayoría, son pibes entre 20 y 30 años que se rompieron en el consumo de crack, cocaína, alcohol o pastillas; que tocaron fondo y fueron expulsados de sus hogares disfuncionales; que en algún momento se cayeron de la red de dignidad humana que debería garantizar el acceso al techo, al alimento, a la educación, a la salud y los hogares libres de violencias. Y después, aunque en menor densidad, hay casos crónicos. También hay cientos de familias que van y vienen, con sus crías colgando, de la calle a las tomas; del semáforo al comedor popular; de la intemperie al chaperío sin agua potable.

—El número va variando. Es como una plastilina que si apretás acá, sale por allá. No hablamos de las tomas, ese es otro plan; ahí hay miles. Hay miles de habitantes que viven en los márgenes de la Neuquén que nosotros queremos y conocemos. Esa Neuquén también es nuestra; esos también son nuestros vecinos, nuestros hijos, nuestros hermanos, y viven como el culo, a 30 o 40 cuadras del centro. Son tus hijos los que están ahí afuera, los que están en la calle, los mal vestidos, los del feo olor.

Tocar fondo: cómo ayudar

Unas amigas de Rodrigo que viven en San Martín de los Andes iniciaron una colecta y lograron juntar algo de dinero para que estas semanas pueda dormir temporalmente en un hostel y ganar tiempo para conseguir trabajo y techo.

También las compañeras de la Escuela de Danza iniciaron una campaña solidaria, donde invitan a la comunidad a acercar información sobre posibles trabajos o a realizar alguna donación a Planas 165, de 9 a 17 hs. Quienes así lo deseen pueden realizar una transferencia, aunque sea mínima, al ALIAS: pa.bas95.mp

—En estos días que pude salir temporalmente de la calle gracias a la ayuda que recibí de la gente, pude empezar a procesar todo y llorar. En la calle no se puede bajar la guardia nunca. Muchas veces en la vida yo pensé que había tocado el fondo y no, había otro fondo. La calle es el fondo del fondo.

Abrís la puerta; tendés la cama; alguien golpea a tu puerta, lo ignoras; te sentás a la mesa; prendés la radio, suena una canción de Gieco, dice: “Ese que va penando podría ser yo”; tomás un vaso de agua; te vas a dormir; apagás la luz.

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