Miguel, trabajador incansable, necesita alquilar pero no consigue ni dispone de los recursos. Cuenta cómo vive ("pasar este frío no es lo aconsejable a mi edad") y pese a su angustiante momento confía en salir adelante.
El frío ya se siente y lo peor -el invierno- está por venir... Más aún allí al aire libre y expuesto a la cruda naturaleza, en la Isla Jordán. Una carpa naranja es desde hace meses el nuevo y precario refugio de Miguel Ángel López, un trabajador incansable que cayó en desgracia a fines de 2022. Un siempre doloroso divorcio fue el detonante para llegar a esta situación de calle y si bien confía “en salir adelante sin esperar ayuda”, reconoce que “necesito alquilar algo para vivir dignamente porque no es aconsejable a mi edad, 63 pirulos, pasar tanto frio”.
Y pensar que no hace mucho LM Cipolletti le realizó una nota en la que se lo consideraba el “último afilador de cuchillos de Cipolletti”. Es que siempre activo, con creaciones novedosas, se reinventó después de la pandemia, que le impidió continuar en su rol de plomero. Pero en la actualidad vive un momento sumamente adverso y angustiante aunque “no voy a bajar los brazos, sé lo que quiero y puedo salir”.
“Se hace difícil hablar desde el punto en que me encuentro. Muchos me dicen que soy un indigente, pero así como me pasó a mí le puede pasar a todos, es lo que me toca y le pongo el pecho”, cuenta sentado en un banco del Predio Municipal, rodeado de árboles gigantes y haciéndole frente al viento impiadoso.
Se quedó sin su pareja y sin casa. Con el fin de una relación amorosa de 10 años, todo se derrumbó de golpe. “Me separé en un acuerdo porque la situación no daba para más, no hace falta aclarar por qué nos distanciamos... Acá no hay culpables y si existiera la culpabilidad no soy quién para juzgar. Lamentablemente no tengo diálogo con ella, quien fue quien inició los papeles, porque está con su nueva pareja. Igual terminamos de forma madura”, confiesa Miguel, que por las noches improvisa el fueguito para calentarse y se despeja escuchando "radio, suelo enganchar la de Oro".
No le gusta verse así pero la dignidad no se negocia para él. “Sigo manteniendo mi dignidad alta porque en ese momento triste tomé la decisión de comprarme una carpa y venirme al predio Municipal, sin molestar a nadie. Hay un matrimonio amigo que pasa la temporada acá, son colaboradores de la Comisión del Predio e intermediaron para que pudiera llegar”.
Acostumbrado a ganarse el mango con esfuerzo, aclara que desde el 5 de noviembre, cuando llegó a la Isla con lo puesto: “Formo parte de un plan de trabajo, en lugar de pagar la estadía, lo pago con trabajo, haciendo algo que le sirva al predio”.
Es un personaje popular y respetado por buena parte de la ciudad. Lamenta no poder recorrer por estos días las calles con sus motos y su clásica música para alertar sobre su paso a potenciales clientes debido a otro contratiempo....
“Muchos ya me conocen por el oficio. Hace pocos días se acaba de romper la moto con la que trabajaba, la reformé. En estos momentos está en el Taller, en la parte eléctrica. Ya volveré a pasar”, avisa y se presta a una nueva foto.
Se diferencia de aquellos que, en contexto similar, pretenden que los demás le resuelvan todo y no se rebelan ante su suerte. “El indigente que la está pasando mal, que no tiene salida ni trabajo capaz espera que lo ayuden y le den. Gracias a Dios ese no es mi problema, sino que no tengo recursos para conseguir alquiler. Un monoambiente con patio para guardar dos motos y poder vivir dignamente, con eso estaría hecho. Hoy no me da el cuero”, reconoce Miguelito.
“Parece que fuera difícil vivir en una carpa, pero me acostumbré, aunque tampoco es bueno. No es aconsejable el frío para esta edad, pero es lo que me toca. El otro día llovió fuerte, la carpa se humedeció y pensé que no lo soportaría. Por algo las cosas pasan…”, reflexiona con un lógico dejo de tristeza.
Creyente, espera que Dios le tenga reservado un futuro mejor. “He visto personas que han estado en situación de calle y han salido adelante. Yo tengo la esperanza. No estoy dando manotazo de ahogado para agarrar lo primero que venga de laburo, sino pensar en las decisiones. Soy el afilador de Cipolletti y orgulloso estoy, no dejo de hacer nada. Nunca bajé los brazos aún en estas circunstancias. Tratando de levantarme como pueda”, asegura lejos de resignarse.
Respecto a cómo soporta las bajas temperaturas, revela: “Salgo a correr, camino, trato de mantenerme activo. Hay agua caliente en el predio, puedo bañarme, afeitarme, mantenerme en condiciones, siempre con ese espíritu positivo. Lástima que carezco de lo básico para cocinar. Al separarme lo único que me traje fueron mis herramientas laborales. Un maté me da gusto tomarlo, un te caliente me reconforta y me conformo con lo que tengo…”.
No está solo en este mundo. Tiene un hijo (de un matrimonio previo) “que viene a verme y se siente mal por no poder ayudarme. El tiene su familia, yo tengo 3 hermosas nietas que me visitan. No le demuestro a nadie, por fuera puedo estar roto, oxidado pero por dentro el hierro está firme. Se trata de avanzar y no dar lástima”, expone con el amor propio intacto.
Hasta relativiza su drama: “Lo que me pasó a mí no es único en el mundo, que no pueden alquilar. Hay muchas personas que tienen problemas de viviendas, con hijos y están peor que yo”.
Esa fortaleza le permite dejar un mensaje a sus clientes y a aquellos que también se encuentran en situación de vulnerabilidad. “Cipolletti, Barda del Medio o Allen, puedo ir a dónde me convoquen con mis motos a afilar cuchillos y demás. Y a los que están pasando situaciones similares, les digo que la luchen. Yo sé lo que quiero y espero que pronto se pueda abrir la posibilidad de salir de este lugar, conseguir donde alquilar y vivir dignamente”, culmina este incansable trabajador que hoy la tiene complicada.
Miguel Ángel resiste con el cuchillo entre los dientes y espera, desde la Isla Jordán, que la vida lo trate mejor.
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