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Sara y la masacre del aeropuerto de Cutral Co

Historia del crimen. Asesinó al esposo y a sus dos hijos mientras dormían. Tras el triple crimen, la mujer convivió 48 horas con los cadáveres. El horror fue descubierto el 24 de diciembre de 1999 al mediodía, cuando un amigo de la familia fue a su casa para acordar los preparativos de la Nochebuena.

Quedaban unos pocos días para el nuevo milenio y faltaban horas para la Navidad de 1999. Todos en la comarca petrolera hacían preparativos para la Nochebuena. La preocupación más interesante que en ese entonces atravesaba a todo el mundo era el fenómeno informático Y2K. El pánico había ganado a las empresas, principalmente a los bancos, porque los software fueron desarrollados sin incluir la centuria en el año. Es decir, cuando llegara el 2000, podría devenir un desastre financiero, cosa que no ocurrió.

Lo que sí ocurrió fue que los habitantes de Cutral Co transitaron el pasaje a un nuevo milenio sumidos en el horror.

El 24 de diciembre al mediodía, en una finca del predio del aeropuerto de Cutral Co descubrieron que Sara Ibáñez, una ama de casa de 34 años, había asesinado a toda su familia. Acribilló a tiros y puñaladas a su esposo, al bebé de un año lo ejecutó a quemarropa de un disparo en el rostro y a la hija de 5 años la degolló con tal violencia que casi la decapita.

Cuando la encontraron, Sara llevaba 48 horas conviviendo con los cadáveres. La mujer dijo que el marido había asesinado a los chicos y que ella lo mató para defenderse. La historia no tuvo sustento y abundaron las contradicciones. Las pericias forenses la terminaron incriminando.

En 2001, fue declarada culpable de triple homicidio calificado por el vinculo y alevosía, y condenada a prisión perpetua.

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Sara, un contexto

El Centro Regional de Estudios Interdisciplinarios sobre el Delito (Cereid) realizó una serie de entrevistas a Sara Ibáñez entre 2001 y 2002 en la cárcel de mujeres, la U16, que está cerca del aeropuerto de Neuquén. En dicho informe, se brinda un contexto por el cual podría haberse desencadenado la masacre.

En la década del 90, la comarca petrolera estaba dominada por “hombres rudos, golpeadores, tomadores y prepotentes”, según el informe, que tras la privatización de YPF y Gas del Estado pasaron de ser cabezas de familia a desocupados. Muchos participaron del famoso piquete de junio de 1996.

Ante la apremiante situación económica, las mujeres comenzaron a cargar con el peso de ser jefas de hogar mientras algunos maridos pasaban días sin nada que hacer.

Por ese entonces, Sara llevaba una vida independiente. Trabajaba y se mantenía por sí misma. Le gustaba salir, vestirse bien, maquillarse y los lápices labiales eran su debilidad. Sus amistades la conocían como “labios carnosos”.

En ese entonces, da cuenta el informe, se la describía como “una mujer de vida ligera”. De hecho, ella reconoce que tuvo varios novios hasta que conoció a Néstor Fabián Blanco. “El más feo de todos los novios”, así lo bautizaron sus amigas.

Con Blanco se conocieron cuando ella militaba en un partido político de la comarca. Él era separado y tenía una hija pequeña.

Comenzaron una relación y al poco tiempo ya convivían, pero algo no estaba bien. Un indicador de ello apareció cuando Blanco fue operado de la vesícula en Neuquén y Sara viajó todos los días desde Cutral Co para cuidarlo en el hospital. Pero cuando llegó la hora de hacer el posoperatorio, Blanco lo hizo en la casa de su ex. Sara no le dijo nada, pero el episodio la afectó.

Con el correr del tiempo, descubrió que era alcohólico, violento, golpeador y muy celoso, a tal punto que no quiso enseñarle a manejar porque temía que se fuera con otros hombres por ahí.

Ella siempre sospechó que él le era infiel, pero nunca pudo probarlo. La relación era, en cierta forma, enfermiza.

Cuando quedó embarazada de su hija, ella dejó de trabajar para dedicarse de lleno a la crianza de la pequeña.

Él no la ayudaba en nada en la casa, ni siquiera le prestaba demasiada atención a la nena y se embriagaba con frecuencia.

Ya tenían un segundo hijo y Sara padecía el síndrome de la mujer golpeada. Sabía que estaba en peligro y que no tenía escapatoria, revela el informe.

Blanco le había anunciado que la iba a matar. En una oportunidad, le tiró un cuchillo sobre la mesa y le dijo “defendete”, pero ella no lo agarró. Sabía que con sus 1,55 metros y 44 kilos no podría hacerle frente.

Nunca denunció lo que sufría porque el predio en el que vivían estaba alejado de la ciudad. Además, por ese entonces, denunciar era un riesgo más que debía asumir una mujer víctima de violencia. Así es que no hay registro de esa violencia, ni judicial, ni médico, ni policial, salvo los relatos de Sara.

Meses antes de la masacre, Sara había perdido un embarazo de ocho semanas en circunstancias poco claras. Se habló de una golpiza que le propinó su marido, pero tampoco hubo denuncia ni nadie que lo contara.

Sara ya había perdido la capacidad de proyectar un futuro propio. Ella se percibía atrapada y sin salida. “Nadie que tenga opciones a la mano se decide a ejecutar acciones extremas”, destaca el informe del Cereid.

En ese contexto, Sara llegó a la noche del 21 de diciembre de 1999.

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A sangre fría

En la finca del aeropuerto, ubicada a dos kilómetros del centro de Cutral Co, Sara vivía con Néstor y los chicos: Margot, que estaba próxima a cumplir cinco años, y Ulises, que tenía 1 año y meses.

Un amigo de la familia les había prestado un pistolón calibre 22 para ahuyentar a los perros cimarrones que se les metían al criadero y les comían las gallinas.

Sara se encargaba de matar y despostar las aves. Ella tenía un muy buen manejo del cuchillo, ya que cuando era adolescente su padre le había enseñado a faenar ganado menor.

La noche del 21 de diciembre, Néstor se alistó para salir con sus amigos. Para Sara, salía a emborracharse y al regreso vaya a saber qué cosa le haría.

Cuando se fue el marido y se durmieron los chicos, Sara se aseguró de que el pistolón y la carabina quedaran cargados. Se sentó en la cocina y, con la piedra de afilar, abrillantó el filo del cuchillo que utilizaba para la faena.

Si fue un acto consciente o no, solo ella lo sabe. Lo cierto es que la decisión de ponerle punto final a su frustrada vida estaba tomada.

La última vez que lo vieron con vida a Fabián Blanco fue a las 3:30 de la madrugada del 22 de diciembre. Estaba borracho. Salió de la casa de unos amigos y se fue a la finca. Así como llegó, apestando a alcohol, se arrojó sobre la cama y se durmió.

De acuerdo con los informes médicos elaborados por Osvaldo Avaro y Eduardo Oscar Aseff, a los tres Sara los atacó mientras dormían, es decir, estaban indefensos y ni siquiera pudieron identificar el peligro.

Al esposo lo ultimó primero. Blanco alcanzó a tener una reacción, pero los cuatro tiros que le ejecutó a corta distancia lo dejaron tirado al costado de la cama y después le procuró varias puñaladas con su cuchillo.

Luego, se dirigió a la habitación de los chicos, y el detalle de la escena estremece.

A Ulises le disparó a quemarropa en el rostro. El proyectil le quedó alojado en la nuca, incluso los forenses confiaron que lo podían palpar entre las vértebras.

Cuando llegó a la cama de Margot, ya no le quedaban balas, por lo que tomó el cuchillo y tras agarrarla de los pelos le hizo un corte en el cuello, de oreja a oreja, con tal violencia que casi la decapita. Incluso, en la cama encontraron un mechón de pelo de la nena.

“Fue atroz cómo estaba esa habitación llena de sangre, y ver a los chicos así fue una de las cosas más terribles que me pasaron en toda la vida”, confió a LMN un investigador del caso bajo reserva.

Luego, Sara se realizó una serie de cortes en el cuello y permaneció casi 48 horas conviviendo con los cadáveres de su familia hasta que finalmente un amigo del marido descubrió todo ese horror el 24 de diciembre el mediodía, cuando acudió a la finca para acordar los detalles de la cena de Nochebuena.

Entrar a la habitación llena de sangre y ver a los chicos así fue de lo más terrible que me pasó en toda la vida”. Investigador. En diálogo con LMN

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“Mi marido mató a los chicos”

Cuando la Policía arribó al lugar, muchos quedaron impresionados frente a tan macabro escenario. Incluso, los médicos forenses que ingresaron se mostraron impactados.

Sara presentaba distintos cortes en el cuelo y uno de ellos le había afectado la tráquea, por lo que no podía hablar. Todo era señas y unas pocas lágrimas, detalle que llamó la atención de los investigadores.

Mientras Criminalística relevaba toda la escena del crimen y hasta la filmaban (video que se pasó en el juicio), a Sara la sacaron en una camilla y la trasladaron al viejo hospital de Cutral Co.

Le hicieron una traqueotomía y cuando le preguntaron por el origen de las heridas, ella escribió en un papel “Marido” y luego “Blanco”. Así denunció que su esposo había asesinado a los chicos y luego la había golpeado a ella e intentado degollarla.

A todos, en ese lugar, los embargó la duda, y cuando los funcionarios policiales y judiciales tomaron conocimiento, las miradas cruzadas dejaron en claro que, para ellos, la versión de Sara no tenía sustento. Si hubiese sido el hombre, que casi decapita a la nena con un corte firme de oreja a oreja, ¿por qué a Sara solo pudo hacerle pequeños cortes superficiales? Esa pregunta que se hacían los investigadores luego tuvo una respuesta forense.

La mujer fue trasladada a la Clínica Pasteur Neuquén. “Es increíble, porque lejos de estar en shock o llorando a más no poder, estaba en la cama viendo revistas con una naturalidad asombrosa”, recordó otro de los investigadores de la causa.

En medio de una de las curaciones, le entregó a uno de los médicos policiales un escrito, donde de puño y letra dio a conocer su versión de lo ocurrido la madrugada del 22 en la finca del aeropuerto.

“Al agarrarme del pelo, golpearme con el arma en la cabeza, me deja caer sobre el piso y me hace la herida en la boca, y seguramente al estar inconsciente me lastima con el cuchillo en el cuello (grande de carnicero de cocina). Cuando recobro el conocimiento alrededor de las 10 de la mañana, traté de levantarme y me encontré con el desastre sucedido, mis hijos y él con el arma tirada. Yo agarré el arma (revólver) ya sin carga y me volví a desvanecer por las pérdidas de sangre. La carabina, yo la agarré, porque hubiese querido terminar como mis hijos, pero no la sé usar. Nunca usé un arma a pesar de estar siempre viviendo con dos armas en mi casa. Él, seguramente, al tomar conocimiento de lo que había hecho decidiría matarse porque yo jamás les haría daño ni a él ni a mis hijos”, contó Sara en su escrito, que está incorporado en la sentencia.

Luego, manifestó que deseaba saber qué había pasado con los hijos.

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Las pericias forenses clave

El impacto de la masacre del aeropuerto fue tal, que los funcionarios judiciales de la época se encargaron de no dejar nada librado al azar y realizaron pericias de todo lo que se podía.

En junio de 2001, la causa llegó a juicio. Allí se dio a conocer el resultado de las prácticas forenses y criminalísticas realizadas.

Respecto del escrito de Sara, donde daba cuenta de que había sido víctima de su esposo que quiso matarla, la pericia caligráfica confirmó que era de su puño y letra.

Tanto a ella como a Blanco se les hizo la pericia del dermonitrotest, que determinar si una persona disparó un arma. Solo en las extremidades de Sara se encontraron vestigios de nitritos, que son los que arroja el arma tras efectuar un disparo. Por su parte, el esposo estaba limpio.

En cuanto a las lesiones que presentaba la mujer en el cuello, se determinó que fueron autoprovocadas. Solo una afectó la tráquea, el resto eran superficiales y presentaban retomes, es decir, cortaba un poco, frenaba y seguía.

A su vez, la autopsia develó que las tres víctimas murieron por un shock hemorrágico hipovolémico con insuficiencia cardiovascular. Es decir, por la pérdida de sangre sufrieron un paro cardíaco. Además, se estimó que solo el esposo perdió alrededor de 3 litros de sangre.

Incluso, en una de las audiencias de debate, se mostró el video de la masacre que aún hoy recuerdan varios policías y funcionarios judiciales. Sara también lo vio.

En cuanto al estado mental de la mujer, las pericias psicológicas y psiquiátricas determinaron que tenía una personalidad psicopática. El desenlace, explicaron los especialistas, fue durante una tormenta psicopática, que es cuando se dan los homicidios brutales, las masacres, las violaciones en serie y otros actos antisociales muy graves.

“No tengo dudas de que Sara Ibáñez, en virtud de la personalidad psicopática que posee, según las pericias antes aludidas, ha actuado bajo una ‘tormenta psicopática’, provocando la muerte de su esposo y de sus dos pequeños hijos”, sentenció uno de los jueces integrantes del tribunal.

“No se detectan trastornos de la conciencia en el momento del hecho y en el examen, por lo tanto, comprendía lo que hacía y podía dirigir sus actos”, aseveraba el informe de la pericia psiquiátrica, por lo que se descartó el estado de emoción violenta planteado por el defensor, que también afirmó que su clienta había sufrido un raptus.

En cuanto al móvil, en la sentencia se dijo que “será un misterio” porque no pudieron determinarlo, y al no existir denuncias de violencia doméstica, no había indicios.

El tribunal integrado por Víctor Hugo Martínez, Enrique Luis Modina y Oscar Antonio Rodeiro resolvió, el 24 de julio de 2001, condenar a Sara Ibáñez por triple homicidio calificado por el vínculo y alevosía. La pena que le dictaron fue de prisión perpetua.

Salió de la cárcel y no volvió a Cutral Co. Se quedó en la provincia y está trabajando en la actualidad”. Fuente reservada. En diálogo con LMN

Un ejemplo tras las rejas

Sara tuvo por destino la cárcel de mujeres de la capital neuquina, que nunca ha superado las 30 internas. En su mayoría, dicho penal, ubicado en inmediaciones del aeropuerto, ha tenido una población de mujeres vinculadas al narcotráfico.

Sus días tras las celdas, tal como lo describieron fuentes bajo reserva a LMN, fueron sumamente tranquilos. “Siempre tuvo buena conducta y buena relación con el resto de las internas”, confió la fuente. De hecho, “se la tomaba como un referente positivo dentro del penal”, detalló.

Respecto de lo ocurrido en la madrugada trágica, Sara nunca habló. “Nunca contó nada, ni siquiera a su compañera confidente que tenía en la cárcel. Es como que pasó página y nunca quiso volver sobre ese tema”, confió la fuente.

Al parecer, la única vez que habló sobre el triple crimen fue con las especialistas del Centro Regional de Estudios Interdisciplinarios sobre el Delito (Cereid), que dejaron plasmado el análisis de esas entrevistas en un documental titulado Madres que matan. Un estudio del caso.

Sara les reveló: “Me siento más tranquila en la cárcel”.

El 17 de mayo de 2018, con dos tercios de la condena cumplida, la autora de la masacre del aeropuerto salió con libertad condicional. Estaba próxima a cumplir 53 años.

“A Cutral Co no quiso volver porque cortó todos los lazos con su familia y ellos no la quieren por allá. Pero se quedó en la provincia y está trabajando”, confirmó la fuente consultada.

La historia de esta masacre sigue dejando dudas. ¿Sara es una psicópata asesina o tan solo una mujer que no soportó la violencia en la que estaba inmersa y estalló? Sin dudas, este triple crimen hoy generaría un debate mucho más complejo.

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